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Portada de Mientras el lobo está, de Eduardo Chirinos.

Actualización: 24/01/2012

Eduardo Chirinos

Mientras el lobo está

Por Rafael Espejo

Rafael Espejo reseña el último libro publicado por el poeta peruano.

Un jugador ronda en sentido contrario al de un círculo formado por el resto de jugadores que, tomados de la mano, giran mientras cantan: "Jugaremos en el bosque/ mientras el lobo no está/ mas si el lobo aparece/ a todos nos comerá./ ¿Lobo, estás ahí?". Eduardo Chirinos (Perú, 1960) elige el momento en el que el lobo irrumpe disolviendo la comunidad en individuos: la soledad del acechado en un juego como leit motiv de su nuevo poemario.

Eso explica el carácter de unos poemas de tono coloquial -apto para todos los públicos- e íntimo que abren escotillas, ventanas, puertas a la
realidad, tantas que a veces ésta se deforma adquieriendo matices surrealistas. Por eso los pasadizos ocultos no se descubren ni por medio de los sentidos ni a través de la inteligencia; por encima de la cultura, la intelectualidad o la sensitividad (que también se conjugan aquí), la llave para pasar al otro lado se la proporciona una suerte de intuición que habríamos de relacionar con un orden mental. Digamos que en Chirinos la fuerza de sus palabras radica en dignificar lo ordinario precisamente por su condición de ordinario: escenas que de acostumbradas pasan desapercibidas, momentos de los que hacen días pero no efemérides, confidencias de clase media que carecen del prestigio de la excepción. Llegados a este punto, quizá será mejor que el propio poeta me explique:

ESCENA PARA UNA PELÍCULA

"¿Cómo maneja uno los recuerdos? Yo tengo
varios que se alternan y, para colmo, varían
con el tiempo. No son organizados. Un buen
día aparecen y ¡zas! se instalan sin permiso
reclamando alguna música, si es posible
alguna explicación. Ayer, por ejemplo, tenía
siete años y entré sin llamar al dormitorio
de mi madre. La ventana daba a un amplio
jardín donde jugaba el collie, al fondo
renacía una palmera, un floreciente árbol
de papayas. Mamá se pintaba las uñas
de los pies. Parecía estar muy concentrada
y apenas me hizo caso. «¿Por qué te pintas?»,
pregunté. «Porque hoy llega tu papá». me
dijo. Y eso fue todo. No. Eso no fue todo.
Su vestido colgaba impaciente en una silla
y una cámara filmaba sus piernas (la
izquierda recogida, la derecha ligeramente
levantada). ¿Qué quería de mí ese recuerdo?
No lo sé. Si le pregunto dirá que no había
ningún collie. Que lo había soñado."
(pg. 12)

Partiendo de una idea no demasiado sofisticada -pero en absoluto baladí-, los poemas sondean las diversas capas de las experiencias que confiesan, superponen sus planos, las complican. Y lo hacen sin alardes y sin ánimo de trascendencia, antes al contrario: disimuladamente convierten el agua en vino, pero nos lo da a beber bajo la apariencia de agua.

Cada poema plantea un monólogo del poeta -cuando no un diálogo consigo mismo- ante la presencia de su amigo el lector. El poema simula entonces un discurso cercano y espontáneo que, además, no moraliza. Tal es el grado de sobriedad y refrenenamiento aquí, que cuando un motivo se aproxima demasiado a la linde de lo excelso, en seguida Chirinos se retracta: "Con algo de nieve haremos del verano/ la más oscura y fría de las estaciones" (p. 36). Y si lo considera necesario se contradice: "¿Invierno? Verdor dije. (Estoy un/ poco confundido)" (p.53). Y no le duelen prendas  en hacer con algunos finales una parodia de todo lo anterior: "Nadie quiere enterarse de que no hay/ ningún misterio, de que los perros ladran/ porque no pueden hacer otra cosa" (p. 59). El humor, o la ironía, no como conclusión, sino como la única manera fiable -parecen decirnos los poemas- de tomarse en serio a uno mismo y lo demás: "La leche brota a chorros del purísimo/ seno de María. Viejos santos la beben" (p. 38).

Si antes dije que Mientras el lobo está se ocupa en temas humildemente cotidianos, he de concretar ahora: no son los temas sino la mirada de Chirinos
lo que recubre con una pátina de modestia sus objetos poéticos, se trate de una revisión de su familia, de las posibilidades del lenguaje, de la degradación del cuerpo o de sus admiraciones artísticas. Un recuerdo de infancia, por ejemplo, con toda la carga de idealización y mito que conlleva su asunción, lo resuelve el poeta de esta guisa en "Sobre el amor y lo sublime": "(...) Sentirse/ culpable de ese llanto que volverá, años/ más tarde, a señalarnos con el dedo./ Al ridículo niño disfrazado de pato" (p. 49). De la cercanía de lo vivido al distanciamiento en lo contado, fórmula nada fácil de aplicar que aquí obtiene resultados fabulosos, de una autenticidad poco frecuente en la poesía contemporánea.

Un libro, en fin, que ensalza la magnitud -pequeña- de nuestra conciencia, del mundo que interpreta. Al menos esa es la lección que yo, voluntariamente, aprendo: lo importante no ha de inquietarnos más que lo insignificante. Y viceversa.

 

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