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Portada de Fin de gira, de Laura Gómez Palma

Portada de Fin de gira, de Laura Gómez Palma

Actualización: 05/04/2012

Laura Gómez Palma

Fin de gira

Por Mariano Peyrou

"Todo libro –toda escritura, toda lectura- es un proceso. En el caso del último libro de Laura Gómez Palma (Buenos Aires, 1970), esto resulta más evidente que en otros debido a que lo procesual aparece en el nivel temático."

 

La experiencia y la ilusión

 

Fin de gira
Laura Gómez Palma
Ed. Huesos de jibia
Buenos Aires
2011

 

Todo libro –toda escritura, toda lectura- es un proceso. En el caso del último libro de Laura Gómez Palma (Buenos Aires, 1970), esto resulta más evidente que en otros debido a que lo procesual aparece en el nivel temático. Fin de Gira está dividido en tres secciones que se articulan dialécticamente: desde un punto de partida simbolizado por La puerta, pasando por un trayecto o una aventura, que aquí se llama Mil velas, hasta una síntesis o destino (por supuesto, provisional), el Fin de Gira.

 

La puerta

 

De este lado de la puerta está lo cotidiano; del otro, estará lo excepcional. La calma dialoga y negocia con la intensidad. La primera iluminación –la primera síntesis- llega a través de lo cotidiano, de la repetición, de la monotonía, de la lentitud, cuando uno se confunde con el entorno (“musgo que crece / desde los pies”). Esto sucede porque lo que aquí se sugiere es que vemos cuando no miramos nada en especial; entonces toda la experiencia se condensa en una palabra que crece, que se ensancha, que se desplaza de un modo imprevisible por un territorio conocido.

En el poema que abre el libro aparecen diversas palabras-clave que abrirán la puerta de la experiencia que aquí se refleja, del lugar desde el que se escribe, de la complicidad del lector. Desterrada y fugitiva son dos de ellas; así comienza la caracterización del sujeto de estas páginas, su discreto y elegante autorretrato. Este sujeto mira su vida y emplea distintas herramientas para interpretar distintas zonas. Por medio de la racionalidad se abre la comprensión del pasado, y a través de la intuición se exploran las posibilidades del futuro. El presente no existe. En la cotidianidad, el presente es débil, tenue, leve; lo excepcional, en cambio, es puro presente.

La apertura, entonces, no tiene que ver tanto con llaves o ganzúas como con la palabra. La apertura es a la vida pero también a uno mismo, a los océanos interiores tanto como a los ajenos. Y es la palabra lo que abre la puerta. Ábrete, Sésamo.

 

Mil velas

 

Se abren la puerta y el mundo y comienza el trayecto. El trayecto, el movimiento, se constituyen sobre un deseo, es decir, sobre una carencia (“quiero atravesar la escena”; “elegir una voz / para salir del agua”). Mirado desde el otro extremo, el trayecto se funda sobre una meta, sobre una fantasía (“toda la noche labrando finales / volviendo del frío / para decir los pájaros por fin”).

Durante el trayecto surgen preguntas (“dónde estaremos después”) que se desactivan de inmediato (“no importa”) porque el trayecto consiste en sumergirse en la incertidumbre o al menos en surcarla, aunque constantemente acecha la tentación de un orden, de un futuro vislumbrado, de las promesas, de la estabilidad al cabo de horas, días, años (“no importa”), como si se pudiera aprender algo, como si algo importara. Ésa es la fuerza de lo nuevo, de lo próximo: el conflicto y, de nuevo, la necesidad de la síntesis de lo que se opone. Asistimos como espectadores –también la voz que habla- al combate entre el placer y la felicidad, que se presentan como percepciones, como conceptos.

¿Y el amor? El amor es del origen, del punto de partida y de la meta, pero sobre todo es del trayecto. El encuentro de dos miradas construye un nuevo contexto, otro escenario, otro marco donde cada cosa adquiere un sentido distinto y múltiple; lo que es y lo que podría haber sido, planos que se cruzan y que sostienen un sistema de dudas y de ilusiones. La propia voz es un instrumento que habrá que aprender a tocar. La música es un adiestramiento. La música es también una emancipación.

 

Fin de gira

 

El retorno a la casa abandonada, el fin del trayecto, también supone una recapitulación. Lo mismo es otra cosa. Hay una ganancia epistemológica, que toma la forma de una pregunta: “¿el camino / es una y otra vez mi casa al anochecer?”

Lo cotidiano, después de lo excepcional, es otra cosa. La casa ya no está quieta, se confunde con el camino, se extrema, y todo –incluidas las unidades temporales- tiende hacia sus límites: diciembre o el anochecer. Se instaura otra relación entre la proximidad y la distancia. Estar cerca no es lo contrario de estar lejos, es una forma de estar lejos (“alejándose de todo / lo íntimo como la voz / que deviene estremecimiento”).

Dicho de otro modo: la lentitud tiene otro pulso después de la velocidad. La estabilidad tiembla y se tambalea continuamente. La experiencia retorna como un rumor y las predicciones –miedo y deseo- vibran y se agitan. Toda experiencia, toda ganancia, implica una pérdida: como mínimo, se pierde la posición anterior, con todo lo que siempre tiene lo anterior de ingenuidad y de anhelo, de apertura y limpieza. Con estos materiales, en parte y necesariamente desgastados, se construye el pasado, el relato del pasado. Después de la experiencia (“todo lo que no fue no será”) también se construye el futuro, y ahora ya no sólo con deseos y fantasías, también con añicos, con restos, con el polvo en que se fundamenta la ilusión de haber vivido.

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