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David Bustos

Actualización: 24/01/2012

David Bustos

Poemas El parque de los venados, El templo ha abierto sus puertas Hespérides

El parque de los venados

El templo ha abierto sus puertas 

Hespérides

 

 

El parque de los venados

Después de 49 días de meditar bajo una higuera
Después de mortificarme con frío, sueño y hambre
Después de observar la línea azul del deseo en el cielo
Después de escuchar cómo los animales comían de mi cuerpo
Después de escuchar a los ciervos caminar entre las hojas secas del bosque Después de haber perdido la huella del Tathagata en la neblina de mi mente Después de nacer, enfermar, envejecer y morir
Después de abandonar a mi esposa Yashodhara y a mi hijo recién nacido Rahula
Después de gozar a mis tres concubinas y vencer en una guerra de la que nadie tiene noticia
Después de las pulsaciones de mi corazón y la higuera
Después del lenguaje y el deseo
Después de que la luna y el sol salieran al mismo tiempo
Después de las cosas y entre las cosas
Después de vivir por 29 años en Kapilavstu
Después de pertenecer al clan, la casta, la rama, la confederación de las tribus
Después de que mi padre me ocultara en los salones y jardines de su palacio
Después de renunciar a mis vestiduras y raparme la cabeza
Después de vivir en el paladar del bosque más profundo de la tierra
Después de ver danzar desnudas a mis tres hijas entre llamas de fuego bajo la nieve
Después de Cristo y antes de Cristo y el perfume de la sangre
Después de que las preguntas sobre la flecha, el arco y arquero, fueran respondidas
Después de comprender que la paz es el epílogo de la confusión
Después de perder el peso y la estatura
Después del desierto y la voz de las piedras
Después de esto y lo otro y en el principio
Apago mis palabras como si se tratara de una vela
Humedezco mis dedos con saliva
Abro los ojos.  

El templo ha abierto sus puertas

La Virgen del Rocío yace agrietada por los cuatro costados,
la línea de sotos, la lluvia en las esquinas de los techos
sus puntas torcidas destilan
como timbales, madera húmeda, palo santo,
olor a leña quemada. El bosque de letras,
el gran libro de agua abre sus islotes, archipiélagos,
viento blanco, escarcha.
Me froto las manos, el templo ha abierto sus puertas.
La cabeza rasurada, el kimono desteñido y los pies juntos,
el mentón paralelo, uno las manos, dejo caer mi ropa
saludo al sol, el musgo prolifera.

El maestro llega con el té de jazmín a tiempo.

Namasté. Hoy ha comenzado la primavera, allegro
y los pianissimos escurriendo desde las cornisas.

El cuervo reconfigura su vuelo, se detiene en el aire, reposa en una estaca de arrayán.
El bosque de letras, el templo, la reescritura de los sotos.
El verde limón, el limonero.
El olor a leña quemada, bajo la vista, mis ojos permanecen abiertos.
El té de jazmín abre las fosas nasales, la garganta se despeja,
el silencio encuentra su lugar en otra parte.

Una flauta dulce caracolea notas,
luego las siete campanadas, la Virgen del Rocío, el libro de agua,
el sol, la reflexología,
el calor, el vapor, el brote de los nenúfares,
la curvatura del puente japonés.
Paseo con mi bastón de punta nacarada.
La escudilla huele a romero,
las cuatro estaciones sucediendo simultáneamente.
Un arcoíris se marca de a poco en el cielo, la nieve cesa,
la escarcha se quiebra con los primeros rayos de sol, el paso de las sombras de las nubes.
Saludo al sol con los empeines pegados al piso,
de un salto cruzo las piernas por el arco de mis hombros,
doy gracias, bebo mi té de jazmín, rodeo
la porcelana con la yema tibia de los dedos.

Los pies son una voluta de raíces azules,
mis brazos abiertos y quebrados se mecen con el viento,
escucho a los queltehues graznar rasantes en la hierba.

Mientras, un bosque húmedo despierta dentro de mí.

 

Hespérides

Barro las hojas de un templo desierto:

La diosa de la fecundidad agrietada en cuatro costados
inclina una sombra sobre el lunar de su pie.
Los últimos peces del Lago Ligustino mutaron
en ratas que socavan y socavan
estampas del país de los seguidores del lucero.

Barro las hojas de un templo desierto
la escoba pelecha, adelgaza.
Las manzanas de oro caen machucándose
allá y acá en los jardines.

La Virgen del Rocío ha muerto, un espacio
húmedo verdoso se llena y decrece
con los hurtos del tiempo, un charco
refleja un aeroplano que surca el crecimiento de la yerba.

Se ha hecho de noche en el templo
las campanas deslizan gotas de rocío
sobre la luz se han fugado la salidas
el momento encuentra su silencio en otra parte.

Junto las palmas apunto con los dedos
hacia un cielo descompuesto por la nieve
se pigmentan los paseos que despejo.

La escoba adelgaza entre mis manos.

 

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