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Portada de Dime dónde, en qué país, de Marco Antonio Campos

Actualización: 24/01/2012

Marco Antonio Campos

Dime dónde, en qué país. Poemas en prosa y una fábula

Por Juan Carlos Abril

XXXI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla

Ed. Visor

Madrid

2010

El forastero en su rincón

Marco Antonio Campos nos ofrece con Dime dónde, en qué país un libro estimulante y realmente recomendable, libro de poemas en prosa, diario de viajes, diario íntimo, y cuaderno de anotaciones estéticas, al modo de los viajeros románticos. A partir de unos versos del poeta medieval francés François Villon, que sirven para titular el poemario, Marco Antonio Campos «ensaya» un libro de poemas en prosa a partir de diferentes tópicos -lugares- y situaciones, sirviéndole de espacio a su vez para abarcar mucho más que un simple anecdotario de viajes. Si bien no es la primera vez que utiliza el poema en prosa, y en sus Monólogos o en Viernes en Jerusalén ya daba buenas muestras de lo que entonces eran apuestas personales por un modo de escritura (que en realidad está muy relacionada con muchos pasajes de su escritura, sin que para ello tenga que encasillarse métrica o retóricamente la composición como «poema en prosa»), también es cierto que tal y como ha abordado el subgénero ahora, desde esta perspectiva formal, no lo había hecho nunca, pues incluso Dime dónde, en qué país se subtitula Poemas en prosa y una fábula.

La línea central de este libro es el tempus fugit, y a partir del tópico clásico latino se van desgranando historias de amores y muchachas (todas jóvenes, ligeras y fugaces), reflexiones sobre la edad y el inexorable paso del tiempo. Suelen aparecer estas muchachas descritas con sutiles pinceladas, con nostalgia y ternura, intercaladas con preguntas o comentarios como: «En calles cuesta abajo las jóvenes estudiantes van en marea, con la cintura desnuda, para sorprender la luz, y espérenme. Pero ¿te das cuenta? ¿Cuántas veces al día exactamente deseas a mujeres que pasean al azar?» (p. 36) O entre estas otras preguntas mucho menos amables: «Pero ¿qué permanece y dura a los 59 años? ¿Qué acto de intrepidez o magia podría salvarnos? ¿Qué sabiduría tener para creernos superiores a la media? ¿Qué sombra da el árbol si follaje no hay?» (p. 38) Cuestiones que dan cuenta de la preocupación constante sobre la degradación que el paso del tiempo impone a nuestro cuerpo y capacidades físicas, frente a la plenitud de la juventud. Arracimadas en torno a esta a esta idea central de la fugacidad del tiempo, se presentan otras dos vetas temáticas, como son la lucha -lo agonal, lo bélico- desde su perspectiva histórica (pero también vital), y las reflexiones de tipo artístico, o estético, que hacen referencia a la propia escritura (pero también en varias ocasiones a la pintura). Paralelo a esto, no podemos olvidar que el sujeto poético de este libro es un personaje en continuo tránsito, en constante nomadismo, que le convierte en un extranjero allá donde vaya. Es un forastero, pero el sentido de lo foráneo se extiende a todos los lugares, incluso a aquellos a los que aparentemente -en teoría- pertenece. Aunque se encuentre «en su rincón», no puede huir de sí mismo, de la inconfundible marca de sentirse vacío, extraño a cualquier sitio: «El verdadero poeta es un solitario oscuro que no encuentra su sitio» (p. 74). No por algo la poesía completa de Marco Antonio Campos se titula El forastero en la tierra (1970-2004). Sería, sin duda, complejo de explicar con palabras lo que significa ese sentimiento de no pertenencia, pero es bien fácil desde la poesía de Marco Antonio Campos, cuando se pregunta «¿Qué fue de tu país?»

El personaje de los textos que hacen referencia a México, que es el país al que más se alude en todo el poemario (después irá en España, con cuatro), posee como punto de partida y de llegada México, diferentes ciudades como Morelia, San Luis de Potosí, etc., y Ciudad de México sobre todas, pero el hecho de que México adquiera más importancia que otros lugares no significa que realmente exista una identificación con una esencia nacional o absoluta que identifique lo que es una mera construcción histórica con los sentimientos individuales, que son siempre ideológicos. Por eso en «M-T», abreviatura de México-Tenochtitlán, el personaje se interroga desde el Zócalo, en el centro del DF, frente a la Catedral y las ruinas de los templos aztecas, así: «Regresas siempre. Siempre regresas a la ciudad que es para ti el centro del centro como la pirámide de agua y fuego» (p. 30). A partir de esta frase se dispone a preguntarse por su país en las diferentes etapas de su historia, creando una suerte de sujeto transhistórico que atraviesa esas etapas tratando de ver qué ha sucedido en ese suelo a lo largo del transcurrir de la historia. En el quinto fragmento de este poema -que es decisivo para la idea de no pertenencia- aparece un sujeto contemporáneo «solo en medio de la plaza» (p. 33), reflexionando sobre el destino de esa tierra, pero con la conciencia adquirida a través de ese viaje transhistórico de que lo que ese país tenga que ser deberá construirse, hacerse. No hay destinos ya escritos y por eso concluye esta composición diciendo «¿Qué vas a hacer ahora?» (Ibid.) El personaje -que bien podría parecerse al propio poeta, aunque no quisiéramos identificarlo plenamente por no incurrir en la falacia biográfica- arrastra una conciencia de «hijo duro» (como decía el final de otro poema de otro libro de Marco Antonio Campos) sobre su tierra. El poeta lamentablemente no se puede identificar con ninguna tierra porque cualquier identificación es fruto de una construcción, y aunque sus sentimientos sean capaces de emocionarle, sabe que son coyunturales, que no son universales.

Pero Dime dónde, en qué país es mucho más que una reflexión sobre las identidades nacionales de los países contemporáneos, a partir de lo que va ocurriéndole al viajero que van visitando diferentes países: en la primera parte del libro se encuentra en América, desde San José de Costa Rica, Argentina, Nicaragua o México, para dar el salto trasatlántico y llegar a España y a diferentes países europeos como Bélgica, Holanda o Francia, en lo que podría considerarse la segunda parte, y luego regresar a México, en la parte final, deambulando por diferentes enclaves de la capital (en esos momentos aparecen poetas amigos, vivos o muertos, como Efraín Huerta o Juan Gelman). El remate final, la fábula, trata sobre el pintor expresionista James Énsor.

En fin, estos poemas en prosa presentan una factura impecable y la construcción del libro es asimismo impoluta. Los textos se van leyendo con facilidad y se van degustando con el aliciente del libro de viajes. Nos hemos dejado muchas otras cosas que decir pero es obvio que sólo podemos utilizar esta reseña para recomendar su lectura y describir brevemente sus aspectos más destacados. Quede constancia, sin embargo, de lo que nos interesa.

 

 

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