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Portada de El estanque colmado, de Jorge Galán

Actualización: 24/01/2012

Jorge Galán

El estanque colmado, y La ciudad

Por Juan Carlos Abril

Juan Carlos Abril reseña estos dos poemarios premiados con el XX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y con el Villa de Cox, respectivamente, de un autor que considera ya imprescindible.

 

En poco menos de un año han aparecido dos poemarios de Jorge Galán, salvadoreño nacido en 1973 que ya había publicado en España Breve historia del alba en 2007, libro por el que consiguió el Premio Adonais el año anterior. Jorge Galán, aparte de poeta, que es quizá su labor creadora que más satisfacciones le dé, o la más reconocida, es también narrador, habiendo publicado novelas y cuentos infantiles. En general ha dado a la luz numerosas obras en los últimos años y ha conseguido prestigiosos premios. De hecho, las dos obras que aquí presentamos se han alzado con sendos galardones, un Accésit del Ayuntamiento de Segovia en el XX Premio de Poesía «Jaime Gil de Biedma», con El estanque colmado; y el Premio «Villa de Cox» (Alicante) 2010, con La ciudad.

Tal y como dice Daniel Rodríguez Moya en la contracubierta de El estanque colmado, «todos los prejuicios que se pudieran tener ante un joven poeta salvadoreño estallan en mil pedazos cuando se leen sus poemas». Efectivamente la poesía de Jorge Galán rompe moldes y supera cualquier expectativa. Pero cuando hablamos de prejuicios y de poesía hispanoamericana solemos referirnos a una poesía que ha saturado la perspectiva de manera torrencial, cierta «tendencia» que ha venido publicando sin pulir versos y versos, y que ha ido desplazando al ritmo y a la estética medidos por una suerte de todo vale y todo es opinable. Ciertamente la poesía es opinable, pero entonces, ¿dónde quedan los buenos poetas? La buena poesía vive independientemente de estilos y escuelas, y eso es lo que distingue a Jorge Galán.

Tanto El estanque colmado como La ciudad presentan una factura impecable y una cohesión discursiva muy destacable. Además, su unidad narrativa también los distingue, junto a una capacidad de verbalización envidiable y un virtuosismo en todos los recursos fraseológicos, destacando las repeticiones, encadenadas en la cadena diegética de manera natural, haciendo de esta no sólo un énfasis evidente, sino la propia materia narrativa que sobresale del conjunto. Es además materia lírica, ya que estos motivos repetidos irán engarzando las ideas, los sentimientos expuestos, las diferentes propuestas presentadas y desarrolladas. Otro recurso muy bien resuelto es el encabalgamiento, ya sea suave o abrupto, y podríamos citar muchos ejemplos. Veremos algún caso.

Jorge Galán realiza una poesía discursiva, escribe versos que hunden sus raíces en la retórica clásica, alargando las ideas y comprimiéndolas, olvidándolas y volviendo a ellas, moviéndolas y contemplándolas desde diferentes perspectivas. Los poemas suelen abarcar mucho más de lo que el título indica, el cual es un mero referente que por su capacidad verbal y sígnica se ve desplazado por una multitud de intersecciones. Los poemas, concebidos en verso pero que rozan a su vez la prosa poética, mantienen por lo general una riqueza rítmica y una constancia que los vuelve fácilmente reconocibles, señalándolos como poesía sin lugar a dudas desde el primer momento. Veamos por ejemplo un fragmento de «Castillos en la niebla» (de La ciudad, p. 26), que empieza así:

 

Frente a un castillo hay una calle

y más abajo, sobre otra calle,

hay un teatro tan hermoso que parece un castillo,

y cuando era un muchacho, sí

cuando era un muchacho paseaba por allí

y todo aquello que me rodeaba, la violencia

de los vendedores y los autos, la violencia

que dejaba sobre los rostros máscaras escarlatas

o negras, la violencia

que hacía crecer víctimas sobre los pies envilecidos,

era sólo una lluvia enralecida [...]

 

Como vemos hay una serie de repeticiones engarzadas en versos de largo aliento que van respirando apoyándose los unos en los otros (aquí los encabalgamientos antes citados, muy llamativos), creando un nuevo hilo argumental a partir de esas repeticiones. Y ese «muchacho» no se queda solo hay, pues volverá a aparecer en otras cuantas ocasiones como vamos a ver enseguida. El énfasis en las palabras que sirven de referente, ayuda a establecer una armazón poemática más engastada, más calibrada. Los poemas suelen presentar esta factura sólida, con cierres bien resueltos con los que concluyen con acierto y rigor, dejando al lector interdicto, como con la frase en la boca después del largo discurso esbozado, ayudándole a mascar ese último regusto que queda en la poesía que dice más de lo que dice. Y de igual modo que los poemas están cerrados discursivamente, bien hilvanados y cosidos, los libros muestran la sabia arquitectura de un poeta que organiza sus textos con agilidad e inteligencia.

El estanque colmado se abre con la sección titulada «El muchacho detrás de la ventana» al que le siguen «Fantasmas», «Crepúsculos sin prisa» e «Invierno», cerrándose con «El epílogo», un poema titulado «La muchacha» y que funciona como contrapunto de aquel muchacho que estaba asomado a la ventana de la primera parte. Pero esa chica no aparece solo al final, y podemos leerla en poemas como «Retrato de la artista un día de trabajo» (p. 33) o en «Retrato casi adolescente de tus ojos» (pp. 36-37). También en «Acto de magia» (p. 53) podríamos rastrear sus trazas:

 

Era diciembre, un sábado largo y frío y extraño

cuando sus manos dejaron sobre mi cuerpo lo que deja el verano

o el invierno sobre las cordilleras. Sus manos lentas. Sus dedos.

Y supe que su cuerpo era una isla bajo la lluvia. El occidente

llenaba su pupila como un cargamento de maduras manzanas

puede llenar una canasta diminuta. Y todo sucedió de una manera

que no teníamos prevista. El frío de diciembre [...]

 

Hay una suerte de herencia nerudiana en estos versos rastreable también en otros poemas: «Y supe que su cuerpo era una isla bajo la lluvia», ¿no participa del aliento romántico de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada? Pero también podríamos recordar otras composiciones del chileno, como «Melancolía en las familias», de Residencia en la tierra, para el poema central «La familia» (pp. 21-25), del que, por cierto, toma título El estanque colmado («La hermosa hija de su hermosa hija, su orgullo, su dolor, el estanque / donde se ha visto reflejado y retrocedido, colmado de temor», p. 23). Esta «herencia» que nosotros intuimos forma parte de un imaginario concreto que no es privado de Neruda, pero que Nobel 1971 hizo reconocible y que en Jorge Galán toma cuerpo con singularidad y voz propia. Son solo pinceladas. Además, ese río verbal tan característico de Neruda, torrencial, y que a la postre ha llegado a denominar a toda la poesía hispanoamericana -con graves agravios comparativos en los que se ha venido generalizado sin ningún tipo de escrúpulo- también toma cuerpo en Galán de manera saludable y vivífica. La memoria de la infancia, de la adolescencia y los recuerdos de escenas no ciertamente agradables como los días de la guerra civil salvadoreña («Toque de queda», p. 12), brillan en claroscuro en estas páginas, punzándonos y dejándonos una señal indeleble. El estanque colmado es un libro de riqueza verbal y de imaginación, un buen libro de poemas que una vez que lo comencemos no podremos dejar de leer hasta el final.

De igual modo sucede con La ciudad, libro que, en cuanto a estructuración fraseológica -la decantación de los poemas- posee una estructura similar a El estanque colmado, fruto maduro de una misma mano y fruto quizá de un mismo periodo creativo que arroja sus feraces frutos. La ciudad se estructura en torno a tres partes que presentan gradualmente ocho, nueve y diez poemas cada una, a saber: «El silencio», «La niebla» y «Lo real» respectivamente. Y aunque haya una unidad discursiva que nos vamos a encargar de señalar, cabe destacar también la diversidad tangible en cuanto a eso personajes que deambulan por estas páginas, personajes que ya habíamos visto en la anterior entrega pero que ahora se ven ampliados, perfeccionados en su diseño. No sólo siguen apareciendo muchachos y muchachas en todas las posturas y situaciones, que son a veces «Una novia» (p. 46) o «Un novio» (pp. 47-48), ancianos, señoras, perros, héroes, etc., sino que observamos de nuevo a esos fantasmas del anterior libro colocados en una situación estratégica al inicio del libro, justo en un «Diálogo de fantasmas» (pp. 7-8) que viene a presentarnos un panorama desolador, fantasmagórico, en el que nada es real. Y de ahí el broche final, la última parte, que precisamente incide en mostrar esa visión de «Lo real». La ciudad que se retrata en La ciudad es un lugar polvoriento y desolado, poco ameno, hecha de cemento inhumano y con parques y calles recién construidos, un lugar donde se acumulan residuos y desperdicios. «Al mediodía volví a la calle, al pasillo, al sitio tibio / donde debo habitar: el aire es débil, / pero todo es débil ahí salvo la desesperación» (p. 35). Incluso en «La fiesta» (pp. 49-50) de los novios antes citados, las penas y las miserias se aparcan un poco para celebrar la unión, durante unas horas, pero al volver la luz «implacable del día» vuelven a verse las cabezas gachas de esas personas casi autómatas que caminan con resignación en el vértigo de esta vida loca y de este mundo injusto e inhumano. En fin, todo esto y mucho más podríamos decir de un libro muy interesante e implacable que cuenta la vida diaria con un impulso lírico necesario para poder seguir adelante, lo cual no es poco.

Tanto El estanque colmado como La ciudad, presentando cohesión discursiva, afrontan realidades diferentes aunque no excluyentes, y en los momentos en que se tocan se enriquecen, como pertenecientes a una misma mano, a una misma obra en marcha, pero conservando su independencia, lo cual les otorga singularidad. Quede aquí constancia de estas dos novedades que son testimonio de un poeta ya importante en las letras hispánicas y que ya se ha convertido en imprescindible.

 

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