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Portada de Sol de Hogueras, de Ricardo Virtanen

Actualización: 24/01/2012

Dos respuestas a Bash?

Por Jesús Aguado

Reseña de los libros Aburrimientos, de José Antonio Mesa Toré (Ed.Antigua Imprenta Sur / Centro Cultural Generación del 27, Málaga, 2009), y  de Sol de hogueras, de Ricardo Virtanen (Ed. Renacimiento, Sevilla, 2010)

Uno

Cuando Bash?, el gran maestro del haiku de todos los tiempos, salía de viaje sabía que todo lo que iba a encontrar (la luna llena de tal sitio, un santuario o cueva que acogiera a un sabio de la antigüedad, un paisaje alabado por otros poetas o pintores, una ciudadela fortificada o un campo de batalla donde se realizaron actos heroicos, los campesinos, pescadores o cazadores con los que entablaría pequeñas conversaciones cotidianas) ya lo conocía de antemano. Simulaba sorprenderse, en sus poemas y en sus cuadernos de campo, porque esa era la convención espiritual y literaria que había acatado como muestra de sumisión al misterio de la vida. Bash? abandonaba su sencilla choza junto al río Sumida, embarcándose en esforzadas andanzas de miles de kilómetros, hacia Oku y otros lugares remotos, para aprender lo que ya sabía, lo que todo poeta sabe: que el Universo entero cabe en una choza (y la Palabra, con su gran torrente de teologías, mitologías o filosofías, en un haiku). ¿Por qué, entonces, poner en peligro su precaria salud (de hecho, murió, al inicio de su quinto viaje largo, a causa de un mal crónico agudizado por la dura intemperie de su época) recorriendo agrestes parajes que sólo podían proporcionarle una información superficial sobre lo que ya tenía inscrito en lo más profundo de sí mismo? Lo sepa o no lo sepa y sea cual sea la estética o el fin artístico al que se adscriba, esta es la pregunta a la que intenta responder todo aquel que, sea en Oriente o en Occidente, se entrega a la composición de haikus.

Dos
En el caso de los Aburrimientos de José Antonio Mesa Toré, la respuesta a esta pregunta podría ser: Bash? salió de viaje porque, no sabiendo ponerse enfermo dentro de casa, y necesitando caer enfermo para merecerse ese mundo intermedio donde surgen los haikus y la misma vida, tuvo que exponerse a la lluvia y la nieve, a las chinches y las sanguijuelas, al hambre y la sed. Mesa Toré, en efecto, que, como él mismo confiesa en el prólogo, escribe este libro porque un enfriamiento le obliga a quedarse tres días en su casa sin más compañía que su perro Otto, tarda poco en darse cuenta de que las cosas y los seres que le rodean (perros, gatos o ratas, pijamas, hamacas o velas, la felicidad, la sensualidad o la melancolía) forman parte del argumento de una vida que, a poco que tiráramos del hilo, podría ser todas las vidas y ninguna. Sin salir de su entorno, o porque éste le ha inmovilizado con la excusa de una enfermedad, Mesa Toré ha descubierto que, dentro del perímetro de unas pocas habitaciones que se abren a un jardín con piscina, la realidad empieza a difuminar sus límites hasta el punto de que parece irreal y aún más: hasta el punto de que parece que la realidad siempre ha sido irreal, de que la irrealidad es el verdadero rostro de lo real. De pronto, los perros huelen la luna en sus platos y los gatos se beben la luz de la piscina. ¿De pronto? ¿No es eso lo que llevan haciendo desde que la luna, los platos, el agua y los perros sedientos, por ceñirnos al primer ejemplo, coincidieron en el mundo? ¿No es eso, la luna reflejada en el agua, una imagen con la que el budismo zen  reflexiona sobre lo verdadero y lo falso, lo que lamemos todos (profesores, escritores, políticos, etc.) creyendo que estamos lamiendo la luna de roca y sueños que se asoma sobre nosotros en lo más alto del cielo? Realidad, irrealidad (o salud, enfermedad): una mosca zumbando sobre el hocico de un perro o unas botas arrojadas a la basura, dos modalidades de la perfección y del infinito, desatienden en acto esta dicotomía estéril que lleva entorpeciendo la historia de la Humanidad desde sus inicios. Eso es lo que, entre otras cosas, cuentan estos 27 haikus de Mesa Toré, uno de los cuales, además, resume mejor lo que estoy intentando decir: "¿Plástico? ¿Carne?/ ¿Una serpiente de agua/ o la manguera?" En este texto están resumidas todas las filosofías y religiones de la India, desde el vedanta o el mimansa hasta el jainismo o el tantrismo, cada una de las cuales (hasta 48, como ha demostrado un libro titulado The serpent and the rope) ha usado la imagen de la serpiente que se confunde con una cuerda (o la cuerda que se confunde con una serpiente)  para alzar sobre ella sus particulares cosmologías o éticas. Toda la India, esa tierra donde la irrealidad es real y viceversa en el día a día sin necesidad de metafísicas interpuestas, y todo el Japón en un jardín malagueño: pocos enfriamientos han dado tanto, a pocos enfermos se les ha permitido viajar tan lejos.

Tres
En el caso de Sol de hogueras, de Ricardo Virtanen, autor también de otro libro de haikus, La sed provocadora (Las patitas de la sombra, 2006), la respuesta a la pregunta de por qué Bash? salió de viaje podría ser: para mirar su choza a distancia, desde la cumbre del monte Fuji o desde la misma luna, es decir, para poner esa distancia entre uno y uno que define la tarea de la objetividad y, al hacerlo, darle unas cuantas lecciones de objetividad a la subjetividad. Virtanen le pide al arte de Bash? unas mínimas dosis de sistema, de ciencia, de reglas, de amor al conocimiento. Que el haiku siga siendo, como todos estos siglos japoneses y decenios occidentales, el instante sorprendido antes de convertirse en tiempo, en sucesión, en parte de un engranaje de acontecimientos históricos, pero que después, una vez producida su explosión de mariposas, libélulas o alondras, se deje mirar de cerca sin desvanecerse (sin desvanecerse al menos hasta que hayamos aprehendido su esencia y entendido su mensaje o hasta que lo hayamos clasificado). Un frágil equilibrio entre la desaparición y la presencia, entre el fantasma y lo que lo conjura, propio de toda gran poesía y del que los haikus de Virtanen salen exitosos. Sobre todo, creo, en ese apartado titulado Un rumor cercano, dedicado entero a las moscas (aunque en el último texto se cuela un mosquito), una protagonista frecuente en todos los autores de haiku. Las moscas molestan y asombran, son omnipresentes (como Dios) y, sin embargo, parecen hechas de nada (de Nada) y son símbolo del diablo, son oscurísimas pero se irisan a poco que una luz las roce: ¿no es eso la vida misma, eso tan preciado que aplastamos, en un momento de irritación, contra una mesa o un cristal? Los haikus de Virtanen, que él ordena en cuatro capítulos (De natura, De animalibus, De persona y De profundis), se reivindican, quizás en parte por lo expuesto con anterioridad, como anti o poco orientales. Y si no vean estos dos haikus que desacralizan el cerezo, que es el árbol sagrado del Japón y de la historia del haiku japonés: "Estos cerezos/ en flor no te recuerdan/ a nada humano"; "Tendría al fin/ que morirse el cerezo/ para olvidarla". Cerezos inhumanos o deshumanizadores, cerezos a los que se desea la muerte: la guerra entre el haiku oriental y el haiku occidental, que llevan casi un siglo fingiendo entenderse o desentendiéndose con buenos modales, quizás acabe de comenzar, algo a lo que ese deseo de objetividad, por pequeña que sea, que piden estos haikus de Ricardo Virtanen no es del todo ajeno.

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