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Portada de Horizonte y frontera, de Eduardo García.

Actualización: 05/02/2012

Eduardo García

Horizonte o frontera

Por Miguel García-Posada

Reseña del libro del autor brasileño publicada en el número 5 de la edición impresa de La Estafeta del Viento, primavera - verano 2004.

Para Eduardo García (São Paulo, 1965), la poesía es una forma del conocimiento. Pero de un conocimiento ad intra muros, distante, por tanto, de cualquier especulación de otro signo. El poema es, según este criterio, un vehículo privilegiado para conocer las dimensiones y límites de nuestra condición, aludidas ya en el título general de este libro, el tercero de los suyos (antes publicó Las cartas marcadas y No se trata de un juego): Horizonte o frontera, que vale tanto como preguntarse si tenemos futuro existencial o, por el contrario, estamos fatalmente limitados y condenados a un vivir en la precariedad.

Entre los varios lemas que encabezan las diferentes secciones de este libro, seis, con un total de 45 poemas, merecen destacarse por su alcance la de Bécquer (“Necesario es abrir paso a las aguas profundas”), la de Juan Ramón Jiménez (“Yo no soy yo. Soy este / que va a mi lado sin yo verlo”) y la de Roberto Juarroz, aun cuando no es la única cita del autor argentino (“El poeta es un cultivador de grietas: fracturar la realidad aparente para captar lo que está más allá del simulacro”).

Acredita, pues, Eduardo García manifiesto conocimiento de las más avanzadas concepciones existentes hoy en torno a lo real, y lo decimos en su honor –el discurso poético no puede nutrirse de percepciones arqueológicas–; y procede en consecuencia. Un dato es esencial: el hombre está escindido, separado de lo real; ésta fue una de las grandes intuiciones de la poesía rilkeana, que ha sido glosada a fondo por Heidegger; pero García no extrae consecuencias panteístas ni de orden metafísico.

El suyo es un saber (o una voluntad de saber) antropológico. Hemos perdido, nos dice, las llaves del cuarto de la imaginación, la niñez y el amor: “Se perdieron las llaves del cuarto en donde sé / me aguardan las sirenas y los equilibristas”, reza “Tras la puerta”, símbolo este por cierto reiterado en el poemario. Un “ladrón” roba nuestros sueños; vivimos “a la sombra de la sombra de un sentido”; el sujeto poético sueña “con cuchillos”; la “ansiedad” lo devora; “Todas las noches son la misma noche” (eco del juaramoniano “Todas las rosas son la misma rosa”); su corazón le parece, dice bellamente, “el palco de un teatro / donde se agitan sombras”, y “es ciego y se columpia”.

Pero hay que pasar, quiere hacerlo el sujeto poético, “al otro lado” de lo real o, dicho con más exactitud, hay que abordar sus pliegues profundos para terminar con este estado de desarraigo, que sólo alguna vez se neutraliza, como ocurre en el horaciano “La lluvia”: “Feliz el que regresa a su casa despacio, / distraído, a lo suyo, ni triste ni contento”. De hecho, comparece aquí incluso un “Spleen”, de angustia baudeleriana (“prisionero de mí, ya sin ficciones”). Hay que traspasar las “puertas” y vencer el “muro”. Tres puertas describe García con precisión: “la puerta del jardín de los deseos, / la puerta del instante prodigioso, / la puerta de la infancia recobrada”, según señala en el poema así titulado, “Las puertas”. Hay una cuarta puerta, hecha de “nada imponderable”, la muerte, y que es soslayada por el fervor vital. El escritor se mueve siempre, ya los hemos dicho, ad intra muros.

En nuestra descripción del poemario hemos utilizado a menudo las mismas imágenes del autor; de ahí los entrecomillados. Resultaba obligado hacerlo así; Eduardo García no poetiza en abstracto, sino que se vale preferentemente de urdimbres metafóricas, que son el correlato imaginativo de más hondas realidades. Ésta es una característica central, que debe ser destacada, como debe serlo también la poderosa orquestación de algunos poemas y, en todo caso, la brillantez de dicción del entero discurso (servida además por el sabio uso del verso blanco o del versículo).

Brillante, muy brillante este discurso; a veces diríamos que demasiado brillante, con el consiguiente riesgo de incurrir en retóricas verbalistas, en vacuidades imaginativas. Poesía del yo, pero no narcisista ni excluyente; lo otro, los otros existen y palpitan, lejos García de la tentación simbolista del ensimismamiento. Sin suscribir los postulados de la poesía de la cotidianidad, no puede decirse que vaya en contra de ella. La alternativa a lo cotidiano no es, necesariamente, lo metafísico, sino lo antropológico.

Horizonte o frontera es un buen libro de poesía, uno de los mejores de la temporada, pues está concebido y escrito con un rigor de perspectivas y de elocución, que es de agradecer en tiempos de lenguajes tan uniformes como éstos.

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