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Portada de El umbral, de María Victoria Atencia

Actualización: 25/01/2012

María Victoria Atencia

El umbral

Por Josep M. Rodríguez

"Veinte textos en los que su autora se mantiene fiel a esa querencia tan suya por el silencio y la brevedad formal. No en vano, todos los poemas del volumen oscilan entre los seis y los diez versos, en su mayoría alejandrinos."

«Si la muerte es como el mar / la vida es como la espuma», escribió el poeta colombiano Manuel Mejía Vallejo. Siglos antes, Jorge Manrique ya había comparado la existencia humana con un río que desemboca en ese oscuro mar que es el morir. Una asociación que venía de la tradición clásica pero que gracias a la tercera de las coplas a Don Rodrigo hundió sus raíces en nuestras letras: Francisco de Quevedo, Antonio Machado, Blas de Otero o también María Victoria Atencia, en un poema de Compás binario titulado precisamente «Jorge Manrique» y en el que unas palomas se detienen a abrevar y «abaten en la orilla su cuello hasta las aguas / y lo yerguen, y el río que se lleva su imagen / viene a dar en la mar, en tanto que ellas vuelan, / desnudas ya de sombra, hacia sus columbarios».

El culturalismo es uno de los pilares que sustentan la obra en verso de esta escritora malagueña. Especialmente a partir del volumen El coleccionista, publicado en 1979. Pero a diferencia de algunos autores por entonces jóvenes, el uso de la tradición en María Victoria Atencia no es ornamental ni efectista. El poema no pretende ser un escaparate. Y cada alusión ?a libros, a artistas o incluso a lugares? ayuda a perfilar esa voz que nos habla en textos como «La ciudad»: «De nuevo, balbuciente, regreso a mi ciudad, Florencia, / París, Granada, Amsterdam, por las que soy quien soy».

La experiencia motiva y justifica las alusiones culturales. Que en ningún caso son una jaula que aísla a aquellos lectores que desconocen las referencias últimas. Por más variadas que estas sean: Vladimír Holan, Luchino Visconti, el conde Drácula, el retrato de un torero, la basílica de San Marcos, T. S. Eliot, una película de Sofía Loren o, también, un fragmento de la Biblia: «No crujas, por cansada, alma mía enzarzada en mi pared, / en mi rodar del tiempo. Está Jerusalén a tientas de la mano, / y ya piso su umbral».

El umbral es precisamente el título del último trabajo de María Victoria Atencia. Veinte textos en los que su autora se mantiene fiel a esa querencia tan suya por el silencio y la brevedad formal. No en vano, todos los poemas del volumen oscilan entre los seis y los diez versos, en su mayoría alejandrinos. «Si "la concentración es la primera gracia del estilo" / tú la tienes», escribió Marianne Moore. Unas palabras que casi parecen estar dedicadas a la poeta de Cañada de los Ingleses y De la llama que arde.

Porque los apenas ciento cincuenta versos de El umbral son como esos polímeros usados en jardinería, capaces de absorber casi cuatrocientas veces su volumen. Pero en lugar de embeber el agua, las sílabas contadas de María Victoria Atencia se hinchan de vida. Y en este sentido resulta del todo elocuente el poema «De partos y relevos» ?«porque la vida urge y su oportunidad / no se repite»?, cuyos versos parecen doblar el envite de uno de los textos de Las contemplaciones: «apuesta por la vida y añade a su grandeza / la levedad, al menos, de un junquillo de marzo».

En los poemas de El umbral está marcado a fuego ese gusto por la naturaleza y esa capacidad para detenerse y trascender lo que en ella resulta aparentemente más leve, más fugaz, más insignificante. Como el junquillo del fragmento anterior. O como la palmera de una de las mejores composiciones del libro, titulada «Destino»: «era, al principio, un verde palmo tierno / prendido a su semilla. ¿Quién lo recuerda ya? // Pero él iba creciendo, anillo tras anillo, / hacia la suficiente razón de su existencia: / que una tarde apoyase en su tronco mi espalda / para medir en él mi vocación de altura».

Y lo mismo sucede con otros elementos de la naturaleza igual de cotidianos, pero que esa vocación de altura de María Victoria Atencia catapulta o eleva a la categoría de símbolo: los vencejos, la siempre clásica rosa, el fruto de la granada, el ruiseñor... Decía Grace Paley que hay una Suerte que hace girar el mundo, de la que dependen los partidos políticos y las guerras, esa de la que nos hablan los boletines informativos mientras fregamos los platos. Y que, en cambio, hay otra suerte más íntima y modesta, capaz sin embargo de modificar nuestras vidas. Pues bien, los poemas de El umbral se desarrollan en ese escenario en minúsculas. Sin que ello signifique renunciar a la hondura y al misterio.

Ni tampoco a la sensualidad. Especialmente en el tramo final del libro. En poemas como «Donde la mar se alza», «Más luz que tú» o «La almohada»: «apoyar la sien y soñar o inventarme / desde mi corazón a tu capricho, / porque me examinase de amor o me tuvieses / como a viña sin amo y perra suelta / y así una noche más y tantas noches».  Unos versos que recuerdan el «Soneto de la dulce queja» de Federico García Lorca: «Si tú eres el tesoro oculto mío, / si eres mi cruz y mi dolor mojado, / si soy el perro de tu señorío».

La Generación del 27 y el grupo Cántico son algunos de los referentes de la autora de El umbral. Con todos ellos comparte la habilidad para sugerir, para que el texto no se agote en sus repetidas lecturas. Porque lo que realmente importa no es el tiempo que tardamos en leer un poema, sino lo que ese poema se mantiene vivo dentro de nosotros. Y no hay duda de que, una vez cruzado el umbral, los versos de María Victoria Atencia vienen para quedarse.

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