Estás en: Poemas a...

Poemas a Milena, de José Carlos Rosales

Actualización: 24/01/2012

José Carlos Rosales

Poemas a Milena

Por Rafael Espejo

Rafael Espejo firma la reseña de este canto al amor más sencillo, con poemas que él mismo define "como sesiones de yoga, portadores de secretos reveladores desde lo pequeño (una piedra en el río, unas sandalias en el armario, la preparación de un sofrito, etc.)"

Experimentar, o vivir amor, así, en abstracto, es gratis y democrático: todos, con mayor o menor frecuencia, hemos hecho excursiones al amor; pero no está al alcance de cualquiera escribir íntegramente un libro donde la experiencia del sentimiento humano por excelencia lo copa todo no desde un estado de excepción en la vida del hombre sino desde una manera de ser y estar. Los mejores poemas de todas las tradiciones celebran, o se quejan, o añoran, o describen órbitas especulativas alrededor del amor. Quien se entregue a escribir composiciones sobre ese tema lo tendrá, por lo tanto, doblemente difícil: por un lado ha de aportar algo nuevo, o personal, al tema históricamente más abordado por la poesía; y por otro debe hacerlo consciente de que se trata del tema históricamente mejor abordado por la poesía, con la responsabilidad que eso conlleva. De modo que, en ese sentido: ¿cuántos poetas héroes nos quedan? He aquí uno: José Carlos Rosales.

Con Poemas a Milena, José Carlos Rosales desafía la ley de la gravedad amatoria, no sólo consigue que ninguno de sus 43 poemas caigan como peso muerto sino que logra el más difícil todavía: sin alzar estrictamente un vuelo, los poemas quedan suspendidos en una nube zen que todo lo vela, que contagia por doquier un pequeño éxtasis de comunión y armonía. Porque los suyos son cantos al amor doméstico, al cotidiano, ese que cada día el poeta inaugura y colma. Veamos cómo.

Ciertamente el libro es, en su totalidad, un gran pero único poema de amor en fragmentos repartidos a lo largo de cinco partes, todas encabezadas por una cita del Kafka amante y transparente de su obra casi homónima Cartas a Milena. En ese magno poema, decía, propone Rosales sucesivos episodios en un viaje por cinco estaciones del amor: el amor en la casa, el amor en las cosas, el amor en el sexo, el amor en la ausencia y el amor en el ánimo. Salvo la parte central, "Sintonía fantástica" -donde el sexo motoriza al amor a otro ritmo y con otro sonido-, ninguna viene titulada, en un gesto que yo entiendo como reivindicación de un anonimato superior, como reverencia humilde que asume nuestra pequeñez ante las dimensiones expansivas del objeto amor, inaprensible en su totalidad a los dispositivos y propiedades del lenguaje verbal (y que aquí, en cualquier caso, ya tiene nombre: Milena).

"Me estoy enamorando, todavía/ me estoy enamorando", dice Rosales en "Tiempo largo" (p. 16). Enamorarse despacio, con celo, como se forjan las obras de arte. Porque así visto, el amor (obra de arte viva, en marcha, milagro silente de lo cotidiano, talismán que salva la conciencia del errante estático) se cumple en cada momento del libro, en todas sus palabras: las preguntas del poeta no piden respuestas porque siempre se felicitan por algo, los significados se recogen para implosionar serenamente en la realidad. Si el amor entra en casa para quedarse, el mundo viene con él, y es entonces que se establece una complicidad absoluta y, por qué no, cósmica; los ojos de los enamorados se entienden como quería Garcilaso, se dicen con sólo mirarse. Pero no desde el artificio estético del enamoramiento sino desde su oculta raigambre emocional ("todavía me estoy enamorando"), pues es así como el amor se desprende de su cascarilla primera y se alza poderoso en toda su complejidad: aquí sorpresivo pero ahí calmo, consciente unas veces y extraño otras, viejo y recién descubierto, inacabado siempre. De modo que su expresión, una vez superada la fase larvaria del flirteo, no necesita juegos de prestidigitación verbal para persuadirnos: los poemas, esa aleación de contenido y forma, exponen su discurso de manera diáfana y sencilla y cómplice, con una melodía encantadora de serpientes. Poemas como sesiones de yoga, portadores de secretos reveladores desde lo pequeño (una piedra en el río, unas sandalias en el armario, la preparación de un sofrito, etc.), cantos a la manera de la lírica de los pueblos primitivos, con profundidad emocional pero también con disimulada -o templada- exigencia intelectual: contenida, vibrante.

En esa adoración íntima, en esa ceremonia diaria desnuda de efectos especiales, en esa celebración en voz baja, digo, el amor toma cuerpo en la amada y viceversa: la amada significa el amor. Es decir: no hace falta mirar cielos altos o inalcanzables estrellas para abordar ese objeto poético que tiene la naturaleza de quien lo concibe. No encontramos, por tanto, ni tópicos ni exabruptos, antes al contrario: tan humanos son los poemas que en ocasiones vienen salpimentados de pequeñas dosis de ironía sin que se pierda un ápice de emotividad. Así concluye "Paraíso pequeño" (p. 30): "El sentido del mundo depende de tus ojos,/ y los abres, y entonces la promesa se cumple,/ y se abre el paraíso pequeño del nosotros,/ ese dulce refugio a donde nunca llegan/ sospechas o amenazas, comandantes, obispos". Se trata entonces de "Un país" contra la intemperie, un cobijo contra la dispersión y las amenazas de todo lo que proceda desde fuera de ese pequeño paraíso privado; una placenta que protege de tanto ruido exterior y que proporciona, además, una nueva y auténtica y colmada -plena- identidad a dos: "Cuando miro las cosas minúsculas del mundo,/ te miro a ti: te miro/ cuando miro la belleza del mundo" (p. 66). Pero también se cumple durante una ducha, o a la salida del cine, o hablando por teléfono a distancia: el amor no es una abstracción aquí, sino una suma de ejemplos donde el poeta y Milena son sus exponentes. Ellos dan pulso al sentimiento amoroso, lo que equivaldría a decir que ellos son sus descubridores, sus hacedores. Porque el amor no sólo se canta o se piensa, también se hace. Y así, como apuntaba antes, la parte central del libro, "Sintonía fantástica", ensaya una erótica digamos futurista: escaleras mecánicas que suben como manos, que bajan, ojos que se detienen aquí, bocas que vuelven a activarse. Un oasis sexual para el sentimiento que requiere otro tono, otra forma: la voz del sexo suena en poemas breves, sin elementos narrativos, movidos por la fuerza centrípeta de los cuerpos acoplados, con una estructura en círculos entrecortados por una lógica otra: el diálogo de los cuerpos. Si para dejarse aprehender el amor admite diferentes lenguajes, lo racional y lo sensitivo, entonces, están imantados aquí por una misma fuerza, un mismo centro de gravedad de algún modo azaroso: "todo está, todo fluye" (p. 77). Será entonces que el amor, como la vida misma, no está escrito. Y de Poemas a Milena uno sale con el convencimiento de que no es necesario que haya nada nuevo bajo el sol para celebrarlo en primera persona.   

Share this