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Ilustración de Juan Vida

Actualización: 24/01/2012

Memoria de Jorge Teillier

Por Jesús García Sánchez

 

Artículo publicado en el Nº 6 de la edición impresa de La Estafeta del Viento, (otoño - invierno de 2004)

 

 

EN un país de poetas como es Chile, el único hispanoamericano que ha obtenido por dos veces el Premio Nobel para sendos poetas, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, y que además es patria de algunas de las voces más representativas del siglo XX, como V. Huidobro, o Pablo de Rocka, o Nicanor Parra, o Gonzalo Rojas, es misión harto difícil sobresalir y no estar a la sombra de tan grandísimos creadores.

La obra de Jorge Teillier, Lautaro 1935, es uno de estos casos no sólo porque supo escapar de la grandilocuencia, del mundo de las imágenes vanguardistas, de la antipoesía, movimientos que circulaban a sus anchas por el ambiente poético en el que se movía, sino porque también supo encontrar un nuevo camino para la poesía de su país. Una nueva vía que él llamó poesía lárica y que va construyendo desde la representación a la memoria, una poesía en el tiempo en la que rememora las cosas perecederas y efímeras, las que se desgastan y abandonan. Teillier vuelve al mundo de la infancia provinciana que le recuerda mundos más felices que ya dejaron de existir, y que continuamente le abren los ojos con asombro y alegría, y lo describe con los componentes más elementales, que son los que le recuerdan aquella antigua realidad. En la poesía lárica el poeta Jorge Teillier se encuentra extraño y casi aprisionado en la ciudad. Constantemente reclama volver a sus orígenes. En la ciudad se descubre como un desterrado, y desorientado en un espacio que aborrece, que le limita y que le aumenta el recuerdo de mejores lugares y mejores tiempos que ya no volverán, “tu pueblo ya no existe”, de modos y maneras de vivir perdidos “ya no existe el lenguaje que asombraba tu infancia”. Y si deprimente encuentra el escamoteo de tantos recuerdos, llega hasta la desesperación cuando comprueba que también en su espacio lárico han penetrado los efectos de la dictadura que en aquellos años soportaba su país: “y no sigas pensando en los atardeceres en los bosques / En mi provincia prohibieron hasta el paso de los gitanos”.

La poesía de Teillier es obsesiva con el recuerdo de la infancia feliz, con la nostalgia del que sabe que ha perdido su mundo, con el recuerdo de una inocente y feliz adolescencia, con el sueño de aquel paraíso desaparecido, con la naturaleza que ha sabido resistir mejor que el hombre al paso del tiempo, y segura de que ya sólo le quedan recuerdos imaginados; y mientras sus compañeros de generación reclaman la llegada a la metrópolis, él postula con añoranza la vuelta del tiempo perdido que no volverá.

Él es superviviente de una tradición que pretende conservar imágenes tan esenciales como la casa, la tierra, el pueblo. En uno de sus últimos poemas. “A Darío, mi nieto, que aún no sabe leer” reiteradamente le ruega que vuelva al pasado, a la casa de madera de los antepasados, a llevar leña en la carretilla, a remar por los ríos no contaminados.

Igualmente en el poema “A mi madre” se lamenta de haber marchado a la ciudad, su enemiga, y recuerda con nostalgia todas las cosas bellas de la vida del campo, su casas de madera y el fuego de la chimenea. Todo oscila entre la infancia y el recuerdo; entre la felicidad pasada y el dolor presente por la desintegración de su mundo, por el ansia de conservar todo lo posible aunque sólo en el recuerdo. Hay que recordar cómo a A. Machado los objetos cotidianos le ayudan a ver pasar el discurrir del tiempo “la venta se obscurece. El rojo lar humea. / La mecha de un mohoso candil arde y chispea.”

La deuda de Teillier con Antonio Machado no sólo está en la sencillez del lenguaje, también en el diálogo con las cosas del campo, en la claridad, en la seguridad de que lo anecdótico no es en sí mismo poético y, aunque evita la melancolía machadiana, él es su verdadero arquetipo y le homenajea recordando que sus versos eran las mismas palabras verdaderas con las que en la provinciana tarde le hablaba la fuente de la plaza; le reconoce como a un hermano mayor mal vestido y triste, y le confiesa: “tú nos das a beber / vino nuevo en odres viejos” y aún que su poesía había sido hecha para el viento. Y si los objetos y las cosas más habituales son las que trascienden en la poesía de Teillier, también son de uso muy frecuente las palabras que denotan elementos habituales para construir sus versos, y así es como entiende la poesía: “la poesía debe ser una moneda cotidiana / y debe estar sobre todas las mesas / como el canto de la jarra de vino” ó “la poesía no se pregona en las plazas ni se va / a vender a los mercados a la moda, /…/ y que de nada sirven / los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir”. Es una fatalidad que la leyenda que siempre ha acompañado a Teillier de poeta maldito le haya ensalzado tanto como únicamente se hubiera merecido por su propia obra. Lo cierto es que su imagen personal en nada corresponde a su obra poética, llena de pureza, transparencia y lirismo. Mucho se ha escrito de su malditismo y aunque declarara que no se consideraba un poeta maldito, sino más bien un poeta bendito, en sus últimos libros contribuyó a aumentar su exagerada leyenda, “sólo tengo deudas y despertares de resaca”, también que “tomo demasiado”. Pero en ningún momento deja en el olvido su larismo: “me importa soñar con caminos de barro / y gastar mis codos en todos los mesones”. Teillier falleció en 1992 no sin antes haber escrito “ya no puedo rimar ni el más torpe soneto”.

 

Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal

A Stefan Baciu en Hawai,

Y a Vasile Igna, mi primo desconocido.

En Cluj, Transilvania.

 

1

En el pueblo

donde algunos me conocen

como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios,

paseo por la Calle Comercio

que ahora se llama Avenida Bernardo O¨Higgins

(Como en Santiago)

 

He comulgado con la tierra.

voy a la Sidrería

allí están los parroquianos de siempre

y me saludan mis viejos compañeros de curso

que sueñan con ser alcaldes o regidores o comprarse una citroneta

Ha cerrado el cine,

aún quedan affiches que anuncian películas de sepia.

A lo largo de los cercos

las ortigas siguen hablando con su indestructible lenguaje.

En el techo de mi casa se reúne el congreso de los gorriones.

Pienso por primera vez

que no pertenezco a ninguna parte,

que ninguna parte me pertenece.

 

2

El viento trae olor a terneros mojados

 

3

Kilómetro 662 a las cuatro de la tarde.

En la calle Comercio los turcos y los españoles bostezan tras los mostradores.

No hay un alma en la calle a la hora de la siesta

Horadada sólo por el cuerno primitivo del vendedor de helados.

En las afueras los campesinos esperan las micro rurales.

Tal vez me vaya a otro pueblo

cuyo destino voy a leer en la palma de sus calles.

 

4

Hay praderas manchadas de vacas y girasoles.

De las cosas que puedan consolarme cuando vuelva a la ciudad

enferma de smog.

Viajaré en vagones de segunda atestados como los de las novelas

sobre la Revolución Rusa.

He visto las ventanas ciegas del Molino.

Con su arruinado dueño he tomado un trago en cualquier cantina

Paso la tarde sin darme el trabajo de llegar ni siquiera al fondo del

patio de la casa paterna.

 

5

El único hojalatero que quedaba en el pueblo

fue a buscar trabajo a Lonquimay.

No ganó mucha plata pero contemplo la Cordillera.

El no tiene Leica ni Kodak

así que se dedicó a dibujarla

para que sus nueve hijos la conocieran de verdad.

 

6

A los mapuches les gustan las canciones mexicanas del Wurlitzer

de la única Fuente de Soda.

Las escuchan sentados en la cuneta de la Calle Principal.

Van a la vendimia en Argentina y vuelven con terno azul y

transistores.

Ha llegado la TV.

Los niños ya no juegan en las calles.

Sin hacer ruido se sientan en el living para ver a

Batman o películas del Far West.

Mis amigos están horas y horas frente a la pantalla.

 

Tengo ganas de que lleguen los Ovnis.

 

7

Me cuesta creer en la magia de los versos.

Leo novelas policiales,

revistas deportivas, cuentos de terror.

Sólo soy un empleado público como consta en mi carnet de

identidad.

Sólo tengo deudas y despertares de resaca donde hace daño hasta

el ruido del alka sltzer al caer al vaso de agua.

En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua.

Sigo refugiado en los mesones,

mirando los letreros que dicen “No se fía”.

Mi futuro es una cuenta por pagar.

 

8

Si el futuro pudiera extender pulcramente

como mi madre extiende las sábanas de mi cama.

Miro la ropa puesta a secar en el patio.

Han entrado ladrones de gallinas a la casa del frente.

Voy a la plaza a leer el diario, con noticias más añejas que las de

San Pablo.

 

9

Solitario donde nunca he estado solitario

camino hasta el abandonado velódromo de tierra

donde no aparece ni el fantasma del Campeonato

de Ciclismo de Chile del año 30.

Hay caballos pastando en lo que fue cancha de fútbol.

Todos se interesan sólo por ir a ver los partidos profesionales a la

Capital de Provincia.

mientras yo pienso mordisquear una brizna de brezo.

 

10

Trasnochador empedernido

contemplo la luna igual a la de 1945

enrojecida por la erupción del Llaima.

La misma que miraba desde la buhardilla

mientras leía como ahora “Los miserables” y el Almanaque

Hachette.

 

11

Acuérdate que te recuerdo.

Si no te acuerdas no importa mucho.

Siempre te veré caminando sobre los rieles

o buscando el durazno más maduro de la quinta.

 

12

Ya pasó el Rápido a Puerto Montt

que antes se llamaba el Flecha del Sur.

Voy de la estación al puente

cuyos faroles dicen “Fundición Dickinson, 1918”.

Ya no existe esa fundición

ni ninguna fundición.

Confío mi memoria al río Cautin y a la Capilla de Guacolda.

Afirmado en las barandas del puente

miro el cielo del verano que apenas sujetan los clavos de plata de

las estrellas.

 

13

Hemos llegado a esta aldea en un Pontiac 40

por caminos que jamás serán pavimentados.

Espantamos cerdos y gallinas.

Los niños se asoman asombrados.

En el negocio clandestino

pedimos un pipeño y hablamos con el dueño

y con un tractorista que nos asegura que Hitler está vivo

y con dos recién llegados que nos convidan charqui de pescado:

son un estibador de Talcahuano y su compadre mapuche que lo

trae al anca.

Todos bebimos en la misma medida,

y volvimos como nuestros antepasados

ebrios al pueblo que un día nos rechazará.

 

14

Día domingo de salida de misa.

Las niñas se pasean con la moda recién llegada de Santiago

acompañadas por la banda de Regimiento que toca cumbias.

Los dueños de casa compran las primeras sandías

y los diarios con las noticias frescas de los últimos crímenes.

Camino por las últimas calles de este lugar de bomberos, rotarios,

carabineros, jubilados, tinterillos y profesores

primarios,

allí los puñales del sol entran por las costillas de los pobres cercos

de madera.

Siento los estertores de las postreras carretas y locomotoras a

vapor.

Busco la paz tendiéndome en la pradera condecorada por los

girasoles

contemplando el glorioso oleaje del trigo

y los viajes infinitos de las nubes que van a llorar por nosotros.

 

 

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