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Sólo el azar, de Darío Jaramillo Agudelo

Actualización: 24/01/2012

Darío Jaramillo Agudelo

Sólo el azar

Por Mariano Peyrou

Mariano Peyrou firma la reseña del último poemario de Jaramillo Agudelo, ilustrado por Alejandro Corujeira, cuyos poemas poseen una fuerza que reside "en la sugerencia, en la musicalidad y en la aventura espiritual derivada de la incertidumbre"

A los lectores familiarizados con la obra poética más reciente de Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, Colombia, 1947) tal vez les resulte sorprendente este libro que, sin embargo, conecta tanto por el tono como por el tema con otra serie de poemas publicada por el autor en 1995, Del ojo a la lengua. Es muy significativo que en ambos casos se trata de poemas que van acompañados por obra gráfica. En el caso de Sólo el azar, a cada poema corresponde una ilustración del artista argentino Alejandro Corujeira (Buenos Aires, 1961).

En clara oposición a los libros de poemas de Jaramillo en los que domina un planteamiento mas explícito, aquí encontramos veintisiete textos breves -muy breves, en algunos casos- cuyo sentido no resulta evidente y cuya fuerza reside en la sugerencia, en la musicalidad y en la aventura espiritual derivada de la incertidumbre.

Parece lógico que si uno se propone expresar algo que sabe o cree saber y que, en cualquier caso, no le plantea ningún problema epistemológico, recurra a un lenguaje y a un tono que faciliten la trasmisión de lo que quiere decir, que fomenten la recepción del material temático intacto, limpio, tal como lo concibió el autor; y que si, por el contrario, uno se dedica a explorar un tema o una sensación o un campo semántico que no le resulta conocido, que no acaba de entender o que puede llevarlo lejos por medio del movimiento del significante y a través de las asociaciones y la imaginación, el lenguaje y el tono que se impongan sean más ambiguos, menos transparentes.

Este segundo caso es el que se da en Sólo el azar. La voz que nos habla adopta una posición humilde, austera. Es una versión actual de la docta ignorancia. Al confiar en una estética semejante, el autor demuestra una gran sabiduría: ésa es la única manera de nombrar el misterio del deseo, de los movimientos contradictorios y violentos del deseo, y de dar cuenta de la confusión que se apodera del deseante lúcido, que quiere o no tiene más remedio que observarse en el proceso por el que su identidad va perdiendo solidez y se va alterando. La satisfacción del deseo, para empezar, es tan frustrante y desestabilizadora como el deseo no cumplido; la distancia que hay entre quien deseaba y quien ha cumplido su objetivo es inmensa, uno se desdobla ahí, se desconoce, mientras que la insatisfacción tiene el valor de lo permanente. El deseo satisfecho plantea preguntas -¿Somos uno solo, fragmentado, / cada pedazo rodando distinto, / partes de un cardumen?- y genera extrañeza -El instinto es ceguera- mientras que la pura frustración, en contra de lo que pueda parecer a primera vista, nos reafirma aportándonos cierta unidad.

Todo surge de esa multiplicidad, de esa distancia con respecto a uno mismo; en mi lectura, el principal deseo que se filtra por todo el libro es el de entender y explicar la propia incomprensión (¿Quién roba mis gestos? / ¿Dónde respiran los hombres que tienen mi cara y mi ademán?). No se intenta entonces solucionar la incomprensión por medio de un determinado conocimiento, ya que se asume que estamos ante una clase de incomprensión estructural, incurable, sino que el objetivo es asumirla, para lo cual hace falta entenderla -entender, si no sus causas, al menos su carácter; si no sus mecanismos, al menos sus consecuencias-, para lo cual hace falta nombrarla.

El problema -lo interesante- es que no hay un referente que se pueda nombrar, sino una sensación, una palpitación de algo que no se alcanza nombrándolo, de un espacio donde se funden lo sensual y lo espiritual (... unos silencios clamorosos / en sus ansias de ser labios).

De este modo, a partir de una contradicción inicial, de la ambivalencia del deseo, se van desplegando múltiples contradicciones, los distintos niveles en que funciona el libro: la contradicción entre lo que se puede conocer y lo que no, en un primer momento (¿Por qué escribir la noche / si nadie podrá encontrar el signo?), y entre el conocimiento racional y el conocimiento intuitivo (A tientas, / tratando de agarrarlo todo / -manera única- / tortura de la visión que la palabra evade), más adelante, para desembocar en otro plano: asistimos a la descripción, a la anotación, a la inscripción de un proceso, y todo proceso de este tipo remite al proceso de escritura, por lo que el libro puede leerse como una hermosa poética que defiende ese espacio donde se confunden la causalidad y la casualidad. Sobre este tema, conviene recordar lo que cuenta Safranski sobre el viaje iniciático de Herder#:

Todavía buscaba la lengua adecuada para captar el ir y venir interior. La razón, escribe, es siempre una "razón posterior". Trabaja con conceptos de causalidad y en consecuencia no puede comprender el todo creador. ¿Por qué? Porque los procesos causales son previsibles, pero los creadores no. De ahí que Herder busque un lenguaje que se ajuste a la misteriosa movilidad de la vida; y que más que conceptos busque metáforas. Muchas cosas sólo se perfilan, se insinúan, se barruntan.

[...] y modelar nuevamente los nombre / con una arcilla dócil siempre, / capaz de cambiar / a medida que se transforma el contenido, escribe Jaramillo, también en su viaje iniciático, en el segundo poema del libro, decantándose por un lenguaje que se ajuste a la misteriosa movilidad de la vida. Y así renuncia, desde el título, a los procesos causales y previsibles: Sólo el azar nos dará luz, / sólo el azar o algún designio que ignoro.

Lo que se nombra aquí, por lo tanto, lo que se perfila e insinúa, es una serie de elementos que forman parte tanto de una relación amorosa como de un proceso de autoconocimiento o de escritura: la crisis de identidad, con la percepción de lo propio como ajeno y el reconocimiento a través de la extrañeza (volver siempre, / obstinado, / a la palabra que te saca de ti); el carácter intuitivo de las decisiones que se van tomando (A tientas, / tratando de agarrarlo todo); la intermitencia y la precariedad de las certezas (Por instantes / la constelación está completa [...] Bajo destellos cazan / la acción y el verbo). La escritura como una de las formas del amor, o el amor como una de las formas de la escritura.

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