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Portada Sobre unas ruinas encontradas, de Pablo López Carballo.

Actualización: 24/01/2012

Pablo López Carballo

Ruinas que son árboles que son cables pelados.

Por Lorenzo Olivan

Reseña del libro Sobre unas ruinas encontradas, por Lorenzo Olivan.
IV Premio Internacional de Poesía Joven La Garúa,
Ed. La Garúa
Barcelona
2010.

Antes de entrar en un libro, y más si se trata de un libro de poemas, donde todo suele ocultar un doble fondo, donde todo genera ondas, tengo la sana costumbre de demorarme en su título, y en la cubierta. No me suelen gustar los títulos largos, (el “menos es más” de Mies Van der Rohe en poesía encaja como anillo al dedo), pero reconozco que Sobre unas ruinas encontradas me ganó al instante por la amplitud de puentes de sentido y de evocaciones a que me llevaba nada más dejarlo resonar un poco en el oído.

Si se fijan bien, Pablo López Carballo titula su libro, como muchos de los sabios grecolatinos, (pensemos en “De rerum natura” de Lucrecio o en “De amicitia” de Cicerón). Hecha esa conexión, Sobre unas ruinas encontradas me sugería la decisión de tratar un tema hasta agotarlo o agotarse en él, con ambición casi filosófica. Y eso confieso que me gustó mucho.

Pero ¿a qué harían alusión esas “ruinas encontradas”? Me sorprendió gratamente, para empezar, que no se buscasen, sino que se encontrasen, por la sutil ambigüedad de ese verbo. Ruinas que se descubren, que se revelan, que se iluminan desde la sombra, pero también que friccionan entre sí, que crean chispas, luchas de opuestos donde saltan esquirlas, ante las que el ojo siempre ha de estar atento, en guardia.

Después de ese “Sobre” inicial que puede significar “acerca de”, o “encima de”, después de ese adjetivo final también de doble dirección, el colmo de la ambigüedad lo encontré en la foto de la cubierta. Si algo sugieren unas ruinas es o bien derrumbe, desplome, movimiento hacia abajo, o bien quietud y realidad inerte. Sin embargo aquí se nos presenta una imagen que rompe nuestras expectativas y que transmite una especie de fiesta de la verticalidad: unos árboles altísimos, (en ruinas, eso sí, quiero decir sin hojas), como cables pelados, llenos de electricidad.

Si un rostro es el espejo del alma, el rostro de este libro me parece sin duda el espejo de su fondo más oculto: porque en él, como intentaré demostrar, hay ambición de conocimiento, una realidad resquebrajada, rota, pero vivísima, traspasada de movimiento y tensión y, sobre todo, hay una celebración de lo abierto, una celebración de la poesía y de la palabra como fuga absoluta y constante del sentido.

Pablo López Carballo nos ha dado una criatura tan inquieta, tan fragmentaria y tan visual que les confieso que me siento incapaz de traicionar el espíritu de este libro con una reseña articulada, sesuda, rígida, con nexos tan bien trabados como camisas de fuerza. Aquí se menciona, seguro que no en vano, a Bill Viola y yo les propongo una especie de vídeo instalación a tres bandas, vídeo instalación llevada al terreno de la palabra, llena de imágenes huidizas ( la santísima trinidad de estos poemas, por ponernos un poco estupendos, perseguida –y nunca alcanzada del todo- a través de tres ejes de visión)

PRIMER EJE DE VISIÓN: EL PRETEXTO DEL OJO

¿Puede haber un poeta que no se obsesione por la forma en que se mira y en que se aprehende la realidad? ¿A un poeta no lo define ante todo su particular mirada sobre el mundo? Pablo López Carballo se muestra aquí como uno de los poetas jóvenes que más lejos llega en el viaje al interior del ojo, el viaje metapoético por excelencia. Tensa el arco, como le susurra Aníbal Núñez, y dispara lejos.

Sabe bien, en sus lecturas, hacia dónde debe dirigir la raíces del iris, en busca de rica savia. La primera parte del libro, “El pretexto del ojo”, toma su título del poema 26 de “Poesía vertical” , de Roberto Juarroz (recuerden los árboles de la cubierta), el primer libro que publicó el magnífico poeta argentino en 1958: “La mirada es un hermoso pretexto del ojo, / y la muerte también es un pretexto, / aunque no tan hermoso”. Y encontramos también una cita secreta extraída de “Entrada al sentido” de José Angel Valente. “Entre el ojo y la forma / hay un abismo”, dice Valente. Y Pablo añade mejorando esas palabras: “ y detrás otro / y antes”. No me parecen vanos ni casuales estos anclajes, ni un guiño que se le hace a Rafael Cadenas, pues Juarroz, Valente o Cadenas constituyen todos ellos voces fundamentales en un ámbito no muy concurrido en nuestra tradición poética: el de quienes practican una poesía de pensamiento, en la que las grandes preguntas sobre la realidad y el ser que se plantea la filosofía se afrontan no conceptualmente, sino con afilado lirismo y arriesgados vuelos. No en vano, cruzan estas páginas muchos pájaros simbólicos. Pájaro del mirar que no cesa y pájaro de una realidad en permanente fuga, que nos remite, como el poeta dice, a lo que no puede fijarse, disecarse, captarse en su totalidad, porque siempre empieza: “vuela / y en el vuelo / es siempre el principio”. La autenticidad de esta mirada se debe a que descree de esquemas previos, de lo aprendido en los libros, y busca la instantaneidad, la fragilidad, del nervio óptico, que sólo puede ser definido por la verdad del hallazgo.

SEGUNDO EJE DE VISIÓN: RUINAS, PALABRAS, REALIDAD ROTAS

“Los símbolos, me repito, no son más / que ruinas las ruinas deberían ser / ruinas y por encima de ellas más palabras / habitándolas saturando cada espacio abriéndolo”. No se puede definir mejor la dinámica de un símbolo: una ruina, un retazo, un rastro, un jirón de realidad saturado de significación, amplificando el mundo, rebasando sus límites. Aquí no hay mapa posible, no hay manual de instrucciones, no hay diccionario, no hay etiquetas, no hay cuerdas de atar en corto. Porque al mundo que entra en el poema, como se dice en alguna parte, “parece fácil / cartografiarlo pero pronto / se diluye se inunda / y eso será lo complicado: distinguirlo. / Volarán pájaros / sin ramas”. El hombre en estos poemas ve mucho menos aún que las sombras que pensó Platón en el mito de la caverna. Y sin embargo ve mejor, de manera más fiel y auténtica. La película que pasa por delante de él resulta tan discontinua, recibe tantos tijeretazos en su montaje permanente, y el pestañeo de la contemplación se vuelve tan inquieto, que ese hombre acaba habitando una especie de elipsis: “cada instante se erige un nuevo templo, nueva luz que se apaga”.

TERCER EJE DE VISIÓN: LA CORRIENTE INCESANTE

Decía Luis Antonio de Villena en un congreso sobre poesía joven que se organizó hace unos años en la UIMP que los nuevos poetas tendían más a las acuarelas que al óleo, pero yo me pregunto si en eso no son algunos, los mejores, un poco japoneses y escriben con la rapidez y naturalidad de la técnica acuarelista persiguiendo la ambición de los cuadros al óleo. En cualquier caso, en el arte como en la poesía, el aliento lo es todo. Se puede convertir en materia poética un poste, o un tarro como Wallace Stevens, pero si ese poste o ese tarro no vibran en el poema, éste no valdrá nada. La realidad que recorre los versos de Pablo López Carballo está inmersa en “la corriente infinita” de la que hablaba Juan Ramón, y “Corriente” (nueva palabra ambigua con doble fondo) se titula la tercera parte de este libro. Lo que parece querer decirnos a cada instante el poeta es que el hombre puede bañarse dos veces en el mismo lugar del mismo río, pero jamás será el mismo río ni el mismo lugar ni el mismo hombre. Si el rodar de una rueda la desgasta y desgasta el suelo en el que gira, y así sucede con todo, inmerso en un movimiento de oscilación y ondulación permanente, ¿cómo fijar, reproducir, eso en su íntima verdad? No puede haber perfiles nítidos porque la existencia se nos da como en una foto movida, una foto movida más realista a su modo (pese a su falta de figuración), porque gracias a ello está viva. “Mientras / comes un helado la realidad se licua. Refuta / los hallazgos siempre / es un mundo nuevo”. Rechazando las líneas rectas, los perfiles nítidos, los objetos inmutables, la voz que aquí nos habla prefiere verse reflejada en “la oquedad del mar, hogar de tinta blanda” y seguro que asiente ante la proclama de Alvaro García, que pedía una poesía sin estatua: “hemos derribado las estatuas...No me quedo / con nada, tan sólo con la estatua / que había que ya no hay”.

Estas ruinas abren en lo uniforme, equilibrado, pétreo, monolítico, quieto, un nudo de grietas peligrosas como el que insinúan los árboles de la cubierta. Ruinas que son grietas que son árboles que son cables pelados. De “acelerador de parábolas” se habla, no en vano, en algún pasaje.

Nunca hasta hoy le había pedido a nadie que tocase unos cables pelados, que los buscase con avidez, que los agarrase bien fuerte y tirase de ellos hacia sí, conectándolos con su propia corriente de pensamiento y con su sentir más profundo, pero si no ¿quién me ayuda a desconectar esta abstracta y confusa vídeo instalación que he montado con palabras e imágenes?

En definitiva, si quieren conocer algunas de las líneas de fuerza (llenas de alta tensión) más interesantes y fecundas en las que se debate ahora mismo la mejor poesía joven de este país no deberían perderse bajo ningún concepto Sobre unas ruinas encontradas.

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