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Actualización: 24/01/2012

Vicente Gallego

Cantar de ciego

Por Luis Antonio de Villena

Con Santa deriva (2002) empezó Vicente Gallego (Valencia, 1963) un camino relativamente nuevo en su lírica. Si hasta ahí se basaba esencialmente en lo que llamó "realismo meditativo", a partir de ese libro, la meditación misma, el pensamiento lírico, y los versos de carácter sentencioso o aforístico ganaban el paso al desarrollo más narrativo y al estricto elemento realista. Lo que en ningún caso quiere decir que la poesía de Gallego se tornase hermética o difícil, o hija voluntaria del "trovar clus". Vicente Gallego busca claridad, busca luces y sombras, pero sobre todo que el poema tenga sentido abierto, y esa manera sabia e imaginativa que podemos aún entrever en los presocráticos griegos. Cantar de ciego -su reciente último libro- es una continuación depurada de todo ello. En versos irregulares, donde predomina el arte menor y la configuración en silva (también en canción) Cantar de ciego quiere ser la exaltación de momentos cenitales donde destaca la intensidad y el éxtasis ante la vida, que no excluye, sin embargo, los trazos sombríos. Porque el "cantar de ciego" es el del hombre que vive, y va a ciegas, y nunca sabe lo que le depara el destino. Pero es también (más en unos poemas que en otros) canción y ebriedad -"estar ciego"- porque es en momentos tales donde el listón de la vida parece apuntar más alto. Piedra del día compara, por ejemplo, el vivir con una piedra dura, que sin embargo va con nosotros y se cuida en la sutileza del aire. Con sutileza y buen hacer, Gallego se ha acercado en su vuelo material a poetas como Juan de la Cruz, y más cercanamente a Claudio Rodríguez (de quien acaba de preparar una antología para Renacimiento, Alto jornal), en algún poema sobre todo como Vamos alto o en Ahora:

"Mira ahora estas manos, / mira en ellas el pan / de un tan alto querer, / de una harina tan limpia".

Vicente Gallego profundiza en sus raíces y en su médula, pero él es él, y eso no brilla sólo en la bienhechura y en el tono general, sino también en los poemas donde quiere ir, en su aire, más lejos. Así en La paloma (original celebración de un éxtasis erótico) o Mirándote donde el poeta afeita el pubis de su amada, y la belleza se acelera por sobre la anécdota. Cuando un poeta posee ya un mundo y una dicción, quizá no sea lógico que le pidamos en cada nuevo libro otra vuelta de tuerca. Hay que pedirle riesgo y avance, pero sobre todo un puñado de buenos y valederos poemas, eso tan difícil. El libro de Vicente ya no es en él nuevo, pero tiene calidad, riesgo y ese ramillete de poemas memorables que validan cualquier tentativa lírica. Lo que no decepciona porque procede de lo más interno y fuerte del hombre.

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