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Actualización: 25/01/2012

Diana Bellesi

La voz en bandolera. Antología poética

Por Juan Carlos Abril. Universidad de Granada

"Esta antología es, en su carácter recopilatorio y sintético, un libro de libros, un panorama comprimido de una trayectoria artística y vital. Casi una vida, podría decirse, en la que se han ido alternando estilos y yoes que un mismo sujeto ha ido generando."

Bailando en el Titanic

El final del poema Desciframiento

 

Poesía polifónica

Una de las primeras impresiones que recibe el lector de La voz en bandolera. Antología poética es la cantidad variada de voces distintas que posee esta escritora, que es capaz de proyectar y recrear en la polifonía toda una gama de registros, tonos y personajes. Y así, desde el título ya se nos advierte que esta voz va a ser la auténtica protagonista de los poemas, que irá metamorfoseándose en cada uno de los libros. De hecho, quien lleva la voz en bandolera nos está hablando de que esta herramienta es su arma, que está enfundada pero lista para el combate, en este caso preferentemente representado en el duelo texto-lector. En efecto, la disolución del autor en el texto no es aquí una clave que se pueda entrever sino una realidad total, la máscara ha suplantado al sujeto, los diferentes yoes que en momentos determinados se erigen como conformadores de una identidad específica, remplazan al sujeto. Y da igual, al menos desde el punto de vista de la representación del yo, que esa identidad cambie con el tiempo, con el transcurrir del tiempo, o con el espacio, con la diversificación de los lugares donde se recrea. O al menos da igual desde el punto de vista orgánico del sujeto. Ahora bien: para nosotros cualquier representación debe analizarse en términos de proceso y nunca desde la óptica del corte estático que se arroga unas atribuciones que no le corresponden. Nos va a interesar, en ese sentido, las dinámicas de desarrollo, y no los cortes transversales que a este desarrollo se puedan aplicar, pues dependiendo del día, la hora y el lugar donde se realice ese tajo, encontraremos diferentes lecturas del objeto analizado —un objeto en toda su complejidad y multiplicidad, nada simple— frente a lo que supondría enfocar toda esta problemática en términos de proceso. Posiblemente para un lector español, acostumbrado al sesgo clásico de la poesía española de fin de siglo, le sorprenda no sólo esta variedad de registros, sino la propuesta en muchos momentos informal, lúdica y aparentemente descuidada de la poesía de Diana Bellessi. A veces da la sensación que los poemas se han quedado cojos, o que no se han terminado de corregir, y no sabemos hasta qué punto esto es cierto. Lo que sí sabemos, no obstante, es que tras ese aparente desenfado barroco, en el que se mezcla la desorganización con la concentración simbólica y sintáctica de referencias y cruces constantes, existe una densidad que aflora de un modo u otro en los poemas, los cuales exhiben así su marca distintiva, el detalle por el que existen o son curiosamente significativos. 

 

 

Bailando en el Titanic

Vinimos a trabajar…

¿Quién? Yo… así nos vinimos

para acá, a la Argentina…

No entiendo a los paraguayos

dijo Eduardo que decía

no sé quién, ¿vine o vinimos?

pero seguro no vinci

O sí, porque después vienen

la mujer, madre y hermanos

o primos o los compadres

vecinos y yo no soy

otro soy muchos vinimos

a trabajar para acá…

ajá, qué lindo el fuego

y las guaranias los sábados

por la noche todos juntos

vinimos, yo es una fiesta

                                         (p. 149)

 

Pensar que en este poema conviven lo colectivo y lo individual nos arrojaría una falacia que acarrearía la creencia en una identidad colectiva que puede ser estable. Si la identidad individual hemos dicho que es cambiante, y que aunque se considere estáticamente nosotros debemos englobarla en términos de proceso para entenderla en su conjunto, lo mismo sucedería con las identidades colectivas, que no responden a ninguna forma fija para poder ser comprendidas. De lo contrario, nos toparíamos de lleno con las fantasmagorías del yo, tanto en su vertiente social y compartida, como desde lo asocial y misterioso. Por lo tanto, este yo que estamos observando posee serias carencias de adaptación —integración que significa disolución— con la realidad exterior, con el mundo, aunque lo más importante no será eso, sino que en cualquier caso se resigna a estas carencias y vive en una ficción, vive de la ficción, logrando así ser feliz: el «yo es una fiesta» no porque quiera frívolamente festejar nada, celebrar nada o tirar los confetis de la risa facilona, sino porque el yo —un yo cronotópicamente determinado— sobrevive a pesar de todo: sobrevive a pesar de que el barco se hunde, como bien reza en el título. La simbología en la elección del Titanic como ese gran barco que no se pensaba que se podía hundir, ni por asomo, como ese barco humano donde los viajeros se creían sanos y salvos, orgullosos de viajar en el mejor barco del mundo —entiéndase el ser humano— junto a lo hiperbólico de la concepción de la empresa, titánica, nos arrastra hacia dos direcciones. Primero la liquidación de cualquier atisbo de esencialismo humano, que plantea lo humano como lo mejor existente, no cejando en su empeño de autocomplacerse en sus reflexiones, una suerte de castigo hacia la frivolidad de ese yo en fiesta que es incapaz de salirse de la celebración vana; y segundo, no sólo la certeza de que vamos todos en el mismo barco —otra cosa es que todos estemos hechos de la misma pasta—, sino otra certeza mucho más aterradora, que es su consecuencia: que en realidad vamos montados en una nave de locos, la célebre Stultifera Navis. Diana Bellessi es consciente de este mundo de locos, y lo descifra con una capacidad asombrosa de cantarlo a través de todos los matices emocionantes de la lírica, y todos los recursos propios de la vanguardia. Precisamente el poema Desciframiento (pp. 161-163) finaliza así:

Eso es, dulce reunión humana o

Comunión que el dolor ofrece y la tierra

Acoge sin decir palabra. Se duele

La torcaz allá en el monte seguro

De deseo, como el nuestro, permanecer

Por siempre en lo que amamos

                                                     (p. 163)

 

Tras las máscaras del sujeto, aunque no haya nada más que vacío, amor u odio emboscados, al menos sabemos que poetas como Diana Bellessi no se asustan de contárnoslo. A pesar de todo lo que significa aceptarlo.

Esta antología es, en su carácter recopilatorio y sintético, un libro de libros, un panorama comprimido de una trayectoria artística y vital. Casi una vida, podría decirse, en la que se han ido alternando estilos y yoes que un mismo sujeto ha ido generando. Y llama la atención en ese sentido la cantidad de veces que se pasa del realismo más crudo y narrativo, más descriptivo o naturalista, hacia la elasticidad de la vanguardia, que tanto impulso histórico —e inmanente— ha tenido siempre en Hispanoamérica. Y evidentemente esa alternancia está muy en relación con las metamorfosis del yo.

Completa el volumen un estudio enjundioso de Erika Martínez Cabrera, quien nos trae por primera vez a España a una poeta desconocida pero fundamental en el panorama de las letras hispanas, que a partir de ahora ya no se puede olvidar en los recuentos que aquí se realizan de literatura hispanoamericana. En sus hábiles palabras y esbozos sobre la poeta argentina, Martínez Cabrera nos sitúa, en unas coordenadas bien informadas, la poética proteica de Bellessi, ajustándola en cada momento determinado al pensamiento más rabiosamente actual, a las tesis teórico-críticas más calientes, con una bibliografía selecta y estimulante. Acierto en la selección, oportunidad de la poeta: espléndida edición, en suma. Sólo algunos libros poseen la rara virtud de que nada más salir ocupen un lugar en la estantería de nuestra biblioteca, y éste es uno de ellos.

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