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Carmen Boullosa

Carmen Boullosa

Actualización: 18/11/2019

La aguja en el pajar

Los versos de Carmen Boullosa, ganadora del XIX Premio Casa de América de Poesía Americana

Vértigo del astronauta

Despierto en medio de la noche
en el espacio exterior.
Negrura es la compañía
de mi nave, interestelar viajera.

Siento vértigo.
Cierro los ojos frente al abismo
donde no rema nube alguna, ni brilla el sol,
ni corre el viento, ni baila el agua
y no ríe la arena.

Comprendo.
En este viaje, no buscamos indicios de vida
sino rehuimos de la Muerte, fantasiosos
tomándonos, rutinario, la presión sanguínea.
(Adelante, atrás)
repetimos un movimiento para acelerar el pulso
y mantenernos en forma.

Bebemos nuestros orines reciclados.

No habrá noche o día en el regreso inexistente
que se salve de la nada que hemos visto.

Si volviese yo sana y salva,
así durmiese bajo mi cama
seguiría estando aquí.

Es el ojo humano
lo que encuentra formas en las superficies de los planetas,
diseños y trazos en sus órbitas.

Los astros, irritados por la cercanía del infinito,
no son sino la prolongación menos longeva
de quien lo ha ganado todo:
el Caos, gran administrador del Cosmos.

Ya no hay salida
para quien lo ha percibido.
Sólo queda la fe en la imagen.

Lo demás, como el barro,
ni fue ni será más que una pausa,
un muro de agua,
un trazo de luz pintado por el puño del sueño.

 

Aguja en el pajar

Vivir como la aguja en el pajar,
perdida entre pares frágiles,
sin el hilo, sin la tela.

 

Elogio al ojo ceramista

Todos los días, el ojo ceramista
produce piezas varias de diversos tamaños y texturas.
Moldea formas que dan alivio.
Agua y materia sólida, ese ojo
imita la mano de la divina mano
que hizo al primero de arena y agua, de barro.

Amor, comamos tranquilos.
El ojo del culo,
al defecar,
como buen artesano,
rutinario
moldea.

 

Mi vida con el volcán

Como yo, el volcán despierta de noche.
De día, él y yo intentamos descansar, 
              sin mucha suerte.
Por eso andamos turulatos.
 
Cuando ya se juraría que no servimos para cualquier cosa,
escupimos nuestra bocanada nocturna
sobre la irritante luz feroz del pleno día.
Ésta que aquí se ve entre letras
es la mía. 

 

De ramas

Me hablan las ramas desnudas de los árboles.
Me dicen somos los únicos animales desnudos,
que somos, como ellas, ramas de invierno.

Me hablan con su silencio de noche de cielo sonrosado
por el rubor de la anticipada tormenta.

Me hablan las ramas sin flores, sin hojas,
sin palabras,
me hablan añosas ancianas adornadas
con la piel blanca de nieve,
astutas guarecidas del lodo y del suplicio de las pisadas.

Nosotros tiritamos del frío que las ramas, inmóviles, retienen.
Me hablan esas ramas sabias
que el sol no fundirá con su mirada;
me parlan pasándome la llave secreta para franquear la puerta petrina
sin deshacerme de mis pecados.

Me hablan esas pelonas,
sus duras palabras como la espada
o el desarmador en la madera vieja.
Su lengua es cosa de nieve.

Lo mío está aquí, con la sábana y la almohada,
guarecida donde ni el hielo tenaz, ni el rayo incrédulo del sol gobiernan.
Sólo mandan sobre mí la sed y el sueño,
la piel de mi ser amado, su tibio aliento.
Lo demás, vano es como es lo efímero en la nieve.

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