Estás en: Querido ...

Actualización: 24/01/2012

Luis Muñoz

Querido silencio

Por Juan Carlos Rodríguez

Poesía del silencio

La metafísica de la presencia

El perfil de las cosas

 

Como ustedes saben Cernuda tituló Perfil del aire a su primer libro, que sin embargo nunca apareció con ese título en La realidad y el deseo. Yo podría titular estas breves líneas sobre el último libro publicado por Luis Muñoz, Querido silencio, podría titular digo, Perfil de la presencia, por motivos que espero que queden más o menos claros a continuación.

 

1.- En primer lugar quisiera evitar equívocos, una ambigüedad que quizá el propio Luis haya buscado a propósito. Titular un libro Querido silencio resulta evidentemente un juego para que los cretinos que nunca faltan lo incluyan en el marbete de la llamada poesía del silencio. Lo mismo podría haber jugado con cosas como "querido diario" o algo así, porque a Luis Muñoz le gusta desafiar en títulos, como sus anteriores El apetito o Limpiar pescado, pero resulta que si uno abre el libro por la p. 31, donde habita el poema titulado precisamente El silencio, uno se encuentra directamente con esa imagen de lucha o desafío. Puesto que se abre diciéndonos en serio "El silencio es un papel secante". Y se construye a través de dos imágenes: "la idea de ser / lo más feliz posible" y "el vacío del vaso de querer compañía". Se trata, pues, de decir eso y sólo eso. Una lucha, insisto, contra sí mismo y por supuesto contra lo que el formalista ruso Eichembaum llamaba la palabra fanfarrona o los revolucionarios fanfarrones (y perdóneme que diga que Eichembaum decía que esa era la lucha de Lenin contra las grandes palabras revolucionarias fanfarronas, las huecas, las falseadas). Y creo que podemos estar de acuerdo en que hay y ha habido mucha poesía fanfarrona y muchas palabras huecas en poesía. Pero es curioso: porque para Luis Muñoz el silencio es el doble exacto de la soledad. El intento continuo por partir de cero, aunque siempre arrastremos lo que nos ha pasado antes, lo que viene desde un atrás lejano (y parafraseo versos suyos). La soledad es trágica y la tragedia poética consiste en alcanzar el nombre exacto de las cosas. Es decir, Juan Ramón. Y a Luis no le importa mezclar a Juan Ramón con la hoja de un repollo. Lo que hubiera llevado de inmediato a Juan Ramón al sanatorio más próximo. Pero que nadie piense que este es un libro trágico. Es un libro de autotristeza y autoironía. En suma, un libro sobre los límites. Por sobre todo la muerte. Fijémonos en la forma de dar vida a la muerte, el límite por excelencia, claro está. El título como casi siempre es un apóstrofe expresivo a posta, lo que todos decimos: "Maldita muerte". Pero luego resulta que no, que la muerte es la salsa de todos los platos, que la muerte es la única manera obvia de darle sentido a la vida: "Pensé que me estorbabas / pero no. / Como parte del juego / ... / haces que todo vibre y por delante / dejas que sea el tiempo". Es fantástica esta dialéctica entre el tiempo que arrastramos a cuestas, desde atrás, como vida que hemos vivido, y este otro tiempo que se nos abre hacia delante, hasta el último límite: "Dejas que sea el tiempo", que en el fondo es una interrogación o un apóstrofe, no hacia la muerte sino hacia nosotros mismos. El tiempo está ahí delante, el que te dejan ¿qué vas a hacer con él?

 

2.- El desafío o la lucha con el tiempo y su espacio, o sea, con la palabra exacta de las cosas, es pues el sustrato básico del libro, que es en efecto un libro ontológico, de presencia plena. Durante mucho tiempo la llamada metafísica de la presencia estuvo en desuso, estuvo fuera de moda. ¿Por qué? Eran los tiempos posmodernos, y Heidegger había dicho que el ser se había ido y los posmodernos americanos decían que la realidad no existe, que sólo existe el lenguaje. Sin embargo Luis Muñoz restablece por completo esta metafísica de la presencia, esta verdad plena de los cuerpos y las cosas. Pero sobre todo de la raíz de las cosas, de su base. Así en otro poema que se titula Hace mal tiempo y que se sustenta sin embargo en ese espacio de la raíz, de la base en que viven las cosas. Dice Luis: "Base de realidad, / sé mi amiga". Pero fijémonos de nuevo en cómo cada concepto es una imagen y cada imagen un concepto que vive. ¿Qué importa del mañana? El calambre, o sea, la intuición de palparlo con la mano. ¿Qué importa del sueño? Su tallo, la raíz de donde surge. ¿Qué importa de la piel? El pájaro que pica, que late por debajo de ella. ¿Qué importa de la noche? Su pez, lo que nada con la noche o desde cada noche. ¿Qué importa de lo alegre? Su foso, otra vez su base, su real hondura o su negrura que flota abajo. Por eso el poema se lee así: p. 81. No se trata, pues, de la poesía del silencio en absoluto, ese marbete que se basaba en la ausencia de realidad, sino de asentarse en la realidad hasta los tuétanos. Exactamente igual que en el poema titulado En un túnel, quizás el mejor dibujo de lo que estoy esbozando: leer p. 27.

 

3.- Pero la dialéctica ausencia/presencia cobra otro aspecto definitivo en la poética de este libro. Amor y poesía son palabras muy serias y por eso Luis Muñoz no suele prodigarlas. Sólo un pequeño síntoma. Es curioso que al deseo erótico casi siempre le llame "ganas", "tener ganas", según solemos decir coloquialmente y como recuerdo que decía Gil de Biedma, "un día sí y otro sí", como escribe Luis Muñoz en el poema dedicado al pueblo portugués de Culatra. Pero tampoco la presencia de las cosas se nos ofrece aquí como algo rotundo, y por eso he querido definir a esta presencia de las cosas como un perfil de las cosas. Luis Muñoz es muy consciente de que se vive "como si nada / fuese mío del todo". O en la penúltima estrofa del espléndido poema titulado Nana: "Venga el frío que lame / como un gato su herida / y los nombres de cosas se deshilen / como tu camiseta". Y los nombres de cosas se deshilen: ese es el perfil de la presencia. El presente como acumulación de instantes, de la fuga que pasa, como en el poema titulado Está en las revistas, ese pasar el tiempo como se pasa sobre el espacio en que se hojean las páginas. No sin que quede siempre un poso, una raíz histórica, como en el poema dedicado al latín, que se prolonga en sus hijas, las lenguas que ahora hablamos. La dialéctica entre tener y no tener se despliega igualmente en Después del poema o En campo de alcornoques. O en el casi naturalista Moscas pegadas al cristal de la ventana, porque afuera hace frío, claro. Qué títulos más fantásticos los de Luis. Como cuando siembra raíces para que algo crezca. O cuando se imagina el presente desaparecido: por ejemplo, las ruinas futuras donde los arqueólogos descubrirán la cotidianidad de nuestros cepillos de dientes, esa rutina que me recuerda las ruinas de las gasolineras de los mejores epigramas de Ernesto Cardenal. Como el libro entero me recuerda a Lorca, a Juan Ramón, a Eliot, a Ungaretti -por supuesto- incluso a Rubén (hay una interrogación del cisne en este libro). Y también a la flecha y la manzana de Guillermo Tell, es decir a Schiller. El otro día hablando sobre Rubén yo recordaba a Schiller y su Guillermo Tell que portaba dos flechas. Cuando el príncipe alemán le pregunta que por qué lleva dos flechas, Guillermo Tell responde: porque una era para la manzana de mi hijo y si la hubiera fallado la otra era para vuestro corazón, Señor, y esa no la hubiera fallado en absoluto. Diré por mi parte que nunca he sabido lo que es la poesía en abstracto pero sí sé que esta imagen concreta de Schiller es lo que yo entiendo por poesía. Y sin tratar de hacer comparaciones inútiles, diré también que Luis usa siempre dos flechas: una para el perfil de la presencia de las cosas o de la vida y otra para el perfil del lenguaje, el que no debe fallar. Por ejemplo en el poema sobre la Uña nueva (creo que es el primer poema que se ha dedicado al crecer de una uña en "un mundo de tenazas"). También puede cantarle a una "tripa de humo" o a los intestinos o a lo fisiológico: las metáforas de Luis Muñoz sorprenden en su fuerza corporal o en su aparente delgadez y transparencia. Por ejemplo: "Me sorprende la luz de la aguja / hasta el cristal del vaso". Y después de ese sorprende un "no puedo", un "no somos", un "me despierta". Y en medio "la oruga que come de las hojas / de los primeros días". Y se pregunta "¿Por qué?" De cualquier forma esta presencia de la vida, del perfil de las cosas, se encuentra sobre todo en el infinitivo de los verbos. Hay otra nueva dialéctica entre infinito e infinitivo como hay una dialéctica entre los límites y lo ilimitado. Pero lo voy a leer enseguida y lo explico enseguida. Son los infinitivos con que termina el libro y que tendríamos que aprender a desplegar. Es el poema final que se titula Conversación en el césped y que termina así. "Trabajo de coser las redes / de sanear la herida / de reforzar los muros / de engrasar / de reeducar / de enlucir / de quemar la basura". Esos son los trabajos que nos propone -y se propone- Luis Muñoz en sus trabajos y sus días, al final de su libro. El resto es tarea nuestra y de él. Por ejemplo aprender a leer poesía a través de este extraordinario libro de poemas

Share this