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Actualización: 24/01/2012

Andrés Soria Olmedo

Fábula de fuentes. Tradición y vida literaria en Federico García Lorca

Por Luis García Montero

Reconocimiento generoso de las buenas costumbres

Disciplina y aventura

La huella del poeta granadino


El poeta y el crítico

Los estudios sobre la significación literaria de Federico García Lorca siguen iluminando la personalidad de uno de los creadores más vigorosos y singulares de la literatura hispánica contemporánea. Es el caso de este libro de Andrés Soria Olmedo, uno de los críticos literarios que con mayor amplitud de miras y más gusto por el detalle ha estudiado las publicaciones, los afanes estéticos, las correspondencias y la vida literaria española del primer tercio del siglo XX. No es un libro más, porque Andrés Soria Olmedo recoge y organiza en su Fábula de fuentes las investigaciones que durante muchos años ha dedicado al poeta granadino, sintetizando el conocimiento académico que hoy se admite sobre este autor y llamando la atención sobre aspectos y relaciones culturales que habían pasado desapercibidos.

 

García Lorca es uno de los poetas más estudiados de la literatura contemporánea. Pues bien, eso ha salido ganando la literatura contemporánea. A veces se produce una reacción de fatiga cultural ante los creadores fuertes, y se establece la moda de negar la calidad, de rebajar la importancia, de provocar sentencias de olvidos filológicos, de resaltar a la contra la labor de otros creadores de menor valía. En los corros literarios de Chile se duda con pasión de la calidad definitiva de Pablo Neruda. En los cafés de Buenos Aires se discute el prestigio de Borges. Profesores, poetas, críticos literarios, animados por esta inercia, se lanzan a la búsqueda y captura de genios desconocidos o elevan el mérito de autores respetables, sólo respetables, para oponerlos al predominio de las influencias y los prestigios fuertes. La consecuencia más peligrosa es que las tradiciones pueden llegar a desviarse, y la literatura en bloque de un país puede verse abocada a la mediocridad alternativa, la destrucción, la exaltación de la rareza, al culto de la inferioridad y a los aires viciados de los segundones. Creo que uno de los aciertos de la cultura española contemporánea (quizás un acierto motivado por la necesidad de reivindicar una memoria agredida y manipulada a causa de la dictadura franquista), ha sido escapar de la tentación negadora y asumir el magisterio alto de poetas como Federico García Lorca, Luis Cernuda o Pedro Salinas. En el reconocimiento generoso de las buenas tradiciones suele brotar lo mejor de la imaginación propia y del futuro. Hago estas consideraciones por experiencia biográfica. Nacer en Granada y ser poeta significa que a uno le pregunten en cualquier sitio del mundo por Federico García Lorca con una insistencia compulsiva. Una posible respuesta sería la negación, el pretender alejarse de Lorca, el afirmar contra él un prestigio alternativo, la calidad rupturista de fulanito de tal o de menganito de copas. El problema es que acaba uno escribiendo a la altura de menganito o de fulanito. Más difícil, pero más productivo, resulta asumir las lecciones del gran creador, no perder la capacidad de admiración y utilizar sus energías en la búsqueda de un camino propio. Aunque la herencia después no sea productiva, es un error negarse en un principio al reconocimiento. La hostilidad ante los grandes creadores es a la larga tan peligrosa como el plagio.

 

El libro de Andrés Soria Olmedo dedica páginas muy vivas a la educación granadina de García Lorca, a la minoría provinciana que acompañó al poeta en sus años de formación. Sesenta años después, yo me he formado en la misma ciudad, a la sombra de García Lorca, y he aprendido a amar y a admirar esa sombra iluminadora gracias a personas como Andrés Soria Olmedo, el filólogo cuerdo, el amigo paciente, que a fuerza de vivir en una biblioteca y de leer en cualquier rincón de la vida sabe poner sensatez en las locuras y aires templados en los frigoríficos de la academia. Los estudios de Andrés Soria Olmedo sobre León Hebreo, san Juan de la Cruz, las revistas de vanguardia, las antologías, la literatura granadina, la generación del 27, Pedro Salinas, Jorge Guillén o Federico García Lorca, desde los marcos ideológicos hasta los detalles filológicos, son - y podemos decirlo así- disciplina y aventura, pasiones de un lector al que le gusta poner los puntos sobre las íes y la altura intelectual y literaria sobre las espesas alternativas municipales. Ha sido un lujo para Granada vivir la literatura de los últimos años bajo el magisterio de ensayistas y profesores como Juan Carlos Rodríguez y de Andrés Soria Olmedo.

 

Fábula de fuentes, título que juega con un famoso verso de Jorge Guillén utilizado por García Lorca en Poeta en Nueva York, dedica sus últimas páginas a dar testimonio de la huella que el poeta granadino ha dejado en la cultura contemporánea, huella que lo reafirma como un clásico moderno. Los minuciosos análisis de Andrés Soria Olmedo demuestran que no se trata de una presencia casual, sino el resultado de un momento cultural español de primera fila, "la mejor capilla poética de Europa", y del talento de un escritor lleno de talento lírico y con enorme capacidad de leer personalmente las preocupaciones estéticas de su tiempo. García Lorca no es un poeta de instinto fácil, sino una mirada inteligente y muy dueña de sí misma. Sirven para demostrarlo los estudios que en Fábula de fuentes se dedican a la configuración de la conciencia moderna, a la búsqueda de "lo nuevo", a la etapa "cubista" y deshumanizada, a la indagación teatral, a las relaciones con la música, y en definitiva a la lucidez trágica que marca la evolución de este poeta, que vive la crisis de la subjetividad contemporánea, busca equilibrios optimistas, cruza el mundo detrás de una idea de futuro, descubre el vacío de las promesas inocentes y vuelve a su ciudad natal para dialogar a solas con la muerte en el Diván del Tamarit. Merece la pena llamar la atención sobre las lecturas iluminadoras que se abren respecto a algunos de los poemas más conocidos del autor, como La guitarra, La casada infiel, Oda a Salvador Dalí, Grito hacia Roma, Casida de la mujer tendida o el Llanto, y destacar algunas relaciones culturales, como la que se establece, por ejemplo, entre García Lorca y Niestzsche, a la hora de valorar la pulsión telúrica del Duende. Destacar la inteligencia y la cultura de Federico García Lorca, frente a las interpretaciones simplistas del talento natural, es un mérito más de este libro. Conviene siempre recordar los motivos más profundos de la significación literaria de un poeta que supo darle ojos y corazón al siglo XX. Conviene, en cualquier caso, admirar y respetar a los mejores.

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