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Actualización: 24/01/2012

Edwin Madrid

Mordiendo el frío

Por Tomás Harris

Vía gozosa del erotismo

Sabiduría no exenta de picaresca urbana

Un lenguaje eficaz

El poeta Edwin Madrid es una de las voces más necesarias de la poesía latinoamericana, o de lengua española. No hablo de importante o significativo u otro epíteto vacío y halagüeño. Digo necesario, porque tal como están las cosas hoy en literatura, y sobre todo en poesía, la abundancia y la globalización nos convencen cada vez más del exceso y de la intolerante cantidad de poemas dispensables, es más, inútiles que se le suelen agregar al mundo. Lo que pasa es que ya escribir o publicar un poema o un poemario no reviste gesta, gesto, mito, lucha, pedrada, sueño o utopía. Es nada si la poesía es nada. Bueno, no es el caso de Mordiendo el frío (IV Premio Casa de América de Poesía Americana) y por eso me interesa y me interesa decir por qué lo encuentro necesario.

 

En primer lugar porque Mordiendo el frío es una vía gozosa del erotismo, de la pasión, de sus gestos y gesta, como había dicho antes que espero de la poesía y porque está tan habitado de Deseo como de pequeños relatos, relatos interruptus podríamos decir, como coitus interruptus, que en, no en su sumatoria, sino en su combinatoria, logran trazar el dibujo de una historia del deseo, y la del sujeto que lo profiere en los poemas, con una liviandad y una rapidez que sin dudad aplaudiría Italo Calvino, que las proyectaba como dos de las herencias literarias del siglo pasado (que fue el mío) para el presente (que cada vez deja de pertenecerme más); pero también acude al imaginario del lector, lo que podríamos llamar, citando un poema de Mordiendo el frío: "Postal urbana de Quito con yo en el fondo"; a nuestra peregrinación por las diferentes etapas del deseo y su satisfacción o frustración, y no pocas veces dolor, acude la visibilidad, como también la llama Calvino, haciendo que el "cinematógrafo de nuestra mente" se vaya poblando de imágenes quiteñas, bares, banderas, montañas, hoteles, urbes, autos, todo lo que se constriñe ya en nuestras urbes suramericanas.

 

Ahora bien, se podría argumentar que también la poesía urbana se daña por exceso: pero en este caso la respuesta es otra; creo que en poesía, sobre todo, no hay que olvidar las lecciones de los viejos maestros, lo que Jakobson insiste hasta el cansancio, que la poesía reside en el lado material del signo, en constitución lingüística. Los poemas en prosa de Edwin Madrid no acuden a imágenes del tipo "realismo sucio" o poemas con noches reventadas, alcohólicos irredentos y una erotomanía que se transforma, en la terminología casi freudiana de Enrique Lihn, en "erotomonotonomanía". Los poemas de Madrid son como decía transparentes, leves, y a pesar de cierta extensión narrativa poseen un aire latino, como epigramas extendidos, con una cadencia horaciana, con una sabiduría no exenta de picaresca urbana, donde además del deseo vamos iluminándonos con alusiones al Poder, la violencia, la globalización, el jazz, Quito, y, más que todo, la necesaria necesidad de dar forma y cuerpo a un imaginario suramericano, no diré posmoderno, sino contemporáneo y, sobre todo, más humanista:
"¿Recuerdas talentoso Félix a la muchacha de la librería quien nos atendía con humor? Cierta mañana la encontré en la calle más preciosa que nunca. Le invité a un refresco. Y se puso a conversar del día caluroso, también dijo que tú le parecías un tipo genial pero que no sabía cómo decirte. A ver si ahora te animas, amigo. Pues yo no regresaré por allí, dado que con esa muchacha sueño hasta con los ojos abiertos."

 

Poemas que podrían transcurrir en Quito, como en Santiago de Chile, o en Nueva York, pero donde lo que importa es el lenguaje, su ritmo, su ironía, su cadencia latina, el tono exacto que, además de las imágenes visuales, nos van configurando su ciudad, sus barrios, sus barruntos, sus olores y esa leve, pero potente carga de erotismo con un lenguaje que configura al cuerpo y sus encuentros y desencuentros de una manera nueva, ligera y necesaria. Mordiendo el frío entra así tanto en la ciudad como en los cuerpos, con un lenguaje a veces llano, a veces rugoso, pero siempre eficaz en su penetración, ya sea por la tactilidad de sus imágenes, por la rapidez de un remate, por la visión fugaz o entrevista del destino ya prefigurado de un cuerpo a punto de desvanecerse como un perfume, o la evocación constante y caliente, como la humedad del trópico, que al fin y al cabo no es de García Márquez -y que también lo es-, es de América, que prende el deseo y lo alimenta, en la memoria de muchachas siempre al borde de pubertad, a las que se les puede coger por atrás, y se arremolinan como un viento que, finalmente las disuelve en las faldas y la ropa interior que queda en los desvanes de nuestra mente. Mordiendo el frío es la crónica de los trabajos y los días del poeta, en una América que se desangra a veces, pero que también goza y desea, las más de las veces y, tal vez al ir en busca de la concreción o la imaginación de ese Deseo, estemos reconfigurando nuestra Otra Utopía:
"La muchacha olía a eucalipto y de su entrepierna salía una fragancia a mundo que retenía en la punta de mi lengua por más de una semana".

Ser eternos y gozosos por más de una semana: He ahí la consigna.

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