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Portada de Ventanas encendidas, de Fabio Morábito

Portada de Ventanas encendidas, de Fabio Morábito

Actualización: 05/06/2012

Fabio Morábito

Ventanas encendidas

Por Rafael Espejo

"Es decir: Morábito no canta, cuenta. La lírica no sirve a su propósito: plantear instantáneas de lo que no se ve. Y para ello encuentra magníficos atajos poniendo en tensión el discurso, exprimiéndolo sin retórica". 

 

VENTANAS ENCENDIDAS. Antología poética, Fabio Morábito. Edición de Juan Carlos Abril. Visor, 2012.

Con Ventanas encendidas, y a través de la selección propuesta por Juan Carlos Abril, Fabio Morábito presenta en España un amplio y surtido escaparate de su obra, cuatro libros publicados a lo largo de 27 años: Lotes baldíos (1984), De lunes todo el año (1992), Alguien de lava (2002) y Delante de un prado una vaca (2011).

Empezaremos por el principio: Morábito nació en Alejandría, en 1955. Siendo aún niño emigra con su familia a Milán, donde reside hasta los 15 años, momento en que, nuevamente obligado por el destino laboral de su padre, ha de trasladarse, esta vez a Ciudad de México, donde reside desde entonces.

Pues bien, en los poemas de Ventanas encendidas uno puede distinguir las huellas de ese complejo itinerario que irremediablemente lo aboca a una suerte de intemperie interior y exterior, según intentaré explicar ahora. Digamos que sin esa conjunción biográfica no habría brotado este poeta, o no de la misma manera. Porque el manejo de un idioma que no es el materno propicia giros que tapizan con un brillo raro a las palabras, matices fortuitos que modifican sorpresivamente la trayectoria del discurso. Y ese peregrinaje, además, ese vivir a la intemperie de sucesivos países y pisos de alquiler imprime en la formación de su carácter un sello de perpetua extranjería, y no sólo de carácter nacional: la extrañeza de habitarse en tercera persona cuando escribe en un idioma (el español) que no es ni el propio (italiano) ni el materno (árabe): “Y si al hablar cometo/ los errores de todos,/ me digo: soy de aquí,/ no me ensuciaste en vano” (p.24). Tanta mudanza intelectual, entonces, le obligan a reconstruir la realidad, a inaugurarla por segunda, por tercera vez, a asignar a cada cosa un nombre nuevo, a modificar los códigos internos del proceso reflexivo, etc.; y así es de verdad difícil enraizarse a unas señas de identidad estables. Porque la sensación de ser “alguien que en todas partes/ se siente un extranjero” determina gran parte de una ética y estética convergentes, de manera que todos los textos quedan vertebrados en mayor o menor medida por una triple fractura (lingüística, geográfica, cultural) que les insufla un ánimo entre descreído y melancólico: “Mi verdadero lujo/ es este: haber nacido/ donde no he de volver jamás,/ casi no haber nacido./ Cuando me muera,/ si he de morir,/ me moriré más lejos que ninguno.” (p. 122).

Pero Morábito no sólo entiende el lenguaje como regla para medir la realidad sino también como herramienta de precisión para sus construcciones literarias. Son recurrentes las alusiones explícitas, desde el directo del poema, a su manera de escribir, alusiones a los profundos vínculos que el poeta establece entre su estilo y sus, digámoslo así, pruebas fenomenológicas, proyectando juntamente conciencia y método en los objetos que diagnostica. Y viceversa: jugando a la búsqueda de sentidos se adentra en esos referentes, se incorpora a ellos, a su lenguaje: “Los árboles se mueren de madera,/ y el fuego,/ que compendia en un minuto años de pájaros,/ años de hormigas por las ramas,/ conoce solo un idioma: la madera,/ y no sabe nada de los árboles.” (p. 124). Estoy por jurar que Morábito no ve estrictamente, sino que imagina lo que ve. Así una mosca, un lote baldío, una tubería, una jirafa, el mar, una lata de cerveza, una lagartija, un cactus, una pared, la lava, pájaros y árboles o un columpio, por citar algunos ejemplos de su sobrio imaginario, no son sino lanzaderas para unas proyecciones especulativas que van mucho más allá del objeto en sí, y de paso mucho más adentro. Y no es esa toda la dificultad del número, pues esos correlatos sin prestigio y de algún modo esencialistas (por contraste, además, con lo existencialista del yo) van insertos en un discurso asumidamente prosaico, irónico y fabulístico. Es decir: Morábito no canta, cuenta. La lírica no sirve a su propósito: plantear instantáneas de lo que no se ve. Y para ello encuentra magníficos atajos poniendo en tensión el discurso, exprimiéndolo sin retórica. A propósito del refrenamiento como una de sus principales marcas de autor dice Juan Carlos Abril en prólogo: “detrás de la aparente sencillez de un lenguaje que busca coloquialidad o indaga en los registros de la rutina, se esconde una parábola diaria y un ejemplo de vida.” (p. 11).

He apuntado antes que a Morábito le basta con imaginar que mira, que su gusto por la fabulación abre insospechadas puertas a la realidad, que su imaginación siempre encuentra alguna grieta por la que colarse y pasar al otro lado, el de la trascendencia de lo familiar o cotidiano. Si una mesa cruje, por ejemplo, “Es la madera/ que recuerda/ viejos brazos.// Y que recuerda/ que reverdecían.” (p. 96). Como también celebra sus vecindades porque “a través de las paredes/ que nos unen y dividen/ escuchan mi silencio y lo agradecen.” (p. 114). O “reforma el aire del cuarto con un rezo” (p. 148). Desacredita así la realidad a secas para preñarla de fantásticas posibilidades, pero sin solemnidad ni postración, antes al contrario, haciendo gala de una ironía que no es recurso sino carácter, seña de identidad que late al fondo de todos los poemas: [mientras espera a su hijo en el patio de un colegio] “Abro la llave de una tubería,/ pero no sale agua./ También el agua estudia,/ por lo visto,/ y solo sale en los recreos” (p. 127). Sea como sea, Morábito se da gustosamente a la caza y el adiestramiento de ideas que transformen, o por lo menos compliquen, el mundo. Lo importante es estar alerta a lo que pasa, aunque en apariencia no esté pasando nada. Lo importante es saberse a uno u otro lado de las ventanas encendidas: sus faros, su tormento, su ración de vouyerismo, una nueva oportunidad para el entendimiento, para la comunión, etc.

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