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Portada de "Palabra en dúo"

Actualización: 24/01/2012

Susy Delgado

Ñe’ êjovái (Palabra en dúo)

Por Laura Demaría

 

“La palabra no es un sonido vano”, Gregorio Gómez Centurión.

 

Bruce Chatwin en Los trazos de la canción llevó al papel la creencia de los aborígenes australianos de la Creación a partir de la voz. Nada existía hasta que no era nombrado (cantado). Ni una piedra, ni el agua, ni el cielo. Según esta leyenda el hombre, al encontrar un juego de letras y sonido concreto para cada elemento, se convertía en creador y cómplice de lo que la naturaleza y la vida habían puesto a su alrededor. No bastaba la vista para confirmar una existencia. Tampoco el tacto. Era necesaria la voz, la palabra para sumar realidades y componer una canción hecha a medida donde cupiera el universo. Los seres y las cosas.

En esa misma línea de natividad, surge la obra de Susy Delgado (San Lorenzo, Paraguay, 1949), cuya visión terrosa da forma a un sentimiento inclinado. A algo que tiene más peso que el recuerdo: la vida (lengua) que transcurre en un pasado que reivindica volver, cerrar un círculo, amasar lo que flota en el limbo de la memoria para volverse estímulo y precisar, así,  una forma de ver el mundo y celebrarlo. Una suerte de reconciliación entre la geografía y la espeleología.

Esta recopilación de su poética seduce por su valentía y su limpieza formal, por su fidelidad a una civilización y a una cultura, que asiste, con igual atención, a la evolución de las cosechas y a la transmisión de unos hitos. La suma de los trazos seleccionados en Palabra en dúo es un canto profundo y bello donde conviven el paisaje y la cartografía humana. 

En Tesarái mboyve (Antes del olvido) Delgado libera la “voz guaraní”, como  un ciclo natural  que lucha contra el silencio (“sola se ha quedado la voz/ en la tiniebla”), contra lo extranjero (“quien va a Buenos Aires/cambia enteramente/ya no conoce el Paraguay,/ habla en otra forma, /y si acaso vuelve/ nos desprecia…”). Contra el deseo (“no me provoques demasiado, /ten cuidado,/ pues cuando menos lo esperes/ vas a encontrar de repente/lo que buscas, niño”) y el rencor (“mi cama ya no es tu cama, señor”) . 

La escritura de Susy Delgado es una garganta por donde fluyen la evocación campestre, la conjugación de la naturaleza y el devenir de la existencia. Es un lugar mental que necesita reavivarse, lo demuestra en Tatayp’ype (Junto al fuego), como si fuera una espita, un proceso de combustión y cenizas. Del presente al pasado. De la pobreza a la ausencia. Del alimento a la muerte. A la niñez. Todo ocurre en torno a “ese fuego pobre/donde florece el hogar”, donde “florece, /madura;/ hierve /y se derrama/ el amor”.

La poeta se aferra al habla como a la vida, como un trabalenguas que se condensa en “cosa vieja,/ habla vieja, /habla vacía”. La palabra frente al silencio. El silencio como preámbulo y síntesis, la saliva que permite a la lengua en Ayvu membyre (Hijo de aquel verbo) pulir la palabra y su brote. “Cosa callada/que está por hablar/a través de mi habla”. 

Susy Delgado abandera que la lengua es un ser vivo que se desarrolla en función de los sentidos, de la herencia y del hambre y la sed que tenga un pueblo. Precisamente por eso en Purahéi pynandi (Canto descalzo), Ñe’e jovái (Palabra en dúo) y Parahéi jopara (Canto diverso) indaga y se preocupa por cómo debe mostrarse para llegar, contar, hacernos sentir. Porque la lengua es la esencia del tiempo, de lo que se soñó y se seguirá soñando, de cuanto ocurre y puede heredarse a través de la palabra regresada porque “en sus fragores se consume/la nana de una madre,/ el canto de un poeta/ y el rezo de una antigua,/anónima y oscura muchedumbre”.

En esta antología, Susy Delgado pide la paz y la palabra para y por el guaraní, desbrozando toda la belleza, el amor y el dolor que (esta lengua) posee. Parte de la pureza original para reconstruir la memoria de su lengua y su empleo, primero con la mirada puesta en el español, para ir poco a poco tomando altura, consiguiendo volar libre, en una métrica llena de colorido y vitalidad que devuelve al guaraní toda su magia. La esencia de aquel trazo primigenio en forma de sonido, tal y como narraría Chatwin, “de los seres totémicos legendarios que deambularon por el continente en el Tiempo del Ensueño, cantando el nombre de todo lo que se les cruzaba por delante -pájaros, animales, plantas, rocas, charcas- y dando vida al mundo con su canción”.

 

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