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Actualización: 17/02/2012
José Carlos Becerra
Por Jesús García Sánchez
"Becerra se consideraba un hombre con suerte porque en cada una de las etapas de su vida, de su escritura, se había encontrado con autores que le habían servido de gran ayuda, de la misma manera que el cine, el arte comercial, los comics y los medios masivos le habían mostrado un lenguaje diferente"
En un desgraciado accidente automovilístico ocurrido el día 27 de mayo de 1970, encontró la muerte en Italia, cerca de Brindisi, el poeta mexicano José Carlos Becerra. Había nacido en Villahermosa, Tabasco, en 1936. Iba camino de Grecia, desde España, donde había visitado a Vicente Aleixandre. Uno de sus poetas amigos, también mexicano, Hugo Gutiérrez Vega, era consciente de que no sólo había perdido a un amigo, sino de que también la poesía mexicana se había quedado sin uno de sus creadores más representativos, poseedor de un mundo tan personal como brillante, y de quien se esperaba lo que sin duda prometía, más tarde o más temprano: debía convertirse en uno de los más grandes autores de su generación, una generación de gran brillantez y muy destacada en las literaturas hispánicas del siglo. Gutiérrez Vega le dedicó el poema "Carta al poeta" en el que se lamentaba del accidente, del desventurado momento, y de sus consecuencias: "Era el momento de la conjuración de todas las piedras del camino.... Ahora, con tu muerte, el río de las palabras ha disminuido su caudal.... Hablaremos de ti como se habla de esos ausentes dones que un día nos da la tierra y que nos quita con su inocente furia al día siguiente".
José Carlos Becerra entró en el mundo literario como narrador. Desde joven escribía y mandaba cuentos a diversos concursos. Ya en 1953, con 17 años, había ganado un premio con su cuento "El ahogado", tema recurrente en su poesía posterior. En uno de aquellos premios se encontraba como jurado el prócer Carlos Pellicer, que ya desde entonces sería uno de sus preceptores y protectores. Nunca había considerado escribir más que en prosa y sin duda aprendió en ella muchos de sus recursos. En el intento de unidad total que proyectaría más tarde en sus escritos poéticos, está muy visible la destreza y la disciplina de un cuentista, algo que consolida su personal concepción del verso y del versículo, el contorno de su nítida forma enrevesada. Todo en la poética de Becerra, y en su teoría, está fundamentado en los problemas del lenguaje, en los problemas del verbo, en las indagaciones de la palabra. La construcción del versículo exige rigidez y disciplina Si el habla se opone a la lengua, según Saussure, su separación determina lo que es social de lo que es individual, lo accesorio de lo esencial. Becerra se decanta por esta forma como estructura creativa versicular porque en ella encuentra el habla individual y se siente cómodo en la aventura de desarrollar sus condiciones expresiva.
Sus primeros escritos eran en su gran mayoría prosas poéticas y cuidadas escrupulosamente. Pero no sólo. En marzo del 1959, como protesta por la dura represión contra el movimiento ferrocarrilero, publicó el poema "Vamos a hacer azúcar con vidrio" de claros matices reivindicativos, tono que también está latente en su obra posterior. Hay que recordar de José Carlos Becerra fue uno de los primeros poetas que protestaron en 1968 por la matanza de Tlatelolco con el poema "El espejo de piedra".
Aunque se trata de un poeta que contó con pocos años de productividad y de creación, no es difícil observar tres periodos, y con considerables diferencias. Puede hablarse de los escritos de juventud, de la madurez y de una obra en marcha, inacabada por culpa de la muerte. En sus primeros años gana el Premio Estatal de Poesía de Tabasco (1966). Un crítico y lector siempre tan voraz y tan sabio como José Emilio Pacheco, no dudó en advertir la calidad de aquellos poemas, de su considerable categoría, y así se lo hizo ver a Octavio Paz. La consecuencia fue su inclusión en la canónica antología Poesía en movimiento (1966), aún siendo un poeta todavía inédito. Paz lo presenta en la citada antología así:"Prefiere, para expresarse, el poema extenso escrito en versículos, enriquecido con imágenes que se solazan en el gusto de la gracia y del gozo del mundo en torno. Sin prisa, Becerra trabaja una poesía que empieza a deslizarse hacia temas adonde llegan, como ecos nostálgicos, las sensaciones más diferenciadas, las llamas de deseos que aún perduran en su conciencia".
El año siguiente obtiene el Premio Estatal de Poesía de Aguascalientes (1967) y da a conocer Relación de los hechos, libro en el que no escamotea lass influencias de Pellicer y de Perse. Pero sabe exponer estas lecturas y otras con toques personales de imaginación y entusiasmo, de manera que representan más testimonios de gratitud y admiración que simples imitaciones. Y como fondo de los poemas una nueva y reformadora visión de las ciudades ("y esta ciudad no es distinta a otras ciudades, / es distinta a sí misma"), del cine, del mundo que nos rodea y envuelve. Los poemas acaban siendo simples e implacables retratos de lo cotidiano. La ciudad y lo cotidiano eran tema recurrente en la poesía mexicana de aquellos años, con distintas visiones muy ricas y muy particulares. Si Octavio Paz escribía que la ciudad es "La novedad de hoy y ruina de pasado mañana / enterrada y resucitada cada día ", otro de los más grandes poetas mexicanos, Efraín Huerta anotaba: "Te declaramos nuestra odio, magnífica ciudad. / A ti y a tus tristes y vulgarísimos burgueses, / tus chicas de aire, caramelo y films americanos, / a tus juventudes ice cream rellenas de basura...". Distintas versiones, por ejemplo, pero que comparten el mismo denominador común que es la angustia que genera la ciudad. Becerra no puede evadirse de esa inquietud que provoca la metrópoli, de sus congojas y preocupaciones diarias, de sus nuevas formas culturales y se enfrenta a ellas y a sus nuevos símbolos con tonos antisolemnes y tolerantes, incorporando a su obra distintos elementos de la cultura pop. El contenido poético lo fructificaba pausadamente, pero no la disposición. El primer poema del libro, como una declaración de intenciones formales, se llama "Betania", y está escrito en versículos bíblicos, y no parece casual que éste sea el lugar donde residía Lázaro, el mendigo de la parábola evangélica de san Lucas, reencarnado en la Biblia.
Después de publicar el libro Relación de los hechos modifica su actitud ante el poema. Es consciente de que la cadencia y la forma del versículo son su "modus operandi", su máximo modo de expresión, sus mejores armas y mantiene una extraordinaria devoción ante escritores como Paul Claudel, pero nota la ausencia de alguna particularidad, de alguna clave, y se decide a buscarla. Indaga sin un conocimiento exacto de lo que quiere, porque lo más importante era la disposición a la búsqueda. El inconformismo y la inquietud se estaban instalando de manera alarmante en su pensamiento poético. Es entonces cuando se encuentra con los versos de Lezama Lima. El magnetismo que produce el poeta cubano sobre Becerra es desde entonces dominante.
Escribió al propio Lezama para hacerle partícipe de su deslumbramiento y su entrega al descubrir ese mundo tan distinto en el que encuentra lo que buscaba, ese movimiento que llega a la superficie desde lo más profundo:"Después de leerlo a usted, querido y admirado Lezama yo he sido más yo. Su obra representa esa experiencia última sin la cual yo no podría ahora indagar y ver en el lenguaje, no en la realidad. Qué hermosa deuda tengo con usted y cómo me enorgullece portarla. Condenados al artificio vital del verbo, creo ya que los escritores debemos volvernos hacia el lenguaje, como otros se vuelven hacia la "vida", entregándonos". Estas son consideraciones definitivas para su nueva concepción del poema. Se plantea un nuevo desafío en el que debe de luchar ante distintos planteamientos, con un lenguaje diferente, al que se enfrenta con más frialdad, más imaginación y reflexión y un trabajo exigente y meticuloso. Pero siempre mantiene como representación artística el versículo, una forma poética de estructura tan antigua como rompedora con los sistemas tradicionales. Ni verso ni prosa, un híbrido que reclama planteamientos específicos en su escritura y que de ningún modo ha de confundirse con el verso largo o con la prosa cortada. El método está configurado y ahora sólo falta hacerlo revivir con sus posibilidades formales.
Las propiedades implícitas que conlleva el versículo, con la añadida influencias de Lezama, hacen que la sinuosidades verbales florezcan en sus versos, y que los caminos se llenen de curvas, a veces exuberantes y otras veces escabrosas, para llegar a las conclusiones no por el camino más corto, sino por la frondosidad. El barroco es pieza fundamental como fuente de alimentación en su concepción de la poesía porque en su exuberancia ha encontrado la turbación, el estremecimiento que le otorga esa "maravillosa ceguera necesaria" donde los primeros pasos "sean de tanteo deslumbrado, más de formas ocultas que de luz percibida". Considera que lo visual y lo plástico comienzan a cambiar los nuevos conceptos de literatura, pero a través del lenguaje. Un lenguaje que a veces encuentra insuficiente para su expresión. Aquí hay que recordar que Becerra era de profesión arquitecto y que trabajó un tiempo como publicitario. Nos es casual que apreciara y deseara la plasticidad en cualquiera de sus vertientes, y mucho más en el lenguaje. Octavio Paz, en el prólogo a la Obra Poética de José Carlos Becerra, editada por José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid en 1973 con el título de El otoño recorre las islas, anotó que Becerra "no se ahogó en Claudel, ni se ahorcó entre las ramas y las hojas de Perse. Más tarde atravesó las cavernas de estalactitas de Lezama Lima y salió con vida".
Becerra se consideraba un hombre con suerte porque en cada una de las etapas de su vida, de su escritura, se había encontrado con autores que le habían servido de gran ayuda, de la misma manera que el cine, el arte comercial, los comics y los medios masivos le habían mostrado un lenguaje diferente. Gracias a eso jugaba con el estilo singular proporcionado por las imágenes. Recordemos que el primer poema con el que se dio a conocer en 1960 se llamaba "Blues" y que algunas de sus creaciones más logradas, como "Batman" o "El halcón maltés", son deudoras de las nuevas culturas y de los nuevos habitantes y costumbres que de la ciudad industrial.
En el mes de septiembre de 1970, en posesión de la beca de la Fundación Guggenheim, marcha para Nueva York y desde allí a Europa. Seis meses estuvo en Londres, donde trabajó en un libro en prosa y en diversos textos poéticos, en realidad tres libros bien diferenciados, como han considerado con mucho sentido Pacheco y Zaid. Pero nunca pudo ver editadas las que, según opinión de Octavio Paz, son sus mejores composiciones. Lo cierto es que su ascendencia como poeta era tan evidente como notoria la angustia que le estaba provocando la destrucción. Vivía el paso del tiempo como una experiencia de asolamiento.
José Carlos Becerra murió seis días después de haber cumplido 33 años. Ramón López Velarde, uno de sus poetas preferidos, medio siglo antes, murió cuatro días después de haber cumplido esa misma edad.