Estás en: Enrique ...

Ilustración de Juan Vida

Autor referenciado en el Monográfico de:

Actualización: 17/02/2012

Enrique González Martínez

Por Jesús García Sánchez

"(...) buscó una poética de la profundidad, de la intimidad, meditando continuamente sobre el origen, la evolución, las formas de los seres humanos y de las cosas, reflexionando y profundizando sobre las sensaciones, los sentimientos humanos y penetrando en las honduras del alma"

La búsqueda de nuevos caminos

Tuércele el cuello al cisne

Principio y fin del mar

Es Enrique González Martínez (Guadalajara, México, 1871-1952), el último de los poetas modernistas, o es su verdugo, el precursor de los posmodernistas? Muchas y muy diversas lecturas ha tenido su conocido soneto Tuércele el cuello al cisne. Así Octavio Paz defiende que no se opuso al modernismo si no que lo matiza y despoja: "Al despojarlo de sus adherencias sentimentales y parnasianas, lo redime, le otorga conciencia de sí mismo y de su oculta significación. González Martínez asume la originalidad mexicana del modernismo, esto es, lo convierte en una conciencia y lo enlaza a una tradición. Así, no es su negador, sino el último poeta realmente modernista que tuvo México en el sentido en que fueron modernistas Darío y Lugones en América, Machado y Juan Ramón Jiménez en España. A partir de González Martínez serán imposibles la elocuencia parnasiana y el desahogo romántico". Afirma Paz que en realidad lo que tuerce es el cuello a la elocuencia discursiva de los parnasianos; pero en cualquier caso sigue la duda de si es un punto final o punto seguido para el modernismo. José Emilio Pacheco, el más claro
y agudo estudioso de las poéticas modernistas, coincide con Paz en que sólo expresa una actitud favorable a eliminar adjetivaciones suntuosas y superfluas, como ya había intentado Amado Nervo: "lo que hizo González Martínez fue subrayar los elementos simbolistas en detrimento de los rasgos parnasianos que prevalecieron en la etapa anterior".
Maestro, médico y diplomático, destinado a España de 1924 a 1931, provinciano de clase media, buscó una poética de la profundidad, de la intimidad, meditando continuamente sobre el origen, la evolución, las formas de los seres humanos y de las cosas, reflexionando y profundizando sobre las sensaciones, los sentimientos humanos y penetrando en las honduras del alma. Su autobiografía lírica, como señaló su compañero y amigo Pedro Henríquez Ureña, "es la historia de una ascensión perpetua". Una ascensión en escalera de caracol en busca del yo más íntimo, de la serenidad y de la rectitud en busca del más estricto y austero sentido de la vida y del más profundo meditar. Su reacción contra el arte poético exótico y vano, del preciosismo atractivo y trivial, se acerca al apesadumbrado búho, símbolo de la meditación y la sabiduría. Ya sólo le preocupa el entendimiento de su yo íntimo, su integridad ética y su fortaleza moral.

 

La búsqueda de nuevos caminos no le hizo renegar de su educación y formación modernista, pero -insisto-, sí de su solemnidad y de sus formas fáciles, huecas y empalagosas en las que se había estancado, de su pomposa retórica.
Pretende donner un sens plus pur aux mots de la tribu (Mallarmé) y en palabras de J. J. Tablada : «con los vocablos que todos empleamos hace su propia música como hacía con la vulgar avecilla el conoplasta (sic) griego, vasos de impecable armonía. En esos vasos de exquisito gálibo vierte el poeta los licores de ese ingenio que son a veces miel llena de aromas florales y de música de abejas; agua sonora y emperlada; perfumes evocadores de cosas muertas o vinos dionisiacos que a veces recelan el choque de los sistros y en otras la sangre de un místico martirio."
Fue miembro del influyente grupo Ateneo de la Juventud, que se consideraban
discípulos de Bergson, pero sobre todo humanistas que insistían en la necesidad primera de la educación del pueblo y que sugerían volver la mirada a sus tradiciones nacionales. A este círculo tan prestigioso concurrían los nativistas Diego Rivera, Martín Luis Guzmán, etc, y también Vasconcelos, Henríquez Ureña, etc., y el eminente Alfonso Reyes, que hace una observación exacta y precisa de González Martínez: "El poeta sale al mundo, se asoma a la naturaleza, hojea los libros, saluda a los hombres, cultiva un poco su vida diariamente y luego huye, por los senderos que sólo él conoce, hacia el sagrario del silencio. Allí tienen que acabar todas las poesías, porque el alma mismo enmudece. Allí llega con el tesoro de sus visiones recién robadas, corrige los valores, los pesa; y el alma asimila calladamente las nuevas emociones, y así va creciendo en perfección". La labor del Ateneo fue eficaz no sólo en el plano literario, ya con ella quedó preparada en México la verdadera y actual cultura
de Occidente, arrinconando las falsas tradiciones académicas y aprendiendo de las nuevas tendencias. Redescubren a Platón, leen a Kant, toman en serio a Nietzsche y destapan a Schopenhauer. Desempolvan la literatura española, y el propio González Martínez traduce a Samain, Lamartine, Poe, James, J. M. Heredia etc. Las semillas para una nueva literatura ya están plantadas.
Aunque el cuello al cisne se lo podía haber quebrado algún otro poeta contemporáneo, pocos lo podían haber ejecutado con la exquisitez verbal de la que hace gala González Martínez, una perfección labrada con la constante depuración formal que supo mantener la concisión expresiva, la austeridad verbal y sobre todo el sentimiento emotivo. Pero todo esto no era lo que más han ensalzado los poetas posteriores, sino su intimismo y su sobriedad, su humanidad y su integridad artística y humana. Poesía transparente ("y todo mi pasado y mi presente / se volvió luz... Se me apagó una tarde / y hoy vivo de la sombra de la ausente..."), poesía de amor devoto a la naturaleza y al alma humana, llena de melancolía y de una nostalgia que bien se refleja en estos versos suyos: "sueño con una vida bella como un paisaje [...] donde todo parezca un melodioso canto".

 

Tuércele el cuello al cisne
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda... y adora intensamente
la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...

Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.

 

Principio y fin del mar
                        I
Yo soñé con un mar recién nacido,
un mar deshabitado y en reposo,
un transparente enigma silencioso
huérfano de vaivén y de sonido.

Un insólito mar ensimismado
en su impoluta soledad, despojo
de un cósmico dolor, y por el ojo
de una insondable eternidad llorado.

Un aura de quietud besando apenas
aquel prístino mar cuya tersura
desperezaba su inocencia pura
sobre la castidad de las arenas.

Agua en preludio sideral dormida,
agua sin navegantes y sin peces
que un ósculo sutil rozaba a veces
cual tímida promesa de la vida.

Líquida calma sin asombro humano
que sondara el misterio de la hondura
ni abrazo que alargara la insegura
y trémula caricia de una mano.

Planicie sin arruga y sin ultraje
bajo un aire que besa y que no riza,
doncellez de cristal que se horroriza
de la posible violación de un viaje.

Agua sobre la tierra sin pecado
-sin noche, sin ocaso, sin aurora-
y que del gran delito previsora
fuera como bautismo anticipado.

Diamantina quietud, claro y risueño
espejo de sí propio, paraíso
de la fuente y el rostro de Narciso
ya juntos en la imagen de su sueño...


                    II
Y vi que el agua se tiñó de rosa
y fue la desnudez ruborizada
que siente de improviso la mirada
que en su regazo virginal se posa.

Rasgó las nubes y asomó tras ellas
el primer sol inaugurando el día,
y al mirar que en las ondas se perdía,
hubo un nocturno sollozar de estrellas.

Malignos dioses atizaron fraguas,
cumbres hostiles desataron vientos,
y herida de pavor en sus cimientos,
la tierra retembló bajo las aguas.

Zarparon barcos al romper la aurora
entre revuelos de azoradas aves
mientras en la cubierta de las naves
vuelve su carga el cofre de Pandora.

Tiende las manos y el peligro advierte
la turba que sorprende la partida,
y en el mural de rutilante vida
su faz exangüe dibujó la muerte.

Corren las quillas levantando espuma
por los ignotos ámbitos marinos,
y el cebo de dorados vellocinos
oscila entre las mallas de la bruma.

Al insomne compás de los remeros
que abordan islas y divisan montes,
hay un largo desfile de horizontes
y un mirífico pasmo de luceros.

Cubren los cielos signos y presagios
que auguran riesgos y predicen odio,
y suenan de episodio en episodio
romances de tormentas y naufragios.

Trampas de escollos y traición de arenas
ensayan alaridos y canciones:
sirenas que cautivan corazones
y Andrómedas que lloran sus cadenas.

Tras verdes lomas, el azul engaño
esconde Circes que al incauto embrujan,
y hay gruñidos de piaras que se estrujan,
y balantes vellones en rebaño.

Un día, por lavar la pestilente
raza mortal, desbordase iracundo;
mas en el arca que renueva un mundo
se salva la maldad con la simiente.

Se abre después como una roja herida,
guarda al semita y al egipcio traga;
mas por el mundo el redimido vaga,
errante can sin amo y sin guarida.

Horno vital y vasto cementerio,
engulle muertos, y su alquimia estulta
resucita lo mismo que sepulta
en sus laboratorios de misterio.

Al soplo de huracán que todo arrasa,
se estremecen las aguas, y en el fondo,
como un amago temeroso y hondo,
el pez blindado de la muerte pasa.

El olímpico rayo, que saeta
fuera letal en pecho de titanes,
con brote submarino del volcanes
empina lavas y a las nubes reta.

Su norte pierde el hierro de la aguja,
y al garete de brújula perdida,
zozobra la galera de la vida
que azota el crimen y el dolor empuja.

En morbosa avidez, sin que le estorbe
salvadora deidad, el hombre inquieto
rompe y divulga el eternal secreto
que marca el ritmo en que se mece el orbe...

Vi la euritmia del átomo violada
y consumirse el corazón del mundo
en una gigantesca llamarada.
El mar sobre el planeta moribundo
fue una lágrima azul evaporada.

Share this