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La palabra que se deja ir

La palabra que se deja ir

Actualización: 17/05/2013

Francisco Ruiz Udiel

La palabra que se deja ir, por Sergio Ramírez

Por Sergio Ramírez

"De su exactitud para planear las cosas, doy fe porque trabajamos juntos de manera muy estrecha". 

 

LA PALABRA QUE SE DEJA IR

Sergio Ramírez

 

No se suele planear en Nicaragua lo que uno pretende hacer con tanta anticipación metódica.  Pero Francisco tenía su lado exacto y previsor en la vida, y nunca dejaba de hacer lo que se proponía. Cualquier cosa que fuera.

 De modo que convenimos con mucha anterioridad que la presentación de su libro  Memorias  del agua, que primero se iba a llamar Hierba de abril, sería el jueves 3 de febrero a las 6.30 de la tarde en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica. Yo escribí el prólogo de ese libro en enero del 2009, es decir, hace dos años. Pero antes, quiero insistir en la exactitud con que Francisco organizaba sus compromisos. Éste es el mensaje que le envió a René González, presidente del Instituto, acerca de la presentación de su libro:

 

Querido René:

Confirmo entonces, para reservación de espacio, que me gustaría hacer la presentación de mi libro Memorias del agua, el jueves 3 de febrero, a las 6:30 p.m., en el INCH. Sergio Ramírez ya confirmó que él hará la presentación.

Ese día también quiero proyectar dos videos que me hará Israel Lewites de un par de poemas. Así que, si es posible, necesitaré lo siguiente:

-Pantalla para la proyección.

-Proyector.

-Audio (ya vi que está).

-Si es posible una laptop con lectura de DVD.

-3 micrófonos (Uno para autor, otro para Sergio Ramírez y otro para representantes del FORO e Inch).

-Tres bases de micrófonos para mesa.

-Una mesa y cuatro sillas donde estarán: Francisco Ruiz, Sergio Ramírez, Cairo Amador (Foro) y René González (INCH)

Quedaría pendiente de avisarte los requerimientos que me solicite Moisés Gadea, que imagino no son tan difíciles. Serán tres canciones.

 

De su exactitud para planear las cosas, doy fe porque trabajamos juntos de manera muy estrecha. Francisco fue una imagen de mi propia juventud. Aventura, pero también responsabilidad. Ruptura, pero también rigor.  Los romanos solían marcar con piedra negra los días de infortunio, y con piedra blanca los días venturosos. El día en que encontré a Francisco queda marcado en mi vida con piedra blanca.

Siempre estábamos planeando todo de antemano, con mucha antelación. El equipo de nuestra revista Carátula se reunió la última vez el 23 de diciembre a las 4 de la tarde. Todos fueron puntuales. Francisco, que llegó acompañado de Ulises, siempre juntos, Antonina, y Javier Sancho Mas. Aprovechamos que había venido Javier desde Barcelona, y así nos veíamos todos las caras, ya que como ésta es una revista virtual, todo lo hacemos y lo organizamos desde lejos. Desde cualquier lejanía donde estemos, juntamos todo, y la revista sale muy en tiempo cada vez.  Y cuando digo cualquier lejanía, digo cualquier lejanía. La distancia, por ejemplo, que hay de aquí a una estrella que nunca ha existido. Allí donde la nada es nada. Francisco le responde a Alfonso Cortés:

 

No metas tu mano

En la hendidura oscura

Cuando cierre mis ojos,

No encontrarás el mundo allí adentro…

 

Pero tenemos que hacer correcciones a los planes trazados, Francisco. Ningún plan es infalible. Ni aún los tuyos. Vamos a dedicarte, muy a tu pesar, y a pesar del pesar de los pesares, el próximo número de Carátula.

Si este muchacho tan cumplido al que voy a extrañar para siempre, y que se confesaba conmigo como si yo fuera un cura de aldea, fue capaz de hacer que sus planes salieran como él decidió que salieran, pues yo también pienso ser igual de cumplido,  y vamos a presentar Memorias del agua tal como él lo dejó planeado, sin faltar las tres canciones de Moisés Gadea. Están todos cordialmente invitados  a esa presentación el día que escogió, a la hora que escogió, en el lugar que escogió. Yo la tengo en mi agenda, y nadie va a borrarla de allí.

 Ahora quiero leer el prólogo que escribí para ese libro, porque en esas líneas está lo que pienso de Francisco como poeta, y en esta medianoche en que las releo, vísperas de su funeral,  y las inserto en estas hojas, pienso también en que la poesía es un holocausto, y una hecatombe, si alguien la convierte en parte de su vida, y de su muerte:

La poesía de Francisco Ruiz Udiel está situada en un punto tenue, de difusos resplandores, entre el sueño y la vigilia. Es el momento en que la conciencia se prepara para el despertar, o bien regresa al sueño, y entonces las palabras adquieren esa sustancia que es a la vez moldeable, con la cera de las abejas doradas que zumban en el sueño mismo, y a la vez fugaz. Y es esta fugacidad su cualidad más permanente, las palabras que huyen y van dejando su rastro, y que el poeta busca apresar. Son las palabras que han hecho ese largo viaje desde las cavernas siempre misteriosas del cerebro dormido a la mano que despierta para atraparlas, o para atrapar las sombras que suelen vestir su bulto bello. 

No hay prefiguraciones en esta poesía, no hay carta de marear que fije de antemano las rutas. La mano obedece a la cabeza que no acaba de despertar y disfruta de la calidez imprecisa de la penumbra, recogiendo fragmentos de la belleza hecha trizas, porque la poesía es también eso, recomponer lo entrevisto, rehacer la figura imaginada y vuelta a perder en la imaginación, memoria y olvido hermanos siameses. Es entonces cuando sabemos que desde  ese universo vasto e íntimo que nunca se da abasto a sí mismo, nos llegan ecos múltiples de sensaciones que sólo la mano del poeta recupera hundiéndola en su propia cabeza, ansias y desvelos, amores que nacen y que se pierden, caminos por recorrer que se sueñan como recorridos, viajes que apenas empiezan por otros caminos que parecen ya tan viejos, paraísos perdidos por los que se entra a través de la boca del infierno dejada atrás toda esperanza. También los mares tenebrosos que se necesita recorrer en espiral antes de alcanzar Ítaca en el barco de ébano tienen siete círculos, y mientras tanto dura el viaje el vino se espesa en las vasijas y será suficiente para darnos la embriaguez por todos los días que nos quedan. Dionisos es el copero de Ulises y las vides de ese vino sólo crecen en el misterioso jardín de las Hespérides. Pero el poeta es la vez Ulises y Dionisos, el viaje y la embriaguez que juntos son la poesía.

La poesía, nos dice Francisco en sus líneas y entrelíneas, es siempre un viaje en la penumbra de las palabras. Se lo recordaba Rubén Darío a Valle Inclán en la crónica onírica que escribió sobre el viaje fantasmal de ambos a Santiago de Compostela, una peregrinación al más allá de los sueños hijos de la vigilia. El viaje a Ítaca, el viaje a Citeres, el viaje a Compostela. Y el viaje de dos poetas en un tren que cada vez se vuelve más oscuro mientras el ruido del mundo se apaga; el viaje que se hace caminando debajo de una escalera para llegar a una ventana que da a una puerta que da a un abismo, todo porque una vez que naces, te pierdes; y el viaje, por fin, al último infierno, sacando fuerzas de la desesperación y de la desesperanza, que se inicia de madrugada en la plaza de una ciudad muda junto al mar que resuella en la distancia, un viaje ciego este último bajo el fulgor de las estrellas perdidas en el cielo más distante que pueda imaginarse.

El único sentido que tienen las palabras es dejarlas ir para buscar luego como atraparlas en el largo viaje sin consuelo que es la poesía, y por el camino sin nombre Francisco va dejando sus huellas sobre la arena.

 

Un largo viaje sin consuelo. Qué extraño que ese prólogo, escrito tras la lectura y relectura de los poemas de ese libro, hace dos años, trate de un viaje. El viaje a Ítaca, el viaje a Citeres, el viaje a Compostela. Hoy debo agregar dos viajes más. Primero, el viaje por las aguas del río Leteo, que según la mitología griega es uno de los ríos del Hades, el reino de los muertos. ¿Qué anda haciendo un muchacho de treinta y tantos años apenas navegando esas aguas, que son las aguas de un río de viejos?

Por el Leteo corren las aguas del olvido. En El coloquio de los Centauros de nuestro padre Rubén, Medón dice:

 

.

¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia

Ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.

Es semejante á Diana, casta y virgen como ella;

En su rostro hay la gracia de la núbil doncella

Y lleva una guirnalda de rosas siderales.

En su siniestra tiene verdes palmas triunfales,

Y en su diestra una copa con agua del olvido.

A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.

 

 

 

 

Una copa con agua del olvido, aguas del río Leteo.  Una vez pregunté a Ulises Juárez  y a Francisco por qué habían puesto Leteo como nombre a la editorial que ambos fundaron,  y no recuerdo cuál fue la repuesta que recibí. No importa. Pero Francisco, que tan bien cumplía las tareas que se proponía, y poco se equivocaba, ha caído aquí en un error porque olvido para él, no habrá de ninguna clase.

Y me queda el último viaje al que quería referirme antes de terminar.  El viaje que Orfeo hace al reinado del Hades en busca de Eurídice. Orfeo, el primero de los poetas en la historia de la humanidad, es el que canta en la noche sin estrellas, y desciende a las entrañas del misterio y de la muerte en busca de Eurídice, es decir, en busca de la poesía. Porque la poesía es Eurídice.

Como ha descendido a los abismos Francisco, en busca de la palabra que falta.  Un poema suyo se llama Equipaje para bajar al infierno. El infierno no es ningún lugar de expiación, sino el reino del Hades, no hay que olvidarlo. No se baja al infierno por causa de la culpa, sino por el canto, como Orfeo:

 

Tenía tantas ganas de morir

Que se durmió con

Dos monedas en la mano

Y un diccionario griego

 

Es lo que deja dicho Francisco en uno de sus poemas.

¿En qué mundo vivió? En el mundo de las palabras, y vivió por las palabras, el oficio más peligroso del mundo. Y como siempre estamos  regresando, el viaje al Hades es el mismo viaje a Ítaca, y eso lo escribe el mismo Francisco, el que se va y el que regresa, el que parte y el que se queda. Como Ulises, como Orfeo:

 

Me canso de despertar,

La luz me hiere cuando ver no quiero.

El viaje a Ítaca nada me ofrece.

Si hubiera al menos un poco de vino

para embriagar los días que nos quedan

embriagar los días que nos quedan

que nos quedan.

 

Ahora, empieza el viaje. Empecemos su viaje.

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