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Portada de Poesía completa, de Mario Rivero

Actualización: 24/01/2012

Mario Rivero y la verdad de la poesía

Por Juan Felipe Robledo

Juan Felipe Robledo reseña esta antología poética del autor también colombiano que abarca desde sus primeros libros donde la ciudad (Bogotá) es la protagonista, hasta la poesía más intimista de sus últimos años de vida.

Walt Whitman escribió poemas que nacen de lo más hondo de nuestro turbio y maravilloso corazón de criaturas erráticas, puso a hablar a los habitantes de la frenética New York y a los cazadores y leñadores, a los peones y obreros, los meseros y los hombres doloridos que forman el corazón de la América que tanto amó, con voz rotunda, y si pienso en un poeta colombiano que aprendió esa lección whitmaniana a cabalidad, y ha sabido darle fuerza a la contradictoria y potente condición de ser hombre en un tiempo degradado, ese poeta es Mario Rivero, nacido en Envigado, Colombia, en 1935.

Los versos de Rivero hablan del mundo de todos los días, de las calles de una Bogotá lluviosa y desesperada, del gris cemento y el semen en las sábanas, de la cajera de un almacén de cadena a la que se espera después del trabajo para comprarle unos "zapatos ilusión", del anodino pasearse por aceras desgastadas y -al mismo tiempo- del deseo de darle forma y memoria en el canto a aquello que parece más rutinario, más plano, más vulgar. La alquimia de la poesía nos eleva y nos permite llegar a descubrir aquello que permanecerá cuando todo se haya deshecho.

Pero la poesía de Mario Rivero se rebela a cualquier forma de encasillamiento, no se resuelve en esa gastada expresión de la llamada poesía urbana (quizás toda la poesía sea en este momento urbana), y lo que definió el carácter inaugural de su libro primero, Poemas urbanos, publicado en 1963, no es suficiente para hablar de sus versos. Las palabras de Mario en Porque soy un poeta (2000), el libro de conversaciones con Guido Tamayo que la Casa de poesía Silva publicó van en otro sentido y nos lo muestran en su compleja y poderosa relación con las palabras del poema:

este fabricar con palabras, que es presentado y visto como un estado de gracia, comienza ante todo con una ávida relación con el idioma... un apetito por las palabras, y desde allí, a partir de allí, podría venir el encuentro casi milagroso con el idioma... un apetito por las palabras, y desde allí, a partir de allí, podría venir el encuentro casi milagroso con sonidos de campana, sonidos del viento, del mar, de la lluvia, traqueteo de un tren, ramas rozando el vidrio de una ventana, sonidos que sin ser aprehendidos directamente como tales, se vuelven imágenes, fantaseo, palabras, porque el sonido que dejan en el oído es incitante... es más que el oído es el sentido atento, más humilde, más pasivo, más inmediato y remoto a la vez... implícitamente está queriendo decir... sacar a la superficie recuerdos, cosas, ecos, resonancias, ritmos que constituyen el fluir interior, la corriente de cada poema, ese quid, ese misterio, al cual las palabras solas no llegan... esas palabras que son la materia misma del poema, de las que hay que sentir y conocer su sonido, su tensión, su sustancia... incidir sobre ellas... a veces macerando.. o golpeándolas... al menos esto es lo que habría que hacer, así abstracta, hipotéticamente, no lo que yo siempre he hecho... o logrado hacer... en mis poemas, en mis versos. (Porque soy un poeta, 172-173)

Leyendo poemas suyos en estos últimos días se me iluminó un libro que no es tan citado en los estudios que sobre su obra se han hecho. Vuelvo a las calles, un volumen de 1968, tiene esa misma visión desnuda, hondamente humana y burlona, habitada por la verdad de una mirada que no embellece falsamente, pero que tampoco es cruel con los habitantes de este mundo de limitación y yerros de sus poemas, que recorre a Poemas urbanos, pero nos los ofrece bajo un ángulo de luz, piadoso, y se hacen más poderosas e inolvidables las historias de estos habitantes cansinos y desorientados de un mundo que se cae a pedazos y donde, sin embargo, el deseo y la belleza habitan.

Si hablamos de Whitman como una potencia que anima los poemas de Mario, hay que pensar también en Francois Villon y esa permanencia de las baladas medievales en sus versos, esa exaltación del mundo de los sentidos y de los bajos fondos, en poemas que nacen de una defensa devota del poder del hombre que se hace la vida con su astucia y su fiereza. Balada sobre ciertas cosas que no se deben nombrar y Baladas, sus libros de 1969 y 1980 gravitan en el mismo mundo de Poemas urbanos y Vuelvo a las calles, pero intensifican el tono perdulario, desenfadado y, además, incursionan en el versículo, en un amplio aliento que le da más sitio a su respiración.

Si pudiéramos definir el talante de los versos riverianos, yo diría que su poesía es profundamente moral, obsedida por el poder que tiene el tiempo para deshacernos y castigarnos con su crudeza, y esta cualidad adquiere una fuerza sapiencial que anima los amplios versos de V Salmos penitenciales (1999) y La balada de los pájaros (2007), esos poemas donde nuestra fratricida violencia es desnudada en su crueldad y aspereza más terribles. El corazón del poeta se compadece, sufre con las víctimas, pero también increpa, insulta, se duele, se queja a un dios distante, y nos da una lección de reciedumbre y verdad humana pocas veces conseguida por la poesía en español. Balada de la gran señora (2004) es otro libro suyo que gravita en esta misma órbita dolorida y salmódica.

Los poemas del invierno (1996), Flor de pena (1998), ¿Qué corazón?(1999), son libros íntimos, donde la desnuda austeridad de la ciudad radiografiada en sus miserias, las aventuras del rufián vital de las baladas villonescas y la dureza del moralista parecen encontrar una tregua, y las lecciones de la poesía china, la miniatura, el poema de amor (un género al que Mario se ha asomado pocas veces) y, fundamentalmente, la conciencia devastada del paso del tiempo con su dureza y sus ultrajes, se convierten en fuerzas seminales en poemas llenos de hallazgos compositivos y de una temperada sabiduría que nos conmueve, y muestra los distintos registros de la poesía de un hombre que fundamentalmente se ha definido como un "sentidor, un cuenta cosas, un husmea cosas".

Le debemos a Mario Rivero una actitud recia, un amor total por la poesía, a la que ha servido con alegría y verdad a lo largo de más de cincuenta años, y la capacidad de convocación que tienen sus versos, su cálido o lancinante poder, su despojada belleza, nos han acompañado y esperamos que lo sigan haciendo por muchos años. Esperamos que esta hermosa edición, publicada en la Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de Poesía permita una difusión más amplia de su palabra en el mundo hispanoamericano y nos lo haga vivo y cercano.

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