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Portada de andanza, de María Negroni

Actualización: 24/01/2012

María Negroni

Andanza

Por Josep M. Rodríguez

No hace falta haber leído a Luis Cernuda o a Alejandra Pizarnik para darse cuenta de que, en poesía, la infancia representa el espacio mítico y absoluto de lo que no va a volver, de lo irrecuperable. Sin embargo, como ya dejara claro Jorge Luis Borges, no es el hombre el que elige, sino la puerta. Por eso, la vida hace a veces propósito de enmienda y nos regala una especie de sucedáneo de lo que pudo ser y no fue.

No hace falta haber leído a Luis Cernuda o a Alejandra Pizarnik para darse cuenta de que, en poesía, la infancia representa el espacio mítico y absoluto de lo que no va a volver, de lo irrecuperable. Sin embargo, como ya dejara claro Jorge Luis Borges, no es el hombre el que elige, sino la puerta. Por eso, la vida hace a veces propósito de enmienda y nos regala una especie de sucedáneo de lo que pudo ser y no fue. En una nota biográfica incluída en la antología Mujeres de palabra, María Negroni (Rosario, 1951) lamenta que a los once años tuviera que trasladarse con su familia a Buenos Aires, donde "terminé de convertirme en la hija modelo que anhelaba mamá: fui abanderada del colegio, usé vestidos de Marilú (éramos pobres pero no tanto), estudié inglés, francés, pintura y hasta danza, aunque en esto último fracasé, el pas-de-deux no era mi fuerte. Tiempo después, al criticar mis poemas (creo que por demasiado «intelectuales») una amiga me dijo: «A vos lo que te hace falta es bailar»".

La anécdota no tendría mayor importancia sino fuese porque, hace unos años, María Negroni se propuso aprender a bailar el tango argentino, en un ejercicio de añoranza y melancolía del que nació su último poemario hasta la fecha, titulado Andanza. Más allá de las evidentes resonancias fonéticas, el título está justificado por los versos que abren el volumen, pertenecientes al clásico tango "Naranjo en flor", del que Virgilio Expósito compuso la música y su hermano Homero la letra: "Primero hay que saber sufrir, / después amar, después partir / y al fin andar sin pensamiento..."

Según el hexagrama cincuenta y seis del I ching, El andariego no tiene más morada que su camino. De ahí que Kavafis, en su poema "Ítaca", pida que el camino se demore para que el "viaje sea largo, / lleno de peripecias, lleno de experiencias". Por eso, porque somos lo único que tenemos, resulta imprescindible hacer caso de aquella inscripción que se podía leer en el templo de Delfos: "Conócete a ti mismo". Una tarea que la modernidad ha convertido en algo parecido a montar un puzzle. "¿Quién soy yo?", se preguntaba André Breton al comienzo de su novela Nadja. Y así empieza también el primer poema de Andanza: "¿Esa mujer soy yo? ¿la que en el baile / levanta como la luz su inexperiencia / y se dirige leve como pluma / al sitio más esquivo de su adónde?".

A lo largo de los cuarenta y un poemas que integran el volumen -poemas sin título, todos de ocho versos, endecasílabos-, el tango actúa para María Negroni de igual modo que el personaje de Nadja para Breton, es decir, como catalizador, como coartada para escribir sobre sí misma: "A cada cual su reino indescifrable". Un reino de Babel que la poesía ayuda a traducir, por más que, ya se sabe, en cualquier traducción siempre hay algo que se pierde. Y esa pérdida es una de las claves no sólo de Andanza, sino de la obra completa de esta autora nacida en Rosario pero que reside en Nueva York: "la realidad es el arte de la herida". "Flor extraña que busca suavizarse / en el fuera de campo del lenguaje".

"He visto que las cosas / cuando buscan su curso encuentran su vacío", escribió García Lorca. Y, más tarde, Pizarnik: "Las palabras hacen la ausencia". De ese desajuste entre la palabra y el mundo -por usar una expresión de otro de los textos de Andanza- se alimenta la poesía de María Negroni: flor extraña que crece entre la levedad y la transcendencia. Entre la oscuridad y el desvelo. De ahí su ambivalencia: "entre las piernas vos me caminás / hacia el tumulto y nada que lo explique / y yo insistiendo en eso que consigue / sólo a veces las astucia femenina / tatuar en el reverso del lenguaje / tus señas de animal que no se deja".

El deseo y su desorden magnético es, sin duda, otro de los ejes vertebradores de Andanza -algo natural si tenemos en cuenta que su principal referente es el tango: un baile que hace de la seducción su verdadera razón de ser. Exactamente igual que la poesía de María Negroni, que nos atrae y nos atrapa en la tela de araña que dibujan sus versos. Una vez y otra vez. Una vez y otra vez: "yo me voy te vas vos nos hemos ido / qué importa la impresión de haber fallado / la despedida es parte del encuentro / el poema lo sabe antes que nadie".

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