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Actualización: 31/07/2014
Claudia Posadas
Liber Scivias
Por Piedad Bonnett
Liber Scivias es finalmente ambiguo e impenetrable como la alquimia, los libros de los profetas o de los magos. Sólo podría decir que en su fondo no encuentro nunca la tranquilidad de la certeza, la paz de la conquista. Quizá lo que esté por asomar sea la Belleza de Platón.
Un libro puede ser muchas cosas: la historia de una herida, de una dolencia, y también su cauterio; una acusación o un exorcismo; recuperación de lo perdido o mantra, conjuro; búsqueda, tránsito, sublimación. Todas estas cosas es, de alguna manera, Liber Scivias, el libro de poemas de Claudia Posadas con el cual obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009. Inspirado en el Scivias de Hildegarda de Bingen, abadesa, teóloga y visionaria del Siglo XII, el libro de Claudia Posadas, cuyo título en latín puede ser traducido como El libro del conocimiento de los caminos, está compuesto de tres grandes partes, Purgatio, Iluminatio y Unio, que señalan, según palabras de la misma autora, “los procesos del espíritu”. Escrito en un lenguaje que muchas veces se nos antoja cifrado, a veces en versos amplios, sonoros, y otras con una música cercana a la de la prosa, el libro oscila entre la pausada exposición del pensamiento y un simbolismo que se alimenta en parte de imágenes que hacen las veces de leit motiv: la ciudad de oro, las murallas, el jardín secreto, el bosque, el Castillo, las campanas tañendo, el reloj de arena.
El diálogo permanente con otros autores que se evidencia en los numerosos epígrafes, y que reconoce un mundo de referencias muy amplio, que abarca desde Teresa de Ávila hasta autores contemporáneos como Olga Orozco, María Baranda o Rafael Cadenas, pasando por la música y la literatura medieval, pareciera revelar un origen eminentemente libresco, y por tanto de tono intelectual. Pero la lectura detenida del libro nos revela que bajo el velo sereno de la alusión culta se esconde un mundo de emociones y memorias personales, que va surgiendo con fuerza pero también con delicadeza. En Germinal, el primer poema, nos asombramos al alumbramiento, al origen, donde ya está presente el dolor, una alusión constante a través del libro (“el principio/ del dolor en que células de sombra han sido inoculadas). Pero también ya aquí se avizora el fin, si bien como pregunta:
¿El fin es un comienzo de la luz,
si acaso hay una luz aprisionada?
Y es que Liber Scivias no es un camino de ascenso, sino una senda tortuosa donde una y otra vez van a aparecer fuerzas oscuras y amenazantes: el odio, del que dice: “Creció en mi casa como una hiedra en el resquicio del jardín”, el miedo, “Ese íntimo temblor,/ ese murmurar que hiere la aceptada mansedumbre”, la ira, la humillación, el hastío, la orfandad, la Ausencia. Los versos de Claudia surgen en Purgatio con claridad amarga, que tal vez responda a una necesidad, la de “blandir estas memorias porque en su fulgor hierva el cauterio”.
Pero hubo una edad, la infancia, en que todo era luz:
Era el tiempo en que el mundo no había cubierto nuestros ojos con su bruma
y los frutos del reino estaban al alcance de estas manos
cuya línea del corazón aún no era la herida
A esa infancia se remonta una y otra vez con una nostalgia libre de sentimentalismos. A ella vuelve como a su morada más pura, como a su hora más pura, la del Alba, y como en un cuento infantil abre la urna que encierra sus tesoros:
El astrolabio con que solías mirar los astros en el limen de los días y la noche;
la inflorescencia de cristal en cuyo nombre se inició el camino;
el cometa como el frágil vuelo de un ave desplegado en el papel de seda;
el cuaderno de la infancia a punto de romperse,
el reloj de arena incólume, sin grietas ni roturas…
Después de esa edad el camino parece haber sido ante todo una eterna batalla entre la luz y las sombras. Lo recorre una niña perpetuamente “extraviada en la intemperie y el frío”, a la que siempre vuelven “orfandades que no cierran”. Pero la oscuridad pareciera despejarse a medida que Liber… avanza. En Iluminatio la imaginería mítica se amplía: el libro se hace ciudad, y aparecen muros, pozos, aldabas, puertas secretas, pasadizos, torres. La voz poética persigue la luz, que a veces viene de la mano de la tarde, “oro esplendente/en la serenidad de los rostros/ oro estremecido/ en el tañer del campanario”.
Finalmente, en la tercera parte, nos espera la Unio. ¿Con quién? ¿De qué modo? Allí brillan la ciudad sagrada, la montaña que quizá encierre el Santo Grial, la Torre del Homenaje. Quizá las palabras de Elsa Cross, citadas al comienzo del capítulo, sinteticen lo que significa tocar la luz:
Lo que se extiende y crece por encima de lo visible,
lo que toca otros reinos que apenas lo contienen,
¿no volvería cenizas nuestras manos si intentara tocarse?
Liber Sciviases finalmente ambiguo e impenetrable como la alquimia, los libros de los profetas o de los magos. Sólo podría decir que en su fondo no encuentro nunca la tranquilidad de la certeza, la paz de la conquista. Quizá lo que esté por asomar sea la Belleza de Platón. O el fuego de lo sagrado. O la esencia del ser, o la entraña del misterio, o la verdad de la palabra. Pero quizá este viaje sólo ha buscado algo mucho más sencillo.
Adivinamos la Ciudad en cada viaje,
en cada sueño,
para descubrirla un día, con asombro,
dibujada en el cuaderno de la infancia.
Josu Landa nos dice que “El universo de de la autora es el del espíritu imperecedero de los místicos, los magos y los alumbrados.” Y acierta. En Liber Scivias la poesía vuelve a ser lo que fue en los orígenes: acercamiento mágico al misterio del mundo y del espíritu.