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Portada de El instante raro, de Fina García Marruz

Actualización: 17/02/2012

Fina García Marruz

El instante raro (Antología poética)

Por Josep M. Rodríguez

Reseña del primer libro de la poeta cubana publicado en España, recopilación de poemas que son el destino de la memoria y la infancia convertidos en instantes eternos, como fotografías.

Jacques-Henri Lartigue es uno de los referentes visuales del siglo XX. Su padre, un acaudalado industrial, le regaló una cámara cuando todavía era un niño y, a partir de entonces, el pequeño Jacques empezó a construirse una segunda memoria, fotografía tras fotografía. Sin embargo, no fue hasta los años sesenta cuando -gracias a John Szarkowski, que trabajaba como conservador en el Museo de Arte de Nueva York- su obra pasó a ser conocida y apreciada por el público; si bien, ése nunca había sido el objetivo de Lartigue, que sólo pretendía conservar el recuerdo de las costas de Hendaya, de una carrera de automóviles, de la belleza desnuda y morena de Renée...

¿Pero acaso hay algo más antagónico a la memoria que una fotografía? Henri Cartier-Bresson acuñó la expresión "the decisive moment" para referirse a esa milésima de segundo en que los ojos, la cabeza y el corazón se alinean para capturar una imagen como "Detrás de la estación de Saint-Lazare". Resulta fascinante la analogía entre el hombre suspendido ya para siempre sobre el agua y el acróbata del cartel circense que puede verse al fondo. El fotógrafo escoge lo que quiere preservar. La memoria, en cambio, es escurridiza y caprichosa. Hay un poema de Fina García Marruz, titulado "Canción de otoño", en el que la autora cubana se pregunta: "¿Cómo volver allí, cómo volver / al lugar que está sólo a unos pasos / de aquí, conoces tú el camino?". Nadie decide lo que va a recordar. Ni tampoco la forma de accionar el mecanismo secreto de la memoria. Cuántas veces "una cara, un rumor, un fiel instante / ensordecen de pronto lo que miro / y por primera vez entonces vivo / el tiempo que ha quedado ya distante".

La memoria es, sin duda, una de las paredes maestras de la obra lírica de García Marruz desde que en 1951 publicó su primer libro, al que pertenecen los dos poemas antes citados -"Canción de otoño", "Una cara, un rumor, un fiel instante"- y algunos otros que comparten esa misma obsesión por el recuerdo, como "Yo quiero ver...", "Sonetos a la lluvia" o "Lo oscuro": "La realidad confía en la memoria, / que es un soplo tan leve, (...) me aterro de pensar que ahora su imagen / de mí sola depende". No es de extrañar, por tanto, que García Marruz titulase su primer poemario Las miradas perdidas. Y puestos a echar la vista atrás, la infancia se convierte en el destino predilecto: "Yo te doy gracias porque he sido un niño", apunta significativamente en "Fresco de Abel". Y unos versos más abajo: "aguardo sólo lo que ya he perdido. / Di por qué es preciso que me aleje para volver".

Vivimos encerrados en una cárcel de nieve. Todo es demasiado evanescente y efímero. Y tan sólo los recuerdos nos anclan, nos sujetan mínimamente en este constante ir y venir. Pero la memoria no es de fiar. Y también muere. De ahí que Lartigue y García Marruz decidieran ayudarse del arte: el primero para capturar el momento con su cámara fotográfica, la escritora cubana para conservar y proteger -tal y como afirma en el poema "A Sor Juana, en su celda y privada de lecturas, mirando jugar a unas niñas el trompo" -  no "lo que permanece siempre huyendo", sino "lo que, huyendo, permanece".

Lartigue y García Marruz conciben el arte como una necesidad personal, que no necesita ser expuesta para ser verdadera. Más bien lo contrario. Eso explica el hecho, por ejemplo, de que la autora de Las miradas perdidas tardase diecinueve años en publicar su siguiente libro, Visitaciones: "Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna / como a la casa de la infancia, a algunos / días, rostros, sucesos que supieron / recorrer el camino de nuestro corazón". Con estos versos arranca el primero de los poemas de la serie que da título al volumen. Y, como vemos, el argumento sigue siendo el mismo: la memoria y la niñez. Por más que dicho argumento necesite también de un escenario. La ecuación es sencilla, recordar es regresar a un tiempo y a un espacio que, en el caso de García Marruz, acostumbra a ser su isla, su ciudad, su tierra: "Me tocó el corazón la tierra mía / una a una cayeron sus palabras, / hallaron en mis ojos alegría, / pobres pinillos, inocentes palmas".

Por todo ello, tal vez, su siguiente gran libro -más allá de cuadernos, recopilaciones y de Viaje a Nicaragua, escrito junto a su marido, Cintio Vitier- se titula Habana del centro (1997). Un libro en el que, precisamente, se incluye un poema cuyo punto de partida es el retrato que Rembrandt hizo de Baertjen Martens Doomer, allá por 1640: ante la insistencia del maestro holandés, la madre del también pintor Lambert Doomer accede a posar para él, "pero sólo / por una hora, que no tengo / demasiado tiempo, sólo / por una hora". Lo que no sabía era, concluye García Marruz, que iba a estar en esa misma pose por toda la eternidad. O lo que es lo mismo, ante la imposibilidad de detener el tiempo y de fiarlo todo a la memoria, sólo nos queda un recurso o salida: el arte.

Quizá quede más claro con otro de los poemas de Habana del centro, titulado reveladoramente, "De cómo el tiempo respetó un poema": "Llegó puntual como un jornalero a su diario trabajo. / Cogió pica y azada, para empezar la demolición. / El hierro dio contra un diamante. / Lo aturdió con el resplandor más duro (...) Eres duro, amigo, dijo, más que yo...". Una sensación que a menudo comparte todo aquel que se adentra en los versos de El instante eterno: antología preparada con gusto por Milena Rodríguez Gutiérrez y editada por Pre-Textos.  

Resulta desconcertante que esta sea la primera vez que se publica un libro de Fina García Marruz a nuestro lado del Atlántico. Otra prueba más de cómo, para esta autora nacida en La Habana en 1923, lo importante no ha sido nunca publicar, sino la poesía. Una poesía que en ella es siempre natural y sencilla: como el cuerpo de una joven desnuda; cuya belleza, podemos estar seguros, el tiempo no habrá de convertir en humo, en polvo, en sombra, en nada.

 

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