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Portada de El quieto, de Antonio Deltoro

Actualización: 24/01/2012

Antonio Deltoro

El quieto

Por Juan Carlos Abril

Antonio Deltoro es un autor prácticamente desconocido en los círculos poéticos españoles contemporáneos. Nació en Ciudad de México en 1947 -hijo de exiliados españoles de la Guerra Civil- y ha publicado varios libros, tanto de poemas como de ensayo.

La eficacia del zurdo

Antonio Deltoro es un autor prácticamente desconocido en los círculos poéticos españoles contemporáneos. Nació en Ciudad de México en 1947 -hijo de exiliados españoles de la Guerra Civil- y ha publicado varios libros, tanto de poemas como de ensayo. En su país natal posee buena reputación como poeta, ocupándose también de ciertos cargos de gestión cultural, y suele aparecer en las antologías de poesía de las últimas décadas mexicanas. Sin embargo, por los caprichos del azar, el Atlántico, el mercado y algún que otro asunto del que ahora no podemos ocuparnos aquí, es prácticamente un desconocido para los lectores de poesía hispanoamericana. Y ahora, de la mano de la sevillana Editorial Sibilina -extensión natural de la prestigiosa revista Sibila- se publica por primera vez en España un libro de curiosa belleza y dicción que nos ha llamado la atención nada más aparecer en librerías.

El quieto es un libro con variedad de tonos, propuestas, registros y soluciones, pero precisamente ahí es donde radica su atractivo, pues sorprende por esa alta gama de propuestas, y todo lo que ello significa. En ese sentido, los momentos de dispersión son los que le dan más valor a los de intensidad, intercalándose unos con otros equilibradamente. Forma y contenido, como no podía ser menos, van irremediablemente unidos, constituyen el eje de la estructura que caracteriza a una obra. Y esa variedad no es algo formal, o compositivo, sino más bien estructural entendiéndolo al modo bajtiniano. La profundidad de ciertos momentos contrasta -diestramente, y choca en su disparidad- con otros temas más ligeramente tratados, o que podrían considerarse anotaciones, poemas en bocetos. Ahora bien, no hay nada en este libro que no esté deliberado, pues el artificio, el saber hacer, está indisolublemente unido a una congénita conciencia del autor que adapta sus propias consideraciones técnicas, sus recursos, a sus necesidades expresivas. En la sencillez de ciertos poemas, o versos, o mejor dicho ingenuidad de ciertos pasajes, se encuentra el ideal de ese personaje que deambula por las más de cien páginas de este poemario que también en sus partes se ha concebido ajeno a cualquier estructura «perfecta». Más que ser perfecto se es eficaz. Hay un obstinado, podríamos decir, interés del autor en presentarnos esta obra de esta amplia y enriquecedora, y obviamente no hay nada de descuido o negligente.

Como decimos, en El quieto los puntos de inflexión engrandecen la obra que nos sorprende enormemente desde la primera a la última página, y que va rompiéndonos prejuicios y abriéndonos hacia una voz personal, singularísima, que busca la paz interior -la quietud- y que se debate en este mundo de prisas donde es casi imposible la lentitud. La quietud simbolizaría el estadio extremo de esa lentitud, cuando ésta se ha radicalizado, se ha vuelto stasis, y se establece una comunicación intersubjetiva, teniendo en cuenta al texto como un interlocutor, pero también al mundo exterior, a través del no-lenguaje. Como en el esclarecedor poema con el que abre el libro, que es toda una declaración de intenciones, una poética en toda regla:

 

UN ÁRBOL

Un árbol ancho,
donde no cante el pájaro,
ni las ardillas suban,
ni se esconda inquietud.

Un árbol que vaya ganando calma
como los otros altura y espesor.

Quiero plantar un árbol de silencio
y sentarme a esperar
a que sus frutos caigan.

 

Quizá sea imposible llegar a esa quietud total, final del silencio, y sólo nos aproximemos a ella en su límite, pero en cualquier caso el personaje del quieto, que es un ingenuo en el mejor sentido de la palabra, es más bien un estado anímico de un sujeto que busca seguir despierto frente al mundo, seguir poseyendo unos ojos que se asombran «frente a lo antes nunca visto» (recordando al último Cernuda), que no quiere perder la capacidad por el entusiasmo (recordemos aquella célebre antología de poetas románticos de Antoni Marí, El entusiasmo y la quietud). Posiblemente no sea la felicidad lo que busca el quieto, pero podría ser uno de los resultados derivados, aunque quizá se resumiría como poder vivir a través de la quietud los viajes más aventureros, más maravillosos, la capacidad por revivir toda la ilusión que una vez, en la infancia, poseímos. Resumen del resumen, pero que bien podría sustentar una filosofía -estoicismo actualizado, trufado de cierto platonismo, digamos, asilvestrado, el cual no resta un ápice de interés a los versos- con la que consolarnos, como los clásicos del género, comenzando por Boecio.

El quieto recuerda, o aspira, por eso, a «la eficacia del zurdo», que puede ser un ejemplo de pragmaticidad, de alguien que no se complica la existencia, simplemente cumple con ella sacándole el máximo rendimiento en función de sus posibilidades siempre optimizadas, sus hábiles aptitudes. En el fondo lo que se pretende es vivir la vida como protagonista, con lo que ello comporta. En fin, esta última y quinta sección, titulada precisamente así, «Zurdo», sería el contrapunto en una prosa muy bien urdida de un libro atractivo, un libro que ofrece varios registros, diversos tonos e intensidades, como vetas. Un libro ciertamente extraño al panorama de las letras españolas, fresco y auténtico, sin falsos manierismos ni ideologías, con una voz singular y la personal apuesta de un conócete a ti mismo que nos trae lo mejor de nuestra lengua de vuelta de todos esos tics que aquí cada día se hacen más insoportables entre la preceptiva y el oficialismo.

 

 

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