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Actualización: 24/01/2012
Julia de Burgos
"Obra poética I y II"
Por Erika Martínez
Hace mucho que a Julia de Burgos se le torció el deseo de seguir a hombres e imperios. Nacida en 1914 en Puerto Rico, donde hoy es leyenda, la poeta llevó una vida turbulenta y falleció en el Harlem de 1953, tras años de activismo, pobreza y amores trágicos. Este melodrama existencial dio lugar a su mitificación como icono de la inmigración hispana, pero quizás también a la postergación de su importancia poética.
Exceptuando los 30 poemas publicados por Manuel de la Puebla en Torremozas (Julia de Burgos, amor y soledad), podemos considerar esta compilación como la primera iniciativa seria de difundir la obra de Julia de Burgos en España. Es difícil de creer lo que ha tardado en llegar la edición de una poeta contemporánea tan relevante en nuestra lengua. Para remediarlo, Juan Varela-Portas, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, preparó el año pasado la edición de su Obra poética I, donde reunió los libros Poema en veinte surcos (1938), Canción de la verdad sencilla (1939) y el póstumo El mar y tú (1954), seguramente el mejor poemario de la portorriqueña. Los valiosos estudios de Ivette López Jiménez e Iris M. Zavala hacen imprescindible este volumen, completado con abundante material bibliográfico, fotos y manuscritos aportados por María Consuelo Saéz Burgos, sobrina de la poeta.
Obras poéticas II (2009) reúne ahora la obra dispersa de la autora en las secciones “Los poemas del río”, “Confesiones del sí y del no”, “Criatura del agua”, “Poemas dispersos” y “Poemas políticos”. Rita Catrina Imboden, profesora de la Universidad de Zürich y especialista en literatura hispanoamericana, aporta a la edición un riguroso estudio introductorio donde analiza las relaciones entre subjetividad y espacio en la poesía de Julia de Burgos.
¿Pero cómo ubicar la obra de esta autora casi desconocida en nuestro país? Algunos de sus mejores poemas forman parte de ese intento de construir una épica paisajística del Nuevo Mundo que va de Alfonsina Storni a Pablo Neruda. Y si nos remontamos un poco más atrás en su genealogía, nos daremos de lleno con Walt Whitman. Además de los años que la autora pasó en Nueva York, conviene recordar la influencia que ejerció el poeta estadounidense en José Martí (otro caribeño en Nueva York que, en una crónica de 1887, dio a conocer a Whitman al mundo hispano), Darío, Lorca o Cernuda. Con Whitman comparte Julia de Burgos una reformulación panteísta del egocentrismo, más moderna que romántica: la idea de que una fuerte autoconciencia es la vía adecuada para alcanzar, mediante la intuición, una fusión espiritual con la naturaleza. En el poema “Yo misma fui mi ruta” escribe la autora portorriqueña (I, 88):
me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de los suelos sin historia,
de los suelos sin porvenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.
Más en la línea de Neruda, el devenir político de este trascendentalismo ha dado repercusión a la poesía de Julia Burgos, convirtiéndola en un símbolo neoyorkino del activismo hispano. Más perceptible en el volumen II, gracias a la sección “Poemas políticos”, esta faceta de su obra está presente ya en sus primeros libros. Así termina el famoso poema “Río Grande de Loíza” (I, 56):
¡Río Grande de Loíza!… Río grande. Llanto grande.
El más grande de todos nuestros llantos isleños,
si no fuera más grande el que de mí se sale
por los ojos del alma para mi esclavo pueblo.
No se olvidó la poeta de España, a cuya Guerra Civil dedicó el poema antifascista “Ochenta mil” y una sección de “Las voces de los muertos”, que dice: “Si es preciso, en gusanos subiré a sonreírte / la infernal maldición de tus muertos, ¡oh Franco!” (II, 214). Y es que la militancia de Julia de Burgos era hispana en el sentido más amplio. Bolívar es en sus poemas el impulso que, desde América, romperá las fronteras entre los “Pueblos Hispanos”: “Serás, para el futuro de tus hijos de ahora, / América del mundo abriendo desde España” ( II, 222).
Hasta aquí las coincidencias. Porque este trascendentalismo de inclinaciones políticas ofrece, en el caso de la portorriqueña, una lectura de género que otorga a su poesía nuevas resonancias. Que ésta no es una afirmación gratuita puede verse en el comienzo del poema “Yo misma fui mi ruta”, anteriormente citado (I, 87):
Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisora
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante (…)
Como este poema, la poesía de Julia de Burgos funda una voz que, más allá de su modernismo tardío, nace de la ruptura. Whitman escribió en sus Hojas de hierba: “¡Durante cuánto tiempo nos engañaron! / Trasmutamos ahora, / nos apresuramos a huir / como huye la / naturaleza”. Menos optimista, la poeta portorriqueña nos dejó estos versos al final de su ruta: “Se me torció el deseo de seguir a los hombres, / y el homenaje se quedó esperándome” (I, 88).
Ese homenaje llegó tarde, pero afortunadamente llegó. No sabemos si Julia de Burgos encontró el verso que había perdido, pero gracias a esta magnífica edición nosotros podemos encontrarnos con ella.
