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Portada de Los mundos contrarios, de Antonio Lucas

Actualización: 24/01/2012

Antonio Lucas

Los mundos contrarios

Javier Lorenzo Candel

Reseña del XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, editado por Visor el año pasado.

 

EL LECTOR ES UN MEDIO. Reflexión ante la obra de Antonio Lucas.

 

El diálogo con el hombre para buscar las respuestas, las mismas respuestas que nos sitúan en el tiempo y en el espacio que ocupamos, es el compromiso de la literatura, Porque uno puede apreciar el momento de la duda y saber dónde hurgar para consolarla, asistirla y, a ser posible, superarla, es por lo que el hombre suele busca espacios para habitar entonces. 

Antonio Lucas (Madrid, 1975) se enfrenta en "Los mundos contrarios" al compromiso con la duda, con las posibles respuestas, con el hombre, para dejar un libro de búsqueda que pone sobre el papel la realidad de un mundo lleno de preguntas que van marcando hitos en el desarrollo de las civilizaciones.

"Los mundos contrarios" es un equipaje que acompaña al poeta, un peso necesario en el devenir y la razón de su existencia. En un diálogo del hombre con el hombre, a veces con la mayéutica respirando en cada página, las preguntas son la justificación de los largos poemas que Lucas nos presenta, una razón de estado que, en la primera parte a la que llama "Álbum del desconcierto", nos deja títulos como Insurrección, Cuestiones aplazadas, Secreto, Cauce del tiempo, La huída, en los que todos son planos de búsqueda en el devenir del hombre al que antes hacía alusión.

Con un lenguaje apretado, donde la metáfora sitúa al lector en mundos contrarios, muy ricos, Lucas va derramando algo que ya intentó habitar en libros anteriores y que alcanza una cota más de madurez en este: La conciencia del poeta como un intelectual que maneja el territorio más peligroso, el de la emoción. Este situarse dentro del territorio de la razón para trascender a la emoción, deja, sin duda, una madurez muy apreciable en cada poema, con incursiones en lo socrático, pero también en Aristóteles o en Kant, en el romanticismo tardío donde configurar un espacio para el hombre, en definitiva en el recorrido que lleva de la razón a la emoción y no al contrario. Podemos decir que Lucas representa una actitud intelectual de la poesía que marca con fuerza en buena parte de su obra.

Pero su compromiso con las literaturas que le dan forma, que lo hacen poeta, se destila de una manera clara en la segunda parte del libro, ésa llamada "Psicofonías", parte en donde habita el espíritu de la creación de autores como Ezra Pound, Rimbaud, Lautréamont y Lorca y Vallejo, con una nómina cercana a su manera de entender el verso, con esas psicofonías que van dictando la manera de entender de cada uno de ellos, su forma de escritura.

La representación, esa práctica escritural, quizá el juego de atraer a la escritura propia la de otros autores, más que un ejercicio retórico sea una suerte de visita pormenorizada de los paisajes de cada uno de ellos como una tarea a la que Lucas se da en esta segunda parte del libro. Aquí el autor consigue, no sólo trasladar el lenguaje del poeta reverenciado, sino también crear la atmósfera propicia para tenerlo delante, frente a nuestra lectura.

Me interesa aquí destacar la utilización de la forma soneto por Lucas, forma que aparece en la primera y segunda parte del libro, y que es utilizada desde la descomposición del verso endecasílabo. Y me interesa destacarlo porque parece como si atacar la forma soneto para un poeta como Lucas (también quiero recordar algo similar en Corredor- Matheos o en Martínez Sarrión), significara entrar en el territorio de la ortodoxia con miedo a sus habitantes o a sus defensores (haberlos, los hay) y se intentara insinuar más que mostrar con claridad. He de decir que estos "sonetos descompuestos" que aparecen en el libro destacan por su interés o, al menos, por la fuerza de su mensaje. Y no hay miedo a la forma.

La tercera parte de "Los mundos contrarios", la titulada Bazar de instantes, vendría definida por unos versos del poema "Réquiem para una tarde a oscuras", en el que se dice "Bajo el fragor de la piel suena la estrofa desnuda:/ Es el júbilo de la ceniza,/ la tramoya aflojando sus cuerdas/ para una irrevocable migración/ que nada significa.//

Y después todo es calma, ocaso, noche, despedida, horizonte, como si el viaje que iniciamos con su lectura, el mismo que describíamos como un diálogo del hombre con el hombre, aquel de las preguntas y las duras respuestas, el de un poeta intelectual que domina la razón para enseñarnos su compromiso con la emoción, el de la lucha con el conocimiento, el de la mayéutica socrática, fuera del territorio explorado tras el que es necesario descansar, vencer el brío de la espada y sentarse a un lado del camino, sin aspavientos ni duras acometidas, sin dolor apenas.
Lucas nos deja en el amor al fin, muy cerca, y "en la obediencia del mar,/ los dos entonces,/ tan solo pediremos a la vida/ la calve de esta tarde a contramuerte. El lector es el medio para llegar, y lo ha conseguido.

 

 

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