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Actualización: 15/01/2013
María de los Ángeles Camacho Rivas
Sencillez y cotidianidad
Por Juan Carlos Abril
"Días de bromelias es el primer poemario de María de los Ángeles Camacho Rivas (Patillas, Puerto Rico, 1969)".
CAMACHO RIVAS, María de los Ángeles (2011). Días de bromelias, Prólogo de
Marioantonio Rosa, Washington: The Latin Heritage Foundation.
Juan Carlos Abril
Sencillez y cotidianidad
Días de bromelias es el primer poemario de María de los Ángeles Camacho Rivas (Patillas, Puerto Rico, 1969) y, como era de esperar en la publicación de un libro de poemas por parte de alguien que sobrepasa los cuarenta años, se trata de un libro maduro y de una poesía que no ha tenido que pasar por los filtros de la juventud y los arrepentimientos post publicación. Camacho Rivas, aparte de su labor como poeta, por la que es conocida y por la que ha recibido numerosos premios, y su participación activa en festivales internacionales, comenzando por el Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico, del que forma parte de su junta directiva, es cuentista y agitadora cultural, compaginando su labor didáctica como maestra con la animación radial y la difusión literaria, entre otras labores.
Días de bromelias ha aparecido en una editorial estadounidense al calor de The Latin Heritage Foundation, y es un libro que habla de la cotidianidad con sencillez, por eso el primer poema comienza con la palabra «Hoy», estribillo que se repite en todo el texto —un «son» al más puro estilo caribeño, en palabras de Marioantonio Rosa en el prólogo— y que al margen de otorgar un ritmo se convierte en una afirmación de voluntad de vivir, un leitmotiv o eje del libro: el presente. Uno de los poemas que podría erigirse como una poética sería este:
BASCULAR
Esas cositas vitales para la anatomía
como las uvas, el arroz, el pan o el café
nunca deben ignorarse
esas cosas que te van domando lo interior
como el agasajo, el paisaje o lo extraordinario
jamás deben ser constantes
esas cositas te nutren
la risa y pulen la piel
esas cositas te reviven […]
(p. 23)
Otro de los poemas que podríamos citar aquí o reproducir sería «El café nuestro de cada día» (p. 26), que al margen de las referencias claras a la religión —tan presente allá trufada en todas las cosas, atravesándolas, mezclándose con ellas— se erige como un canto a esos momentos felices en los que nos tomamos un café, ya sea en el trabajo, los amigos, moneda común de cambio.
Compuesto por tres equilibradas partes en cuanto a número de poemas, cada uno de estos textos es una suerte de «día» en el acontecer de la cotidianidad caribeña de la autora. Recordemos que la bromelia es un género americano —originario de Brasil— de plantas perennes y que se llama comúnmente con el mismo nombre a plantas de otros géneros de la familia bromeliaceae. Sus flores tienen un cáliz muy profundo, son muy llamativas y en su hábitat natural se desarrollan en las plantas de los árboles, por lo que tienen algo de planta «parásita» o, dicho en otros términos no peyorativos, planta «inteligente». Un par de apuntes más: el género fue definido por el botánico sueco Olof Bromelius, de quien toma su nombre. Algunas culturas indígenas aprecian mucho su fibra y la usan como base de su economía. En España, por tanto la bromelia es una flor —podría decirse— casi completamente desconocida (aunque es cierto que se cultiva aquí en Europa, en interiores), pero en las culturas caribeñas forma parte de la cotidianidad. Exóticas y preciosas y con muchísimas variedades, se encuentran en los más insospechados lugares, arraigadas en cualquier sitio, en el mobiliario urbano, y también, por supuesto, cultivadas. En Días de bromelias se dan todas las condiciones para que la flor posea esa naturaleza feraz y exuberante clásica de las plantas y la vegetación de la tierra caliente. En ese sentido es abundante la lluvia, como en «Escampa y no lloverán guijarros» (p. 27), o «La lección de lluvia» (p. 31), entre otros textos, a la que no le puede faltar mucho sol: «Estoy armada hasta los dientes / calentando el sol en mi lengua» (p. 19), estableciendo un paralelismo entre el sol que nutre la tierra y el que nutre al poeta en su dictum, enraizando ene l propio lógos y en la naturaleza de la poesía, la palabra, la lengua; y «Se hermana a todos los soles / de todas las historias» (p. 48) en ese clima cálido y húmedo propio de allá, que hace que las plantas se reproduzcan casi a borbotones, que todo crezca de manera voluptuosa, en pocas horas, como fermentando. En «Oda a la vida», uno de los poemas más importantes del libro, a través del amor al mundo la poeta dialoga con la otredad, enriqueciéndose con sus dones simples, con aquellos alimentos terrestres de los que hablara André Gide: «En tu mesa brindan / todas las copas / todas las aguas / todos los frutos» (p. 59).
Concluimos, pero hay que subrayar que nos encontramos sin duda ante una poesía terrestre y telúrica, como un torrente verbal pero que a la vez no deja de preocuparse por los detalles y los matices, que brota del temblor del mundo y de la tierra, del movimiento infinito que nos nutre sin que en muchas ocasiones seamos capaces de percibirlo. Estos poemas nos ponen en contacto con esas corrientes que nos transitan, con esas fuerzas que nos conforman y que, además, nos dominan. Por eso la aparición de la naturaleza, la aparición de frutos en Días de bromelias es una constante, y si hay que entender la flor como un símbolo erótico —evidente mucho más en el contexto en el que nos situamos—, qué podríamos decir de los frutos, que es la consumación de nuestros deseos, la pulpa voluptuosa que nos configura, como en «Bitácora de tu estadía»: «No hay mesa, ni cama, ni suelo sin tu árbol […] si me dieran guayabas o acerolas / llorarían la penumbra de mi boca // he comido mangó con las manos / y chorrean en ellas su jugo de fruta fresca; / lo mismo pasa en mis adentros» (p. 73). Frutos o riqueza material de la tierra hechos poesía, que María de los Ángeles Camacho Rivas nos acerca con sus palabras.