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Walter Cassara

Actualización: 05/07/2012

Walter Cassara

Poemas  Oedipus Tyrannus (Lowry), Vi el cielo Garcilaso y El paseo del ciclista

Oedipus Tyrannus (Lowry)

¿Habrá existido, entonces,

el Oedipus Tyrannus?

No recuerdo más que un castillo

de proa, oscuro y húmedo,

al que escapaba

todas las noches para estar a solas

con el rugido del mar.

Deseosamente aguardaba

esos minutos, cuando la nave convertida en

taberna de iluminados,

marchaba acéfala

con dirección al oriental zafiro. El mar

perplejo no tenía fin, como un ataúd liviano

nos mecía en sus brazos…

Cualquier puerto

--Haití, Singapur--

era el mismo puerto

donde siempre esperaba,

olvidado, el mundo.

 

Crudo Vi el cielo Carcilaso

Vi el cielo Garcilaso

una tersa pradera

aguas puras

un campamento de jóvenes desnudos

almas como pequeños putti

subidos a los árboles

ninfas vestales en la fuente

y la monja Mectilde salmodiando

SACRUM SACRUM

ILUMINATIO COITU

Vi la tierra Garcilaso

yermo mental cubierto de asfódelos

 

El paseo del ciclista

¿Cómo agotar esa ilusión que es el cuerpo,

sino encarnándola? Estar a un mismo nivel

que la energía que se desprende del cuerpo,

totalmente conectado con sus fluidos,

sus latidos... ¿ Hay algo más hermoso y cruel que esto?

 

Bajo por la ribera, como un topo horadando,

hasta donde termina el arroyo; delicia del sillín

y de la posición oblicua que corta al bies

un viento helado. Nada podría detenerme.

¿Fingir que no lo sé? Ya es tarde, estoy

en mi emboscada, el deseo como una piedra

atada al cuello me arrastró a este lugar,

y harían falta varias vidas para saber qué significa

ese jeroglífico espejado en la carne.

 

Todo lo que percibimos son incrustaciones,

como ripios en el camino que sacuden

nuestro sopor, pero no alcanzan a despertarnos.

Cuatro calles, las mismas que hace veinte años

conspiran bajo el óxido y la mansedumbre,

manteniendo en vilo nuestra imaginación

para un viaje que nunca emprenderemos

por falta de entusiasmo y de valor

o porque ya estamos parados en el nervio

de la tragedia, a unos pocos metros

de donde soñábamos llegar.

 

Un modo de rodar que es no moverse del sitio,

como en la fábula de los eleatas, y sin embargo estar exhaustos,

sedientos, vencidos por el destello perezoso de los cuerpos,

exhalando una curiosidad por la vida que en nada

 se parece a eso: rótula, plexo, ligamentos

y toda una averiada liturgia familiar.

 

Doblar siempre a la derecha

con las manos escarchadas sobre el manubrio

y un miedo a no sé qué atravesado en el esternón,

algo como una voz hablándote al oído, en una clave

que conocés demasiado. Una palabra más

y esta ligera aleación de grafito se volatiliza.

 

No hay ni un piel roja, pero al movernos sentimos

 que podrían estar allí, asediándonos tras los arbustos,

con la promesa de un enfrentamiento, un zumbido en la ataraxia;

como afrontar un paseo de media tarde, y pedalear, pedalear

hasta el colapso, impulsado en la incongruencia de las olas

el vaivén de los pies distrayéndote del cielo enrojecido sobre tus párpados.

 

Traté de imaginarme el desenlace perfecto, sin redención

ni llamas;cobayo alucinado trepidando en la rueda de los ciclos;

me dolían las rodillas, chillaba en un tono alegre y neutral.

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