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Tálamo

Tálamo

Actualización: 09/12/2015

Minerva Margarita Villarreal

Tálamo, por Juan Carlos Abril

Por Juan Carlos Abril

VILLARREAL, Minerva Margarita (2013). Tálamo, Prólogo de Luis García Montero, Madrid-Monterrey: Hiperión.

Tálamo es un libro de poemas de amor explícito, de recién casados, una alegoría del lecho conyugal. Concebido como fragmentos de un discurso amoroso, transita los recodos del deseo e, inseparablemente, también los de la muerte. La ausencia de puntos y comas, junto con la disposición mallarmeana de la página, nos predispone a una lectura continua, a un fluir que en apariencia no posee principio o final, pudiendo ser interrumpido o retomado en cualquier momento. Sólo el amor marca sus pautas: «Cautiva / De madrugada / vuelves a ser / pasto / Pasto fresco / para ser / comido» (p. 25), o como en «Atravesé los campos / la noche que avanza» (p. 26), donde la búsqueda amorosa se efectúa en el interior del ser, en la pulsión de la «sangre». Instinto primordial, la dialéctica Eros/Tánatos («Me dio cáncer tuve cáncer y estuve tocada por la muerte», p. 40), tanto desde la atracción como desde la repulsión, se presenta consciente de su impureza, de la mezcla que se desata en el torbellino de las pasiones: «La casa que construiste fue arrasada / Vi cómo sucedió / cómo se desprendían paredes y ladrillos […] Esta casa soy yo» (p. 37) La imagen o símbolo de la casa tiene una continuación en la piedra, como continuación de la base sólida que todo sentimiento necesita, pero también como correlato del propio lecho: «En esta piedra yo te espero / en el estómago en el regazo de esta piedra / junto al río cuyas aguas dejaron cicatriz […] Excepto tú todo pasa / y todos pasan por aquí» (p. 24).

El tono sostenido, retomando de manera muy personal la tradición epitalámica, de Tálamo produce una sensación simbólica —que no simbolista— y sensual muy rítmica, llevada por la música interior de ese largo poema que es todo el libro, alternando composiciones largas y cortas, ejerciendo estas como contrapunto. La levedad aparece desde el misterio, «Desde la niebla el silencio me cerca / sobre un barco que parece ser cama en un mar que congela» (p. 41). En esta estructura de antítesis y efectos contrarios, de claroscuros y tensión argumental, la piedra y la luz combaten por erigirse en testimonios de lo real, testigos de lo vivo: «Porque la noche fue / contada entre los días / y vino entre los meses / y prendió su grano de luz / cuando este templo asciende / en este espacio / en esta mesa» (p. 65). La desgarradura de la palabra, que pone por escrito lo que se vive, «Me he casado contigo / y todo lo que escribo / es real» (p. 70, concluye el poemario), se abre igual que el amor a los sentidos o el día a la luz:

 

El día avanzaba

entre nosotros

Las armas dividían

Pero el nido no lo dejo de hacer

aunque no logre verte

ni decirte en medio del desastre

que eres cielo

el mismo cielo

por el que se abrió fuego  (p. 63)

 

La idea de relato encadenado, de narración que se va sucediendo a lo largo de las páginas, cobra cada vez más intensidad en un diálogo desdoblado hacia la propia escritura, en la propia textualidad, una suerte de monólogo sostenido con la propia conciencia, con el propio pasado y la intimidad del presente: «En esta intimidad / me sumerjo / en ti» (p. 46). No hay pasado como tal sino en función del hoy, no hay futuro ni utopía sino en función del hoy. Pero en medio del cénit, de ese esplendor —como un fulgor— aparecen de pronto diferentes elementos turbadores en el relato, como la figura del padre, en una clara relación conflictiva donde se ponen en juego el complejo de Electra, el deseo de matarle, y el agradecimiento por desprenderse de él. También la aparición de cuervos, que aparecen en varias ocasiones, y otros animales —no precisamente domésticos, sino llenos de reverberaciones mitológicas: cuervos, lobos, tigre… una cabra que campea por sus ancha…— hacen alusiones a un poliedro de organismos vivos que son la consecuencia directa de lo incontrolable, de lo que está por fuera de nosotros, pero que nos sacude y vibra interiormente, como el sexo. La dialéctica externo/interno adquiere, de este modo, una particular resonancia en el conjunto del libro, operando en el sujeto, en el seno del binomio autor/lector, ya que se trata de discernir si lo que se halla más allá de nuestros deseos y frustraciones, de nuestras esperanzas de felicidad en el Otro, son ciertas:

 

Atravesé los campos

entre lobos y viento

No se trata de un sueño

lo que hallé en la niebla (p. 59)

 

La búsqueda incesante en medio del caos. El individuo existencial y comprometido, entregado a las vaguedades de la colectividad.

Minerva Margarita Villarreal nos ha entregado un libro magnético y atractivo donde se nos cuenta una experiencia límite, con voz austera y grave, a partir de las pulsiones del deseo y la muerte, una experiencia de lo real que bien podría convertirse en resumen de un libro arriesgado en el que la palabra toma doble conciencia de su límite y significación: «Ahora que me he desposado / mi realidad es doble / Ahora que me entrego / mi realidad se multiplica» (p. 51). O este otro ejemplo: «Mi herencia vive / porque el Dios que me escucha / es la palabra / Nadie me la puede quitar / Viene con fuerza / es la flor y es desierto / sol que lacera / lobo que irrumpe» (p. 45). Poesía escrita, por tanto, desde el amor, y que evita la complacencia, pues supone «afirmación, pero también autodisolución» (p. 10) en el Otro, como asegura Luis García Montero en su prólogo. Un riesgo que esta poesía, a pesar de todo, asume para entregarnos en su plenitud: «Atravieso esta luz / porque el cielo me llama / pero la luz es llama / y lo que llama es luz» (p. 21).

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