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Actualización: 05/03/2012
Balbino Dávalos
Por Jesús García Sánchez
"No debió su prestigio literario al mérito de su producción original, por otra parte muy digna de aprecio, sino a su labor sorprendente como traductor. "
Establecer los cánones literarios en cualquier época, en cualquier país, y en cualquier modalidad es trabajo sumamente arduo y siempre muy aventurado y peligroso. Al final siempre es el tiempo, son los años quienes otorgan o quitan la razón, y la distancia quien coloca a cada uno en su lugar, pero también el tiempo es caprichoso, y para traspasar los límites que a menudo insensatamente delimita entre años determinados, juega con otros valores que las generaciones venideras consideran más útiles, apreciando o descubriendo cualidades, a pesar de la escasa reputación y poca algarabía que en vida pudieron producir. La historia de la literatura está llena de ejemplos que confirman que muchos autores y libros pasaron a través de su época sin un ápice de consideración, otros que quedaron en un plano inferior quizás inmerecidamente, y muchos más aún, de autores sobrevalorados por sus contemporáneos que el paso del tiempo ha enterrado con el olvido.
El caso del escritor mexicano Balbino Dávalos no corresponde a ninguna de estas tres posibilidades, pues es un caso atípico. Su obra literaria es poca, solamente un libro de versos publicado en vida, y algunos poemas más en revistas especializadas o en periódicos; en cualquier modo insuficiente como para que pudiera ser considerado como uno de los poetas influyentes y acreditados durante su larga vida. Un único libro publicado, y bastantes poemas escritos que conformarían otro libro póstumo, además de bastantes traducciones poéticas, y pocos escritos más. Una de tantas vocaciones literarias que por pudor, por desidia, por excesos de trabajos burocráticos, no cuajarían en lo que se preveía y prometía. En cualquier caso los méritos de Dávalos como escritor no deberían de quedarse en el baúl de los olvidos.
Nacido en Colima en el año 1866, pronto ingresó en el Seminario Conciliar donde aprendió latín y griego, lenguas en las sobresalió por su conocimiento más que notable en ellas, de las que tomó notorias influencias para sus propios poemas, y que posteriormente mostraría sus saberes en el libro Ensayos de crítica literaria, México, 1901, que es un exhaustivo, sabio y erudito prólogo a las traducciones de las Odas de Horacio, de más de cien páginas. No estuvo demasiados años como interno, y él mismo explica los motivos por los que fue expulsado del seminario, con dos versiones distintas; en una escribe a un presbítero amigo que la causa fue por portar una pistola, disculpa poco probable, mientras que la otra sí parece más fiable: “Fui expulsado de aquel plantel religioso debido a que en una ceremonia de retiro se me sorprendió leyendo, en absorta meditación, en lugar del habitual devocionario, un inocente tomo de los Mosqueteros de Dumas”. Quizás no le causara un gran mal ni tanta desgracia su expulsión, y quizás este motivo no fuera el único, aunque no haya noticias más que las suyas propias de este suceso. Lo cierto es que tenía 14 años y su abuelo, el célebre Arzobispo Antonio Labastida, sería su protector y punto de apoyo en su nuevos estudios en la capital mexicana; pero se encontró pronto el joven Balbino siendo padre de una criatura. Dos malas aventuras que bien podrían haber conducido su existencia hasta inciertos caminos, pero que le condujeron a sobresalir, como antes en latín y griego, también en Leyes, y así se encuentra pocos años después como diplomático y posterior embajador representando a su país en Estados Unidos, Inglaterra, Portugal, Alemania y finalmente en Rusia. Dávalos fue el último ministro que presentaría credenciales al Zar de Rusia, Nicolás II a la sazón, experiencia que le produjo ciertos desarreglos anímicos y decepcionantes, que le acarrearon, entre otras cosas, a replantearse su misión de diplomático, responsabilidad que definitivamente abandona, para desembarcar en México como profesor de la UNAM, universidad en la que después sería rector. Conoce a Ramón López Velarde que queda impresionado “por su saber, su erudición y buen gusto”, tres cualidades que siempre ele acompañaban, y que le sirven para buscar nuevos horizontes, México se le ha quedado pequeño y encuentra lugar en la Universidad de Minnessota como profesor de Lenguas Romances, para trasladarse después a la de Columbia como profesor de Lengua y Literatura castellana y terminar su periplo americano en el City College de Nueva York como profesor de francés. Está claro que todas estas vivencias, supervivencias y curiosas experimentaciones debían dejar huella en una sensibilidad tan emotiva como la de Dávalos. Es improbable que dejara de escribir, aún con estas circunstancias encima, como también es más que probable que por todo esto no pudiera armar alguno de los libros que tenía previstos, y hasta anunciados como de próxima publicación. En las páginas de su primer y único libro de poesía anunciaba próxima la edición de cuatro libros más.
Y si como poeta por los motivos expuestos anteriormente, sobre todo por su escasa producción, su prestigio no era grande, como traductor si era incuestionable; además de que, gracias a su labor, el conocimiento de las obras que se estaban escribiendo en Europa eran ya accesibles. El nombre de Balbino Dávalos era un símbolo de inteligencia y de sabiduría entre la intelectualidad mexicana. Sus versiones desde la “Revista Azul”(1894-1896), que dirigía Manuel Gutiérrez Nájera, eran una verdadera tribuna desde la que se difundían las nuevas corrientes que entonces predominaban en la literatura europea. Su conocimiento fue esencial, de la misma manera que su influencia también fundamental para su formación, en los nuevos escritores; lo que mostraba en la revista sería definitivo, allí estaban D`Annunzio, Verlaine, Baudelaire, lo más sobresaliente de la nueva literatura de la mano fiel y alerta de Balbino Dávalos.
“No debió su prestigio literario al mérito de su producción original, por otra parte muy digna de aprecio, sino a su labor sorprendente como traductor. En lengua española ha habido pocos traductores que puedan hombrearse con él. Entre sus traducciones más acabadas se cuentan dos de Theofile Gautier, de las que logró hacer Dávalos casi una galanura, la misma maestría de forma que el original francés…”, escribía Max Henríquez Ureña. En 1898 publicaría su traducción de Afrodita de Pierre Louys y, ya residiendo en Lisboa, en 1913, la antologíaMusas de Francia: Poesías, versiones, interpretaciones y paráfrasis, una clarificadora y extraordinaria muestra de los poetas parnasianos y simbolistas más resonantes e influyentes. Rubén Darío recibiría el libro con elogios: “Une al par que su gran conocimiento de la lengua y del alma de los poetas, una libertad que da cabida a la inspiración personal”. Pocos años después sumaría a estas traducciones de la poesía francesa, la correspondiente a Inglaterra, con algunos añadidos americanos. En Musas de Albión presenta una muestra temporalmente más amplia, incluyendo poetas desde los románticos Shelley, Keats, Byron, hasta los más contemporáneos como Kipling o Wilde, además de Poe, Longfellow, etc. Obvio que tenía sus motivos, la poesía anglosajona era más desconocida en México por lo que conviene que es más adecuada la presentación de los nuevos junto con sus predecesores. Todas estas demostraciones de sensibilidad, sabiduría y buen gusto que descubre en sus traducciones, en absoluto le favorecen para su valoración como poeta. Y aunque Amado Nervo le ayudó y convenció para editar su primer libro, y a pesar de que Gutiérrez Nájera le acogiera en su revista, no podría ser de otra forma que ya fuera considerado como un gran traductor, un excelente conocedor y divulgador de las literaturas europeas y un eficiente diplomático; pero poéticamente, nada más que un poeta a la sombra de sus dos amigos. Así lo describe un libro de la época (1928): “Elegantísimo traductor al castellano de la Afrodita de Pierre Louys, y de la Monna Vanna de Maeterlink, y autor de limpias versiones de poetas franceses, ingleses, italianos, portugueses, sus poesías originales hállanse contenidas en el volumen Las ofrendas.”
Un autor que había leído una conferencia en Londres en 1908 con el título de “Aspectos de la literatura mexicana contemporánea” en el que exigía extremado rigor y exigencia sin fin a los creadores, no podía menos que imponérselos a sus propias creaciones, y así sería. Pocos meses después de esta lectura, y según cuenta el propio Dávalos “Hallábame en Madrid, en 1909, en viaje para descansar de las brumas de Londres y del intolerable ministro que por entonces me tenía condenado mi cargo diplomático en Inglaterra. Y en España, por insinuación de Amado Nervo, me animé a publicar mi primer libro de versos, Las ofrendas. Sumiso a las sugestiones de Nervo, seleccioné junto a los manuscritos que me acompañaban, lo que me pareció…”. No era lo que publicaba un libro estrictamente, sino una recopilación de poemas fechados desde 1880 hasta su aparición, desde su juventud hasta ya su madurez, y en el que encontramos poemas de las más diversas tendencias, simbolistas, decadentes, parnasianos, a veces con un tono romántico, otras modernistas o clásico pero siempre todos ellos elaborados con precisión en el lenguaje, con inusual corrección idiomática, y con predilección por el gusto clásico, poesía exquisita y refinada que mereció mejor fortuna en su recepción. En su poema “Arte poética”, sin duda de circunstancias, pero un buen testimonio de sus pretensiones literarias, nada profesionales, más bien ocasional, escribe:
Suelo escribir mis versos
raros de forma y fondo,
gracias a los esfuerzos
que bajo el arte escondo.
Escrupulosamente
busco el curioso efecto
de lo que mucha gente
juzga vulgar defecto.
En fina rima arrimo
vocablos caprichosos;
mas siempre los combino
en grupos sentenciosos.
Ahito de prosodias
y métricas exiguas,
imbéciles custodias
de prácticas antiguas,
aligero la idea
de trabas y recato,
y cuando culebrea
lírico el arrebato,
cantan las asonancias
hábiles sinfonías;
bailan las consonancias
con las cacofonías.
Y si, conciencia mía,
pervierto mis estancias
con la cursilería
de metáforas rancias,
es porque, en forma y fondo,
suelo escribir mis versos
gracias a los esfuerzos
que bajo el arte escondo.
El libro fue recibido con cierto silencio en general, pero no pasaría inadvertido para Rubén Darío. Si su condiscípulo Amado Nervo le llamó “el bardo bizantino”, El nicaragüense va más allá. “… la cultura de nuestro poeta, el amor del aún preponderante romanticismo va a todas partes. Así su velo no se detiene en un solo árbol de la vasta floresta. Y de un pino heineano irá a una encina huguesca, o a un roble del Romancero. Desde entonces se demuestra la habilidad y la seguridad de su técnica, el dominio de los recursos métricos, el conocimiento de lo difícil del “oficio”. Y entonces también comienza a sentirse en nuestro Continente un soplo del renacimiento lírico, y a señalarse la voluntad de la preocupación artística en el modo de escribir, tanto la prosa como el verso, Balbino Dávalos, es de los primeros, Díaz Mirón y Gutiérrez Nájera, cada cual a su manera, van hacia Hugo… En verdad puede uno convencerse al leer su libro, de que no hay nada de “raro” ni en fondo ni en forma en este poeta, que no por soñador deja de ser casi impecable”. En varios poemas rinde honores a los decadentes franceses y hasta se confiesa discípulo de estos poetas, y aunque el citado Darío consideraba que ningún poeta hispanoamericano podría calificarse como tal, lo cierto es que sus poemas “Preludio” y “Variaciones decadentes”, junto a “Misa negra” de J. J. Tablada, son el principio del desembarco de este movimiento en México y el comienzo de unos nuevos horizontes en la poesía mexicana que se plasmaría en la “Revista Moderna”.
Balbino Dávalos falleció en 1957 y a pesar de su larga vida, no volvió a publicar más libros de poesía, pero tampoco dejó de escribir. Proyectaba uno llamado Nieblas londinenses, título que anunciaba desde Las ofrendas, pero sólo se localizaron poemas sueltos, borradores, poemas de circunstancias, bastante material inédito pero ningún libro preparado para la imprenta. Sin embargo muchos de ellos están fechados en los años posteriores de su primera publicación, lo que indica que sí pretendía terminarlo, pero su situación profesional tampoco era la más adecuada, teniendo en cuenta las limitaciones que ofrecían, tanto el Porfiriato como la Revolución Mexicana, a los creadores, como también el cambio que supuso ésta última en los modos y gustos estéticos. Si añadimos su voluntad de perfeccionismo, como también la de su deseo de semejarse hasta en la brevedad de su obra a su admirado José María Heredia, a quien no se atrevió a traducir susTrofeos, alguna luz queda revelada.
En el año 2007 la UNAM publicó con el título Nieblas londinenses y otros poemas una selección de poemas fechados hasta 1954, que, como Las ofrendas es otra recopilación con poemas que continúan la línea marcada anteriormente, con todas sus perfecciones, donde se muestra, además, como un consumado sonetista. Acababa Rubén su “Semblanza” sobre nuestro poeta así:”Balbino Dávalos es un humanista; y el humanismo será siempre fuerza preciosa para los poetas. En las letras existen, como en todo, jerarquías y dignidades. Los excelentes jamás saldrán del límite de armonía que les impone su preeminencia. No importa todo lo demás. La caravana pasa…”
Acabar señalando que en el año 2000 se celebró un homenaje nacional a su figura en la que entre otros participaron Verónica Zamora, Hugo Gutiérrez Vega y José Emilio Pacheco.
Entonces
Si precede mi marcha a tu partida
para el mundo invisible del no ser,
y hago algo que a la muerte sobreviva
y queda una memoria de ayer;
si después de la efímera existencia
el espíritu flota en libertad,
y nuestra voluntad no se doblega
al dominio de extraña voluntad;
entonces, cuando empiece de la tarde
el crepúsculo vago a oscurecer,
cuando el último canto de las aves
se vaya entre las frondas a perder,
entonces bajará mi pensamiento
con la trémula luz crepuscular:
si me recuerdas, sentirás un beso;
si me olvidaste, ¡escucharás llorar!
1888
Preludio
¡Oh rimas de esmalte y oro,
lujosas terminaciones
de canciones
de ritornelo sonoro;
estrofa brillante y rara.
condescendente coqueta
que al poeta
bajo sus ropas ampara;
pomposo ritmo del verso,
cadenciosos leitmotivos
de furtivos
sollozos del Universo,
en éxtasis reverente
hundid la musa bastarda,
os aguarda
mi espíritu decadente!
¡Oh musa sensual y exótica:
enérvenme tus miradas,
avivadas
por tu palidez clorótica!
Mi sed instintiva y loca
sacio y excito de nuevo
cuando bebo
los néctares de tu boca.
¡Oh, mi neurótica hermana,
arrójeme tu histerismo
al abismo
de tus brazos de liana,
que el éxtasis reverente
de los profanos no tarda:
ya lo aguarda
mi espíritu decadente!
Enero 5 de 1893
Mis versos van siendo viejos…
Mis versos van siendo viejos
y no han recorrido, el mundo…
¡Cuántos otros jovenzuelos
les arrebatan el triunfo!
A más de un reciente engendro
he visto asomar el bulto
bajo ropas de mi género,
aunque no del mismo gusto.
Ya el gabán les viene estrecho
o no les alcanza el muslo,
o a mis lazos de arte nuevo
les desfiguran el nudo.
Pero como, sin esfuerzo,
les perdono tales hurtos,
pueden tener con el tiempo
mis pobres bienes por suyos.
Bien poco importárame ello
si, de esos cuartos, alguno
tocárale a un pordiosero
que necesite un mendrugo;
mas muy de malas me avengo
a que valgan mis escudos
gratos disfraces de Febos
a conocidos eunucos.
Sigue, pues, humilde almendro
de mi heredad, dando fruto;
lo guardaré en el acervo,
para entregarlo por junto.