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Ramón Cote por Santiago Gamboa

Actualización: 24/01/2012

Ramón Cote

Poemas Autorretrato de la lluvia y Bíblica

Autorretrato de la lluvia

Con esta lluvia que cae y que golpea la ventana
se despide octubre, elaborando una teoría
nocturna de la abundancia y de la carencia,
haciendo un balance entre lo que se escapa
y lo que se queda, mientras escribe
signos a ciegas y traza flechas que van de la angustia
al sosiego, del presente al laberinto sin salida
de la memoria, de la muerte
a sus demoliciones, como si el vidrio fuera el tablero
de una caótica demostración matemática.

No sé por qué razón quiero que caiga
cada vez más fuerte, con verdadera convicción,
con total contundencia. Quizás sea
porque su repetida multiplicación me oculta
en esta noche de tormenta, me protege del presente,
me borra de mañana, quizás porque en su desorden puedo ser
también su música. Por la ventana resbalan uno a uno
los rostros que me esperan, la cara que tendré el próximo año,
tal vez un treinta de octubre.

 

Bíblica                                                                                                          

Esta mañana estuve en el lugar
donde sitúo exactamente, como un dedo
en un mapa, mi infancia, con sus vecinos
de enfrente y su destartalado Land Rover color gris,
los partidos de fútbol y su balón manchando
los muros blancos, los juegos a las escondidas
y los temblores que estremecían los cimientos
de las casas. La lluvia que entonces veía
desde una alta ventana solitaria volvió a caer
treinta años más tarde, esta vez sobre mi,
indefenso y en compañía de un mínimo paraguas
que no pudo impedir ni comprender la razón
de su furia, el motivo de tanta acusación
que me obligó a permanecer por largo tiempo
en la acera opuesta, esperando que escampara.

El tiempo silenciosamente ha pasado en ese interior
donde estuve viendo las casas remodeladas
ahora convertidas en tiendas de comercio.
Cuando más cerca estaba más lejos me sentía
de mi propia casa, porque bajo mis pies
se formaba un charco profundo que me impedía cruzar
a la otra orilla donde alguien tal vez me esperaba.
Los truenos demoledores de la tormenta
me indicaron un tanto bíblicamente,
sin serpiente ni ángel ni manzana de por medio,
que ya me había llegado la hora de irme con mi paraíso
a otra parte.

 

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