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Portada de Un invierno propio, de Luis García Montero

Actualización: 24/01/2012

Luis García Montero

Un invierno propio

Por Joaquín Sabina

Reseña-recomendación del último libro de Gacía Montero, firmada por el músico madrileño, amigo y compañero de "bolos literarios" del autor.

En los últimos años he tenido a menudo el placer y el honor de presentar sucesivas entregas poéticas de Luis García Montero. Así fue con Vista Cansada, su penúltimo libro de versos, y luego con esa maravilla en prosa novelada sobre la infancia de Ángel González en la Asturias de los mineros, las revoluciones, el hambre y los moros que trajo Franco. Nadie como él, que había recogido y paladeado y mimado cada suspiro del querido maestro durante tantos años, podía haber defendido tan amorosamente su legado. Así es que, entre eso, los bolos literarios que a veces hacemos mano a mano y unas cartas cruzadas que hemos comenzado a escribir para el diario Público, a uno se le va quedando el tintero sin palabras de tantas que ha usado para celebrar el inagotable arte de nuestro poeta, que es de lo que se trata otra vez hoy. Porque de celebrar se trata, entre ustedes, mis amigos, como tantas otras veces, el milagro de la palabra encendida, de la metáfora imprevista, del verbo hecho otra vez carne más que dispuesta a habitar entre nosotros. De celebrar que se editen, que se sigan editando, primorosamente, libros de poesía, con la que está cayendo. Porque esta colección Palabra de Honor, de Chus y de Luisito y de Juan Vida, está ya haciendo historia con su catálogo ejemplar, su periodicidad sin desmayos y su criterio que no es otro que la altura de miras y la excelencia como único horizonte a ambos lados del Atlántico. Felicidades pues a Chus y a Luis por este Invierno Propio. Y a los lectores de Luis que no paran de crecer y que hallarán aquí al García Montero de siempre pero también al nuevo, al último García Montero, que tampoco para nunca de crecer hacia adentro y hacia fuera, consolidado ya, desde hace rato, como el mascarón de proa de la todavía joven Poesía española de este siglo y gran parte del otro. He dicho joven, sí, porque, a pesar de haber cumplido los cincuenta y haberse prejubilado de la cátedra, maldita sea, para desesperación de sus alumnos, no ha dejado un segundo de pelear ni de aprender ni de militar ni de afinar los instrumentos de su estilo inconfundible ni de defender su poesía con su vida y su vida con su poesía. Y, además, porque a la verdadera poesía, si merece tal nombre, no le pesan los años, siempre es contemporánea. ¿O acaso envejeció Jorge Manrique? Porque de ahí viene y de Lope y de Quevedo y de Bécquer y de Machado y de Rubén y de Juan Ramón y de Neruda y de Alberti y de Cernuda y de Ángel González y de Jaime Gil de Biedma. Y va, sin dejar la plaza pública, hacia el fondo de sí mismo, donde las palabras de la tribu se encienden y se transfiguran en verdadera, perdurable, auténtica poesía. Da la impresión, leyendo a las hornadas de novísimos, que están ganadas, pese a quien pese, aquellas viejas batallas a favor de la nueva sentimentalidad o de la poesía de la experiencia. La prueba, por si faltaba otra, es este poemario. Empezando por la construcción: esos aforismos que titulan cada poema y que son tan inquietantes de puro destilados. Y el primer poema en primera persona, tan singular y tan valiente. Y ese montón de fogonazos por los que uno mataría. Por ejemplo: Reservamos la mesa igual que se medita sobre un futuro próximo. O bien: Nadie puede bañarse en lágrimas dos veces en el mismo aeropuerto. O: Sin padres, sin hermanos, un cuaderno secreto y un corazón de lluvia iba a escribir la historia de mi vida. O: La poesía sólo existe como una forma de orgullo. O: A veces los insomnios se comportan como trenes pacíficos. O: Los hombres tristes que tienen en sus ojos un café de provincias. ¡Qué cabrón! Y todo eso sin despeinarse, verso a verso, libro a libro, y sin caer en el malditismo o en el elitismo o en el panfleto o en el popularismo o en el manierismo o en el narcisismo o en el sectarismo,, con el que alguna vez, le atacaron los sectarios. Dueño de una maestría técnica, de un conocimiento de la tradición y de la modernidad y de una auto exigencia que lo vacuna contra cualquier clase de bisutería retórica, contra cualquier fuego de artificio. Porque el fuego que alimenta sus poemas haciéndolos tan compartibles, tan comunicables, tan imprescindibles, se llama emoción verdadera. Y tan lejos de la torre de marfil y tan cerca de la calle, del bar, del aeropuerto, del espacio público que, con tanto ardor, defiende, y con esa voz tan propia que se ha convertido ya en tan nuestra porque celebra el amor y la amistad y los hijos y los trenes y las risas y la noche y las maletas y los taxis y rescata lo más digno del pasado y no mea en la sopa de los pobres y pelea por un mundo menos sórdido, más noble y más decente. A todos los poetas les gusta ser cantados. A él también. Y lo ha sido y lo es y lo será más cada día. Porque a sus versos es muy fácil ponerles melodía. La traen ya de fábrica. Basta con escuchar atentamente sus acentos. Llevan su propia música. Y no, no es tan obvio, hay demasiados poetas, algunos muy buenos, que parecen alérgicos a la música. A Luis le sobra. Sus alejandrinos, sus endecasílabos, sus octosílabos, sus pies quebrados piden a gritos y encontrarán, ya lo veréis, una guitarra. Ojalá sea la mía. Uno no quiere vivir en un país donde se apaga CNN+ y se enciende Gran Hermano. Uno quiere vivir en las páginas de Un invierno propio.

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