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Actualización: 24/01/2012

Juan Manuel Roca

Cantar de lejanía: Antología personal

Por Felipe Valencia R

Vínculo con la poética surrealista

Monólogo desde el otro

Reinterpretación de las imágenes

 

El poeta colombiano Juan Manuel Roca (Medellín, 1946) se dio a conocer en 1973 con Memoria del agua. Desde entonces ha publicado una treintena de libros, entre los que se incluyen colaboraciones con pintores, cuentos, ensayos y una novela (Esa maldita costumbre de morir, 2003). Además de celebrado entrevistador, Roca ha preparado varias antologías, tanto de otros poetas como de sí mismo. De hecho Cantar de lejanía: Antología personal es la quinta de su tipo. El criterio seguido en ella es el de presentar los poemas agrupados por sus correspondientes poemarios en orden cronológico. Los cinco entierros de Pessoa (2001), por el contrario, agrupaba los poemas por temas. Sea como sea, una antología nunca es inocente. Al excluir algunos libros como Memoria del agua, Fabulario real (1980) o Tertulia de ausentes (1998), o al corregir poemas tan importantes como Galopar, Roca está reelaborando, como sus maestros Whitman y Borges, su Obra. Su reelaboración no concluirá nunca, así que no debemos olvidar que es provisional. Al mismo tiempo, nos permite valorar Cantar de lejanía como una obra individual, como la Obra, y hace que cuando hablemos de cada libro que la integra nos estemos refiriendo al que ésta recrea. Lo primero que llama la atención de Cantar de lejanía es su arranque. En la última antología de este tipo que Roca preparó, Lugar de apariciones (2000), la selección comenzaba con un poema de Memoria del agua. Pero esta vez el poeta ha decidido empezar con Trenes, de Luna de ciegos (1975). Desde Petrarca por lo menos sabemos que cuando un poeta junta sus rime sparsi, es significativo cuál abre el cancionero, y más cuando ese poema no figuraba en ninguna de las dos antologías anteriores.

 

Trenes es una breve composición que habla de los trenes que, como "secretas escrituras", como silencio y oscuridad, penetran en los sueños del poeta. La poesía se convierte así en una labor de leer no los sueños, sino el silencio de los sueños. Al escoger este poema como primero de su nueva antología, Roca delata su vínculo con la poética surrealista (no por nada, quien brinda un prólogo cariñoso a Cantar de lejanía es el maestro Gonzalo Rojas), pero sobre todo reivindica una poética que justifica su trabajo de continua revisión y selección, pues ¿cómo no emprenderlo si la materia del poema es oscura, lo cual lo hace inestable? En las páginas sucesivas, Roca presenta poemas de Luna de ciegos y Los ladrones nocturnos (1977), que vuelven sobre la poesía con respuestas, y sobre todo preguntas, distintas. Arte de tiempo habla del "prodigio de aprehensión" por el que el tiempo y los cuerpos permanecen en el poema. En Diario de la noche, el objeto de la poesía es "la oscuridad" y "la oscura edad que nos circunda". Ahora bien, Roca no se conforma con imitar a Hölderlin y preguntar "wozu Dichter in dürftiger Zeit?", sino que el poeta pregunta sin realmente esperar una respuesta. La poesía se convierte así en un diario del viaje sin término. Ese viaje se puede hacer en tren o a caballo, como en Galopar, donde además el poeta se propone nombrar lo que no se va a ver, cantar lo que no se va a oír. El poema que da título a la antología entera, Cantar de lejanía, habla de una poesía silenciosa, el canto de un mudo, de alguien que está lejos, dirigido a un lector inevitablemente alejado. En la línea de los surrealistas, Roca asume que esta realidad visible no es la realidad entera, de ahí que su poesía, visión de ciego y canto de mudo, persiga como un ciego el ruido que produce la otra realidad, la desconocida ("Mester de ceguería").

 

Con las bases ya sentadas, en lo sucesivo Cantar de lejanía despliega una producción poética muy coherente en su heterogeneidad. En otras palabras, la voz pasa por diversas transformaciones pero no deja de dar un mismo tono: paradójico, onírico, inasible. En cuanto a las transformaciones de la voz, Manuel Borrás recuerda en su justo epílogo que Roca se distingue por mantener un monólogo "desde el otro". En tres libros muy posteriores a los arriba mencionados, Roca ensaya la crónica, la interpelación, y asume la voz de otros como nuevas maneras de explorar el verbo. El proceso se inicia en Pavana con el diablo (1990) y culmina en Monólogos (1994) y La farmacia del ángel (1995). Los distintos personajes que son el poeta exploran con imágenes su relación con el mundo, o el problema de la sucesión en el tiempo, por ejemplo. En el poema Monólogo del mudo, el poeta enfatiza que su patria es el silencio, en el cual los signos son voces. En Monólogo del que no conoce nada, manifiesta su certeza de que lo no conocido o no hablado es lo que le permitiría conocer la realidad entera. En gran medida, el tono de Roca se debe a la profundidad de sus mitos; o mejor, a la manera en que enriquece los antiguos y desarrolla otros nuevos. Ambas operacione s s e dan en Ciudadano en la noche (1989). Ejemplo de la primera son Ciudadano de la noche o Retrato de Johannes, el nocturno: el poeta es un viajero nocturno y la poesía es ese viaje en sí, ya que la noche proporciona oscuridad y lejanía para alcanzar la visión anhelada. Ejemplo de la segunda operación es el poema que introduce a Nadie, aquel disfraz que asumió el alejado Ulises al volver a su patria. Roca volverá sobre este mito en Pavana con el diablo, donde Nadie es el ente que perturba el poema con su no-presencia. El tono silencioso, nocturno y lejano de la poesía de Roca constituye su triunfo supremo, pues le permite tratar diversos temas sin estridencias. El mejor ejemplo de ello es su reflexión sobre la violenta Colombia en Señal de cuervos (1979) y País secreto (1987). Su denuncia no es panfletaria, sino conmovedora y duradera porque habla de un paisaje moral a través de parábolas. Inclusive es capaz de congregar la poesía y Colombia en Exiliados: aquélla está lejos, lo mismo que los colombianos están exiliados de su propio país. En el fondo, que la poesía de Roca sea un monólogo a muchas voces con un mismo tono subterráneo se debe a que el poeta hace constantemente una relectura. La hace de otros poetas y de sí mismo. Ejemplo de este ejercicio doble es Teatro de sombras con César Vallejo (2002), donde reúne poemas que habían aparecido en otros poemarios. Al congregarlos, Roca actualiza su lectura de Vallejo y confirma el carácter siempre perfectible de su Obra.

 

Más aún, Roca añade a la relectura la reinterpretación de las imágenes a través de las cuales se relaciona con el mundo. Dos libros, separados por más de una década, dan fe de ello. Tríptico de Comala (1989) es uno de los varios libros que Roca ha hecho junto a un pintor, en este caso Alberto Samudio. Y Un violín para Chagall (2003) contiene un "museo imaginario", por medio del cual el pasajero descubre con envidia la capacidad expresiva y realizadora que tienen los pintores (El matrimonio de Chagall, Ventana para Hopper), la condición de presente en flujo constante de la pintura (Revelación del rojo) o cómo toda la realidad, incluso la oculta, está en el cuadro (El Matrimonio Arnolfini, Pentimentos), mientras que el lenguaje es inexacto, sucesivo y lejano. La búsqueda de una voz a través de los otros, la fidelidad a las obsesiones particulares y la relectura impenitente culminan en una amplia selección del último libro de la antología, Las hipótesis de Nadie (2005). Aquí nuestro viejo conocido Nadie es ése en virtud del cual Alguien existe. También es la zona que el lenguaje no alcanza. Pero más que una respuesta, Roca opta por lanzar hipótesis, ya que en este libro lo que quiere son "dudas", "lo incierto", "la derrota", "el agua del silencio" (Oración al señor de la duda). Asume que el poema es "el peso de un silencio malogrado" (La caída del reino), se instala en los tiempos de penuria y manifiesta el propósito conmovedor por construir en torno al vacío, a partir de las ruinas (Memoria del constructor de ruinas); de ser Alguien en torno a Nadie, de ser alguien gracias a Nadie. Precisamente el poema sin libro que cierra Cantar de lejanía, Sueño con ángeles, habla de la realidad del sueño, el viaje "sin destino", la ignorancia del que sueña y su constatación del "naufragio" y del deterioro de los símbolos. Juan Manuel Roca es un poeta colombiano en el único sentido que un poeta debe pertenecer a una tradición: por su compromiso moral con su país y por inscribirse en la tradición de magníficos poetas como José Asunción Silva, Luis Vidales, Aurelio Arturo, Héctor Rojas Herazo o Carlos Obregón, entre otros. Y más que eso, Roca es un excelente poeta en español cuyos versos se han enriquecido con Baudelaire, Lautréamont, Trakl, Rilke, Pessoa, Vallejo o Pizarnik, entre otros. Merece el elogio de Rojas Herazo: es uno "de esos escasos, alucinantes y desdichados testigos de la creación". Quien no lo ha leído queda convidado a hacerlo.

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