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Portada de La casa del jacobino, de Luis García Montero

Actualización: 24/01/2012

Luis García Montero

La casa del jacobino

Por Hernando Valencia Villa

Reseña publicada en el número 3 de la edición impresa de La Estafeta del Viento, primavera-verano 2003.

Esta compilación de prosas de Luis García Montero está dividida en tres secciones. La primera, intitulada “Ajuar doméstico”, recoge quince artículos de crítica literaria de diversa temática. La segunda, denominada “Casa sin barrer”, está fechada en 1994 y recoge treinta y siete aforismos y fragmentos. Y la tercera, bajo el nombre de “Puertas cerradas. ¿Cuartos inútiles?”, agrupa cuarenta y cinco textos que parecen columnas periodísticas, aunque el libro no incluye información precisa sobre el origen de estos y los restantes materiales reunidos. En unos y otros, el poeta granadino hace gala de maestría estilística, sapiencia literaria y sobre todo temple moral, lo cual confiere a La casa del jacobino no sólo encanto sino también valor, no sólo ingenio sino también dignidad.

Los ensayos de la primera parte incluyen pequeñas joyas didácticas como “Breve manual de poesía española para enamorados”, donde luce todo el talento pedagógico del autor; brillantes prosas literarias como “El hielo azul”, “Imágenes literarias de Andalucía”, “Las lecciones de la literatura” y “Los recuerdos del viento”, donde se evocan con pudorosa elegancia la historia, el paisaje y las letras de Granada y Andalucía; y logrados ejercicios de crítica como “El oficio como ética”, donde se defiende con pasión y rigor una poética de la civilidad. Este último texto, el más extenso y el más interesante de todo el libro, propone una “defensa de los vínculos” y una “batalla por el ámbito público” a través de la lectura de tres poemas de Jon Juaristi, Carlos Marzal y Felipe Benítez Reyes en los cuales encuentra García Montero otras tantas versiones de la “ética machadiana” que está en el centro de su propia obra y que constituye, en últimas, la señal de identidad de la mejor poesía española contemporánea. El poeta granadino entiende el oficio poético como ética y lo define como “la tarea de crear un espacio público, de devolverle a la literatura su deseo metafórico de representar las alianzas de un contrato social”. Esta concepción realista y responsable del trabajo poético, que está expuesta de manera ejemplar en “El oficio como ética”, tiene resonancias en toda La casa del jacobino y marca la diferencia con la otra escuela poética española contemporánea, que bien podría calificarse como “hermética”. García Montero no oculta su pensamiento y apunta al corazón de esta tradición oscurantista y romántica cuando dice: “En la convención poética contemporánea, lo tradicional, el verdadero y peculiar tradicionalismo de la lírica, consiste en ser oscuro y rebelde, es decir, en la dicción confusa y el disparate mantenido frente a la razón y al lenguaje”. Y en otro lugar añade que “no podemos olvidar la lección maldita del romanticismo, que convirtió la rebeldía, la negación, la impertinencia, en una forma definitiva de asentimiento y renuncia”.

La segunda sección del volumen reúne textos aforísticos de muy distinto signo. Hay máximas memorables: “La poesía es el arte de convertir el tiempo en vida y la vida en tiempo”, “La imaginación es el ojo de la cerradura por el que nos espiamos a nosotros mismos” o “Si uno vive en compañía, la soledad es tan necesaria como la isla, el pirata y el tesoro para la imaginación”. Hay añoranzas benévolas de la Navidad “porque nadie está en condiciones de traicionar la verdad de sus propios recuerdos”. Hay consejos teñidos de humildad y respeto por la gente de la calle: “Buenos consejos para un poeta: tres veces por semana, el autobús urbano; dos veces al mes, un viaje en coche por carreteras secundarias; una vez al año, esa aventura imprevista en el país de las rarezas, con trasbordos complicados y muchas horas de espera en los aeropuertos del mundo”. Y hay anotaciones íntimas: “El amor antiguo y el amor nuevo se devoran mutuamente, se hacen daño, se meten el uno en el otro como dos trenes que chocan”. En todos estos fragmentos, o pecios según la feliz expresión de Rafael Sánchez Ferlosio, resplandece el exquisito civismo del autor de Completamente viernes y La intimidad de la serpiente.

La tercera parte, por fin, recoge casi cincuenta artículos de prensa sobre los más variados tópicos (la inmigración, las vacas locas, las vacaciones, el culto del cuerpo, el fútbol o el comunismo) y en el tratamiento de todos ellos despliega García Montero su mirada crítica y al mismo tiempo compasiva, lírica y a la vez cívica. El tono desenfadado no riñe con el compromiso moral, y la ironía y la nostalgia se articulan con gracia en la descripción del paisaje social o en el análisis de la coyuntura política. Y la lucidez del poeta parece a veces la del filósofo o el historiador: “Los verdugos afirman que la Historia no se divide entre buenos y malos, que las cosas son más complejas, que todos son culpables, que hay muchas víctimas malas. Y suelen tener razón, pero uno no defiende a las víctimas por buenas, sino por víctimas, igual que no se critica a los verdugos por malos, sino por verdugos”. Primo Levi no lo habría dicho mejor.

La casa del jacobino es la morada de un artista que se sabe responsable porque reconoce sus obligaciones con la gente y con la vida, con la sociedad y con la época que le han tocado en suerte y que también son las nuestras. Su hospitalidad resulta entrañable porque está hecha de libertad y de lealtad a lo mejor de la condición humana.

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