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Portada de Así procede el pájaro, de Juan Antonio Bernier

Actualización: 23/03/2012

Juan Antonio Bernier

Así procede el pájaro

Por Rafael Espejo

"Qué otra cosa le corresponde al poeta sino registrar los sentimientos que le vela o despierta la contemplación de un universo en marcha, modificador de los proyectos baudelearianos según el sol de la explanada, el otoño del mar, la nevada del tiempo o los brotes de hierba entre el cemento."

A estas alturas de la Historia de la Humanidad, pocas cosas nos son dadas sin manual de procedimientos. Parece que el hombre se esté haciendo con la Naturaleza, y cada vez la razón llega más lejos en su cruzada por entender, justificar, catalogar el universo. A todo principio, adiestrado, se le encuentra un uso; y la poesía, que es un gesto más de la razón, tampoco escapa a esa tendencia por explicarnos a partir del mundo. Así, las tradiciones nos ofrecen diferentes versiones de la vida y los sentimientos humanos según el estado de madurez de la conciencia colectiva: el hedonismo clásico, la férrea mística medieval, la iluminación renacentista, el existencialismo romántico... En el turno del S. XXI, el signo lingüístico se antoja más científico que simbólico, más teórico que subjetivo, y la palabra poética que antaño filtraba mitologías se mira ahora, profética, en el espejo de los libros de instrucciones en que están derivando los poemarios.

Quienes calculan las posibilidades de la poesía confunden el talento con la tesis. El buen poema está hecho de palabras pacientes, meridianas, escogidas con delicadeza y maduradas calladamente en el cajón nocturno de los secretos, de las devociones íntimas. Cierto es que no existe ni la receta indefectible ni su fin último, pero el envés del axioma transparenta que, así conciliadas, así avenidas, las palabras recobran su pleno significado en el poema y lo dragan depasadizos –allá al fondo sus posos emotivos–: vivifican lo que nombran. Tal es el caso de Juan Antonio Bernier, poeta sosegado como certero cuya labor es acto de fe, de constancia sin premura, de absoluta certidumbre en la durabilidad de la palabra verdadera (tan ajena al vértigo editorial que reduce los atributos a actualidad). De este modo, entre los poemas reunidos en Así procede el pájaro pocas novedades encontrará el lector de poesía celoso –la mayoría de los textos han aparecido en plaquettes, antologías y revistas en los últimos años–; pocas novedades, decía, pero sí una revelación: los textos se independizan de sí mismos y conforman un único cuerpo íntegra, maestramente orquestado. No ensaya el moderno concepto de poemario más o menos novelado, sino que coquetea con el cancionero, una suerte de cántico integral cuyas partes no ramifican el todo, lo ahondan: “Nuestro vivir acendrado./ Como la almendra/ que en su vaina madura:/ nuestro vivir hacia adentro”.

Recorrido ya el mapa urbano que diseñaba su anterior entrega (La costa de los sueños, 1998), ahora Juan Antonio Bernier se reinventa explicándose el paisaje en hímnico presente. Su nueva y limpia mirada, pretendidamente objetiva, repele lo ajado por la tradición inmediata, la fullería de la memoria como escala del conocimiento; pero –no puede ser de otro modo– quien rechaza también elige. Y así, el objeto poético que le interesa se despoja de toda moralina, no quiere ser ejemplo, apenas señala con el dedo el paso de una nube mientras se desvanece. Digamos que la realidad capturada se fuga en sus poemas, dotando a las instantáneas de un latido interior. Se escucha el pulso de esa música lenta y sinestésica a la que “le da, con su mirar, significado”. Qué otra cosa le corresponde al poeta sino registrar los sentimientos que le vela o despierta la contemplación de un universo en marcha, modificador de los proyectos baudelearianos según el sol de la explanada, el otoño del mar, la nevada del tiempo o los brotes de hierba entre el cemento. Lo dice un poema: “Cuadernos casi entero s consagrados / a la búsqueda humilde / de una sola verdad, // distinta a cada instante, / negándose a sí misma”.

 Así procede el pájaro se divide en dos piezas plegables, bifurcadas cada una de ellas también en dos. La primera (Luces dentro del bosque) expone una teología de la belleza inconsciente –el milagro inadvertido del verbo “estar”– que filtra en sus estampas. Tan desnuda luce su palabra que por momentos se vuelve elíptica, invitando así al lector a que participe, completando, de su comunión con los elementos. Porque el silencio también tiene su canto, pero es la interpretación inexacta de sus palpitaciones, según quién y cuándo, la que pulsa su mudez. Si bien no es el caso más significativo de lo que digo, en “Nueva formulación de la distancia” la entrega por omisión se cumple magistralmente: “Para ti las corté por la mañana. / Las rosas que descansan en el vaso / quisiera que en tu cama reposaran. / Las rosas que corté, puede que en vano”.

En la segunda parte, que le da título al libro, la levedad se enfatiza hasta lo japonés: poemas como fogonazos de sensaciones, tan cercanos a la percepción del poeta que quieren salirse de su contingencia: “El cielo frunce el ceño: / lo inmenso / se concentra”. Se revela entonces el alma de las cosas, más allá de la conciencia humana que en cierto modo las limita y distorsiona. Una suerte de irracionalismo prudentemente dosificado armoniza la rareza congénita de las cosas con el asombro mismo de la voz poética que, al nombrar, –lo apunté antes– funda. La precisa distancia que media entre objeto y signo, por tanto, crea un campo magnético entre ambos que los detiene y fija, estacionarios pero vibrantes.

Entregas tan gozosas como la de Juan Antonio Bernier dignifican el estado actual de la poesía española. Aunque quizás decir eso equivalga a acordonarla, y nada más lejos de su realidad. Mejor así: la universalidad de las tradiciones que lúcidamente explora y asimila se reciclarán, si es honesta la memoria literaria, si se cumple en ella la palabra, con Así procede el pájaro.

 

* Reseña publicada en el número 7-8 de la edición impresa de La Estafeta del Viento, año 2005.

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