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Papel ceniza

Papel ceniza

Actualización: 10/11/2015

Trinidad Gan

Papel ceniza, por Ángeles Mora

Por Ángeles Mora

(...) En este libro magnífico, Trinidad Gan nos presenta, como en un juego de espejos, tres imágenes: un cuaderno perdido, el misterioso autor del cuaderno (que aparece decisivamente ya en el primer poema) y la otra voz, la que poco a poco se nos va desplegando (...).

Trinidad Gan, licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, es autora de tres libros: Las señas del pirata (Cuadernos del Vigía, 1999), Fin de fuga (Visor, 2008), que obtuvo el “Premio de poesía Ciudad de Cáceres” y Caja de fotos (Renacimiento, 2009), que obtuvo el “Premio Surcos de poesía”.

Ya desde Las señas del pirata, su primer poemario publicado, Trinidad Gan estructura sus libros a conciencia, con rigor, construyendo un todo sin fisuras, un territorio simbólico donde desarrolla el doble fondo de su poesía: lo vital y lo intelectual sabiamente mezclado.

En este libro magnífico, Trinidad Gan nos presenta, como en un juego de espejos, tres imágenes: un cuaderno perdido, el misterioso autor del cuaderno (que aparece decisivamente ya en el primer poema) y la otra voz, la que poco a poco se nos va desplegando. Juego de espejos que funciona literariamente dando al libro sutileza y densidad, ambigüedad y espesor para poner en marcha la fábula o la historia que irán tejiendo para el lector estos poemas. Poemas que nos cuentan la soledad y también la belleza única de una vida. Y donde el autor del misterioso cuaderno, el perseguido por el fuego, acaba asomándose y haciéndonos señales desde cada uno de los capítulos del libro.

La ficción del manuscrito encontrado tiene larga tradición literaria. Ya Cervantes lo utiliza en el Quijote, aunque en este caso el manuscrito se compra en el mercado. Por eso Juan Carlos Rodríguez titula su espléndido libro sobre el Quijote El escritor que compró su propio libro. También Rosalía de Castro utiliza la ficción del manuscrito encontrado en su texto/ carta: Las literatas. Carta a Eduarda, que dice haberla encontrado en una cartera hallada en la calle.

Trinidad Gan no nos dice cómo llegó a sus manos este cuaderno perdido, pero en torno a este misterioso, roto, borrado, quemado cuaderno (¿no será una metáfora del cuaderno despedazado que nos va dejando a cada uno nuestra propia vida?), en torno a ese cuaderno perdido, digo, se estructura este libro. El primer poema forma parte de ese manuscrito (“transcrito del cuaderno perdido, página 1”, se nos dice). Es un poema sutilísimo, hermoso. Que nos da algunas claves enigmáticas. Quizá en sus versos esté condensado el espíritu de este poemario: ese intentar contar las heridas de una vida, de una historia, “la secuencia convulsa o lenta/ en que gira y se desvanece el mundo”. Funciona como un poema prólogo.

Después de este poema inicial el libro se despliega dividido en seis partes. La primera parte, “La secuencia”, está encabezada con dos poderosas citas relativas a la noche. Una de Javier Egea: “Otra noche pasó con su zancada oscura” y otra de Cernuda: “Y entró la noche en ti, materia tuya/ su vastedad desierta”. La noche como símbolo del dolor, del desconcierto, del caminar sin rumbo, de la huída. Bruscamente el autor del cuaderno, se nos echa a andar en el único poema de esta parte: “Ha salido de casa, roto./ Va sin rumbo. Negándose. No vuelve/ hacia atrás la mirada. Aún lleva ese cuaderno,/ notas rasgadas dentro del bolsillo, papel donde escribir”… De este modo atraviesa la escena dramáticamente, huyendo tal vez hacia la nada, perseguido por el ruido de sus botas que le suena extraño, lejano como “una primera letra en una página”, aunque el mismo lápiz que marca las letras las convierte en hoguera. Al final desaparece súbitamente dejándonos en las manos “este cuaderno en llamas”. Podemos vislumbrar tras la creación de este misterioso personaje y su cuaderno en llamas un homenaje, más o menos velado, a nuestro desparecido e inolvidable poeta Javier Egea (la autora nunca ocultó la admiración que le profesa).

Lo cierto es que los restos del cuaderno en llamas irán amalgamando, uniendo las partes en que se divide este libro, titulado Papel ceniza en un doble o triple sentido: el fuego se despide con cenizas, podríamos decir, pero también podríamos pensar en el tono ceniciento que con el tiempo va tomando el papel donde escribimos nuestra vida. O sea, el recuerdo, que es como la ceniza de lo que fue intensidad, luz, fuerza, potencia.

Nunca, pues, a lo largo del libro desaparece el rastro de ese personaje simbólico y su manuscrito: fragmentos del cuaderno se van esparciendo en cada una de las partes que lo forman dando pie a los poemas. Se mezclan, por tanto, las voces en este libro, donde el personaje poético protagonista tiene una especie de diálogo (explícito o implícito) con el autor del manuscrito, que acompaña su aventura poética de principio a fin.

En la parte II, “Letras en la espalda del mundo”, el cuaderno nos apunta: “Caen letras en la espalda del mundo./ El perseguido por el fuego/ gana orilla en la noche.” Y también: “Es tiempo de tormenta para el alma.”

Agrupa esta parte una serie de poemas espléndidos, de un simbolismo sentimental que trasciende la anécdota para ir encontrando la ruta deshilachada de una derrota y tal vez buscar una salida, un posible camino de salvación: “Diccionarios”, el tercer poema de esta parte, me parece muy significativo en el sentido de esa mezcla de voces –ese diálogo literario- de que antes hablaba: “En aquel alfabeto que yo no conocía/ me hablabas, extranjero,/ de los años pasados: deseo y literatura.// Bajo la lluvia fría vi mezclarse/ las raíces comunes de nuestros diccionarios/ y ya solo escuché arder un eco:/ dos voces conjugando la soledad vencida”. Aunque este libro lo haya querido su autora especialmente ambiguo, intensamente sugerente, con diversas líneas de fuga, como la propia vida. En esta serie encontramos poemas tan brillantes, como “Brumal”, “El fugitivo”, “Brindis” o  “La novena mujer”.

La Parte III, “la superficie de la lente” (con homenaje al maestro Spinoza incluido), está encabezada por una cita de Leopoldo María Panero y otra de Alejandra Pizarnik, que dice: “Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna”.

Son poemas metapoéticos. Reflexiones sobre escritura y vida y sus interrelaciones. Meditaciones sobre el hecho de escribir que culminan en el poema “La cesta vacía”, que es una excelente alegoría sobre la escritura y la vida. Nos narra un viaje en la madrugada, dejando atrás la noche, quizá los recuerdos, dejando atrás lo viejo que arrastramos para llegar a lo nuevo “cuando la luz que espero comienza a despertarse”. Alcanzar con el alba las orillas de un río entre “el fango de la nostalgia que entorpece mis pasos” y sentarse en la orilla limpiamente para tratar de atrapar esas luces brillantes que serpentean bajo el agua en calma. 

Para luego al volcar la cesta comprender que lo pescado, esos brillantes despojos, se convierten en máscaras, sucia espuma entre las piedras.

La IV parte, “Amor, un rayo oscuro”, está precedida por una cita de Kerouac y otra de Pablo del Águila, que dice así: “que es más fuerte el amor que la tristeza o léase al revés”. El cuaderno perdido nos deja un par de trozos de la página 9-con quemaduras… se nos aclara. Una vez más, matizados, medidos y desmedidos poemas, como corresponde a las palabras de amor: “Dejas, al rojo vivo, una palabra/ al borde de mi nuca”. Y sobre todo una invitación a la vitalidad, a quemarse en el amor. Destaco entre otros: “De la naturaleza del deseo”, “Sonámbulos, “Material volcánico, “La loba”.

La V Parte, “Papel ceniza”, que da título al libro, lleva citas de Valente, Blas de Otero y Luis García Montero (“Pero tiene la luz recuerdos que son nuestros”) Digamos que toda la tensión del libro ha ido creciendo hasta llegar aquí, a este papel ceniza, ese mapa donde va quedando escrita la vida, las sombras alargadas de nuestros pasos perdidos, donde el fuego gotea todavía sobre tu cuerpo con “ese ritmo punzante de grifo mal cerrado” para encontrarte ardiendo en la nostalgia: la soledad, los recuerdos, el pasado se amontona. Poemas como “Postales en 3D”, “Nightmare”, “Volver”, “Torre de la cautiva”, suben la intensidad el espesor elegiaco latente en todo el libro.

Pero este poema “Torre de la cautiva” aún nos guarda una última vuelta de tuerca, como si nos dejara entrever que la vida no se acaba en tus cuatro paredes de cautiva, siempre hay un extraño dentro de ti que te observa, que no descansa. Por eso es preciso emprender un nuevo viaje, volver a desconocerse. Para seguir viviendo. Es preciso buscar otras ciudades, doblar la esquina, llegar al mar (precioso poema el titulado “Esquina al mar”), atravesar otra puerta giratoria como la que aparece en el último poema del libro (“Todo esto ahora que la soledad/ es un libro de voces/ tachado por tu mano y mi memoria,/ tachado por mi mano y tu memoria…”

¿Detrás de cada máscara de vida tan sólo lo tachado?Papel cenizaes un apasionado viaje al interior de uno mismo, un mapa que dibuja el ayer en la arena quemada de un cuerpo. Así este magníficamente construido y medido libro de Trinidad Gan se convierte, además, en una meditación sobre la vida y el modo de vivirla y llevar ese equipaje que hemos ido acumulando a lo largo del tiempo: el amor, el dolor, la felicidad, las renuncias, las derrotas, el ayer que arrastramos, crece ante nuestros ojos pero también se va quemando, mariposa en cenizas desatada, como la robusta encina de la Soledad gongorina. 

 

Ángeles Mora

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