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Portada 'Anuario Mínimo (1960-2010)

Portada 'Anuario Mínimo (1960-2010)

Actualización: 16/10/2012

Eduardo Chirinos (Perú)

Anuario Mínimo (1960-2010)

Por Octavio Pineda

Un poema es un ojo que mira, un oído que escucha, una mente que piensa

ANUARIO MÍNIMO (1960-2010)

DE EDUARDO CHIRINOS

 

Un poema es un ojo que mira, un oído que escucha, una mente que piensa

Eduardo Chirinos

La poesía de Eduardo Chirinos (Lima, 1960) es imprevisible y duradera, por lo que tiene de búsqueda y cimiento, de exploración y de oficio poético. Desde Cuadernos de Horacio Morell (1980) hasta Anuario Mínimo (1960-2010) —poemario aquí reseñado— su obra traza senderos por el lector como si fueran recuerdos anteriores. Hay quien pudo navegar con Canciones del Herrero del Arca (1989), quién trabajó de funambulista en El equilibrista de Bayard Street (1998) y disfrutó de la música en Breve historia de la música (2001), o esperó que la nieve se derritiera en Escrito en Missoula (2003). La realidad y la imaginación se funden en una voz muy personal, “un mundo verbal que es, a la vez, reconocible y remoto” como lo afirma José Miguel Oviedo.

 

         En su último libro editado en España por Luces de Gálibo, leemos la voz de una memoria que ha sido sutilmente presentada en algunos poemas de sus entregas anteriores.  Anuario mínimo (1960-2010) es un material híbrido que mezcla reflexiones, testimonios, anécdotas, conversaciones, etc. “Sus páginas responden más al deseo de reunir al azar breves fragmentos que a la frondosa voluntad de construir una autobiografía”,afirma el propio poeta en el prólogo. Una intersección entre experiencia verbal y memoria que recorre sus cincuenta años, cumplidos en 2010, como reza el título. Pero, en esta ocasión, no es el recuento de una vida lo que le interesa al poeta, sino la infancia, la juventud y la madurez de su voz poética. Un trayecto de construcción lírica donde la piel de los textos es el recuerdo, y la poesía es la conciencia de un lenguaje que ha ido creciendo como un órgano más dentro de su cuerpo. Un oficio, el de poeta, que Eduardo Chirinos esculpe y talla con sumo cuidado, transmitiendo las sensibilidades que la poesía le proporciona a la realidad diaria, y, a la inversa, convirtiendo a la realidad en uno de sus sustentos metafóricos. ¿Acaso la vida no es el objetivo poético primordial? Así lo defiende de forma irónica el propio Chirinos en uno de sus ensayos anteriores: “como si los poemas no se nutrieran continuamente de la vida y le dieran sentido”.

 

         La forma del poemario propone  una lectura nueva, donde cada texto, dos por cada año de vida, se sitúa en un espacio central de la página en formato de prosa, que poco tiene que ver con los renglones sinuosos de la poesía contemporánea. El mismo Chirinos nos sumerge en esta estructura: “La prosa empieza siempre con alguna idea, a esa idea le siguen las palabras, y a esas palabras —si tiene suerte— una música. La poesía, en cambio, empieza con una música, a esa música le siguen palabras, y a esas palabras, una idea. Para algunos la idea es opcional”.

 

         Anuario mínimo (1960-2010) le sitúa en las más altas cotas de la poesía peruana e hispanoamericana. Allí donde respira la tradición lírica de su país: César Vallejo, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Blanca Varela: “Un poema es siempre el punto de partida de una tradición, nunca su punto de llegada”,dice el propio Chirinos. Y, aunque las mismas obsesiones que recorren el poemariose localizan enel resto de su obra, es ahora donde nos da las claves para entender su origen: su relación con los animales (“Mi oveja saltó de la cartulina y se puso a balar en medio de la clase”); la adoración por la música (“Sin música el silencio no me deja escribir. Sin música me distraigo con los silencios del mundo); la condición de viajero y lector de poesía universal (“En esa época me esforzaba en leer el Purgatorio y –sobre todo- el Paraíso. Pero siembre volvía al Infierno”); y su diálogo con el silencio y con el quehacer de las palabras, que le hace sobreponerse a los problemas de audición (“Mi oreja es vanguardista, mi ojo clásico”).

 

         De esta manera, sorprendente y honesta, vuelve Eduardo Chirinos a nuestra lectura, con la convicción de que la vida es siempre una metáfora de la poesía: “leer y escribir poesía es una manera, tal vez la más desinteresada, de recordar que estamos vivos”.

 

Octavio Pineda

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