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Alfredo Gangotena

Actualización: 17/02/2012

Alfredo Gangotena

Por Jesús García Sánchez

"Curioso resulta que en la mayor parte de las historias de la literatura hispanoamericana no se le cite o se le despache de manera breve y postergante, algo que en nada coincide con los comentarios que le dedicaron sus contemporáneos"

ESCRIBÍA en los años 20 Henry Michaux: “Alfredo Gangotena (Ecuador, Quito, 1904-1944) es uno de los pocos poetas que he conocido que no me ha parecido un ser corriente y como todo el mundo, se produce en él un cúmulo de reacciones y de reflejos totalmente diferentes a los de los otros hombres. Una desesperanza irrespirable y muy de fondo, dentro de él, cortaba brazos y piernas”. Pero no sólo Michaux encontraba en aquel joven y enigmático poeta ecuatoriano, que tan solo contaba 19 años, aquel embrujamiento persuasivo, pues también Jules Supervielle y Jean Cocteau se encontraron deslumbrados por sus versos telúricos y mágicos. Curioso resulta que en la mayor parte de las historias de la literatura hispanoamericana no se le cite o se le despache de manera breve y postergante, algo que en nada coincide con los comentarios que le dedicaron sus contemporáneos.

Su obra la encontramos rebosante de angustia, de melancolía, de soledad, a causa seguramente de una enfermedad que le acompañó siempre y nunca le abandonó, la hemofilia, y que tantos y tan penosos y aflijidos poemas le hizo escribir. Influido también por el seudomisticismo de Cocteau, se acercaba tanto a los misterios celestiales, a las oscuridades angelicales y hasta al Espíritu Santo y al Cordero místico, que Max Jacobs le llamó el poeta preferido del Espíritu Santo. Pero no siempre la fe se aúpa sobre su inteligencia: “la plegaria, adentro, desliza en mis venas su tiniebla y sollozo”, exclama en el poema “Canto de agonía”. Místico y creyente, escéptico y heterodoxo, lo cierto es que poetas con una estética tan alejada a la suya como Max Jacbos y Tristán Tzara, y otros tan distanciados de sus problemas piadosos y contemplativos como Roque Dalton o Pablo Neruda, le consideraron como uno de los más grandes creadores de la poesía hispanoamericana. “Me conmueven muchos versos de Huidobro escritos en francés, y para qué hablar del maravilloso y olvidado poeta ecuatoriano Gangotena, desaparecido en plena juventud”, escribió Neruda en sus memorias.

No es fácil encontrar un poeta que haya expresado de manera tan delicada y amable los misterios del cuerpo humano, sus sufrimientos morales, sus dolores físicos y sus desvanecimientos psíquicos. Las alternancias de frío y de fiebres que le atormentaban le impedían dormir, y sólo encontraba consuelo en los objetos más naturales, como las flores del campo o las piedras, a las que incluso llega a compararse, “desgraciado como ellas, prisionero como ellas”, y en las que admira su paciencia.

Sea por el distanciamiento que Gangotena marcó con la poesía social o con los movimientos literarios indigenistas que se estaban fraguando en Hispanoamérica, sea por su elección del idioma francés como medio expresivo, sea por el motivo que sea, tan cierto es que Gangotena es uno de los grandes poetas del continente como lamentable es su desconocimiento. Poeta poseído por el genio y la enfermedad. De Ecuador, afirma G. de Torre en su Historia de las literaturas de vanguardia, la personalidad más singular es la de Alfredo Gangotena, “no obstante ser quizá la menos conocida y la más inmune a influencias visibles. Por donde se evidencia que la menor irradiación de la obra, aún más, la no pertenencia a una estética determinada, no siempre guardan relación directa con la verdadera personalidad. Ese es el caso ya mencionado de León de Greiff, de Alfredo Gangotena y también del colombiano Porfirio Barba Jacob”.

 

 

Cuaresma
AHORA que una fuerza extraña me hace crujir los dientes,
Cuando un silbido oceánico de tromba me triza los ojos:
En mi alma sopla el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
Soledades a través del espacio melódico de los cielos,
Soledades, yo os presiento.


Oh Pascal:
El espíritu de aventura y de geometría,
Me aferra en avalancha
¡Y quizás no soy sino el acróbata
Sobre las geodésicas y los meridianos!
Pero igual que tú antaño, pequeño Blas,
De espaldas bajo las sillas,
Con gran estruendo muerdo los travesaños.


¡Oh nupcial estación de la desposada!
El Pentecostés de las hojas de otoño ilumina los cristales.
¡Oh recuerdo! ¡Oh paciente y dulce memoria vivificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas!
¡Oh latido vertiginoso
De esas alas bajo las sienes,
Sombra interna de mis manos!
Ruta solar de mi potencia
Y ruta del pan la violenta espiga.
Las ávidas pupilas del escolar se consumen a la sombra de los
graneros;
Los canalones siembran sus gladiolos de cristal
Y toda la granja sucumbe a la gracia de Dios.


* * *

Torrentes, torrentes, rieles de Aldebarán
Por donde se deslizan los trineos:
El pintor revolotea y canta en el baile de los pájaros.
En el deslumbramiento de la paloma arriba de nosotros,
En la seda ardiente del movimiento,
¡Ah, que venga,
Flor apagada en el aliento de su tumba,
Nuestra madre hasta nosotros,
Nuestra tierna madre al fin en la augusta presencia de los océanos!


Sobre ti, flora alada de mis manos,
Sobre ti se cierran mis ojos
Como labios
Al sabor de un vino más generoso.
¡Ah, pronto comenzará el remolino de la penumbra!
Señor: en un collar vuestras seis épocas.
El himno exultante de la palabra nos sostiene,
Y mucho más fresco que todas esas hierbas el pilar
De nuestras salivas, de donde brota el licor de los gineceos.
¡Fuente! Confesión de esta alma que se ufana
De ser aun más blanca que la aurora.


¡Podéis en adelante retorceros, descuartizaros
Y extraviaros en qué caos!
Bestias sórdidas y maléficas.
Silenciosamente, en la pasión de todas mis venas y de toda mi sangre,
Como el águila, en el centro de mi vida espero,
Silenciosamente
Espero que sople el gran viento de la esperanza.
Pero advierte, Pablo:
En el esplendor aéreo de Su fuerza,
El Espíritu Santo
Gravita y sangra en torno de su cenit.

 

* * *

Pisándome los talones borbotea la rabia del padre:
"¡Vete y corrómpete, muchacho miserable,
"Bajo las ventosas de tus amigos!
"El amor me encadena en la selva del estío.
"¿No escuchas ese grito homérico
"Mío, único pájaro que trina
"En nuestro árbol genealógico?"


¡Os ruego, aguantad, hermanos míos, apretad los dientes,
Templad vuestros muslos,
Mascad las piedras y la grama!
- ¡Porque la familia es el verdugo!
La noche inminente se abrasa
En la oniée* voraz de mis pupilas.
Entonces se ensaña en mi cabeza,
En mi cabeza, el tifón de las langostas.
¡Oh Tierra sin fulgor, de cataclismo,
Triste Tierra cabeza abajo,
Cuánto pesas al llevarte sobre las rodillas!
- Esas señoras embarazadas
¿De qué cielo raso descienden hasta nosotros?
Ellas me humedecen con sus sudores,
Luego suspiran y escupen en torno;
Su piel babea, su piel exuda,
Su piel salobre de alcahuetas.
¡Ah, Señor, que me vaya para siempre,
A llorar mi vergüenza y mi rencor, a la sombra vaporosa de
las flores;
Señor, la santateresa así os ruega en su dolor:
Que revienten, que revienten esas mujeres venenosas,
Esos odres de desdicha!
- ¡Silencio!
Oh silencio del sueño en la memoria:
¡Que su esencia
nos conduzca directamente a los prados de belladona!

 

* * *

Rompeos, puertas: el día recién nacido
Llamea en la hoja límpida de la ventana.
La luna ya se apaga en las brisas del mundo:
Apresúrate,
¡Oh alma mía y despierta, en la octava de tu canto,
El flor

ilegio de la pradera!
Como beben, al filo de la sombra, los valles y las laderas,
Como se abrevan de esas linfas que brotan en la entraña
metálica de la roca,
Apago mi sed en la cantimplora del ventrílocuo.


¡Huye, pues, amigo, franquea los montes y las tinieblas
Aun bajo la amenaza de los signos siderales,
Aun a riesgo de perecer
En la brasa fulminante de los vitrales!
¡Escucha! Oye como rechina a lo lejos la encrucijada:
Génesis de tu aliento,
Teclado del viajero.
- En mí, el más noble ejemplar de las zancudas,
Echa espuma y gruñe la saltarina savia del caucho.
Las voces del huracán, aun distantes, sacuden
El sonriente bosquecillo de las brisas en la mañana:
Como ellas me yergo en la verticalidad floral de mi impulso,
¡Oh fuentes! Como ellas aspiro a las cimas líquidas y seculares
de la espesura.

 

* * *

Cal viva y lustral en las grietas del cuerpo harapiento.
A la sombra de las secoyas meditan las formas barrocas.
La herrumbre esponjosa de la tormenta rumia y se dilata
En la verde substancia del aire.
El relámpago estalla
En las piedras y en los bosques,
En la noche eocena del cazador.
- Oh flores,
Mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices,
Tan desgarrador en la llamada:
¡Ven, acude!
Ven, Señor indiscutible de las ondas y de las especias.
¡Oh Cristóforo navegante,
Háblanos del soterrado esplendor
De tus provincias veteadas de oro!
En el cielo la orilla de sombra y el tropel de los fantasmas.
¡Acarread pues esos lagos, islas, arrecifes,
Los brazos del semáforo!
¡Id, párpados míos, barcas locas, a zozobrar sin fin,
Id, en medio del tañido fúnebre de los náufragos, a tejer
vuestras cortinas de plata!
El ángel ronca,
El ángel en acecho.
En el estruendo de mis oídos, el ángel prepara su nido siniestro.
Tenaz, la espuma parda
Emerge, baba inmunda de las bebidas de Baltazar.


Los palmípedos y los ganoideos remontan la corriente
De estas aguas tumultuosas bajo las aguas,
De estas trombras ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altanera,
El águila apocalíptica vuela e impera sobre los vientos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Y me estremezco en todas las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la isla violenta de Patmos.


Viñas de Noé, racimos de Jafet,
El vino me rodea con sus anillos.
- Detrás de las vigas vigilantes del dintel,
Acatemos, amigos, esta prescripción del alfabeto,
La visión y la estima conyugales.
El polen del solsticio, como de miel, en la basílica
Deslumbrante de mi oído.
Las harinas, las llamas del desierto,
Y el misterio del mundo abierto a mi conocimiento.
Ah, yo no tengo el secreto de las sutiles Matemáticas,
Pero los ardides y los números, los hilos del Álgebra,
Me ayudarán a presentirte,
Tácita estrella de magnesio.
Ya luminosa te anuncias a la turbación de mi pensamiento,
Y mis miembros ciegos exploran
Las brumosas telas de la araña.
El pájaro balsámico
No avizora como etapas de su vuelo
Sino las sílabas inciertas de mi palabra.
- Detén las bielas, las llantas de tu ojo,
¡oh mosca dactilógrafa de mi sueño! -
Trepamos con prisa por la escala botánica
¡Dios!
¡También la casa se ausenta de nosotros, con el gran temblor
de sus persianas!

 

* * *

Antaño, en Florida, en campos de esmeralda y de pimiento
El Cordero Místico pacía libremente.


Oh chantres en los collados
Prestaos a la alborada que os cantan los metales.
- ¡Es verdad! Ya no más el bello desorden de la oda:
En la playa se abre la umbela del barbero.
Ondinas, oréades, hijas perpetuas del éxodo,
¡Aleluya! Ved
Aparecer -como zócalo el angélico susurro de las brisas-
En el aire diáfano de las siete Iglesias.


¡Oh Juan!
Abre sus portones
Y grita a voz en cuello las palabras de tu libro.
¡Parad
Parad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo
El imán magnético libera los glaciares de la aurora boreal;
Es la hora
En que el ángel descansa en el estante de su sombra,
Para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas,
Y la extraña morada,
La extraña y melódica morada de las aguas cenitales.


Llevando mi cabeza en la mano, como San Dionisio,
¿De qué país vengo, Señor,
Cojeando, a representarme
La amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña me hace crujir los dientes
Como silbidos sordos me penetran Vuestras miradas.


El granizo de las carracas derriba la losa.
Extranjeros, para ir al recinto cristiano
Más vale calzar la muy humilde y miserable sandalia
De Santa María Egipcíaca.


¡Pero que cese ya la endecha funeral!
- Y vosotros, colores vivos del firmamento, ya de sombra y agua,
Dilataos en mil pupilas rutilantes de amor,
Dilataos:
Hasta campanas hay en las letrinas y las charcas:
Mientras que, lúcido, vistiendo esos atavíos nupciales, los alegres
atavíos del viento,


Por fin te adoro, ¡oh rosa magnífica de Pascua!

 

Traducción de Jorge Enrique Adoum

* Se trata, evidentemente, de un error tipográfico imposible de descubrir, puesto que esta palabra no figura en ningún diccionario ni enciclopedia de la lengua francesa. Gonzalo Escudero la traduce, sin explicación alguna, por "hoguera".

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