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Pura López Colomé

Actualización: 24/01/2012

Pura López Colomé

Poemas Cápsula y Mi escondite predilecto

Cápsula

en
balsa amante
plena de aromas,
áloe, almizcle embalsamante,
cuan insignificante la ilusión,
perpetuidad deslizándose en el cuerpo;
al fin bullen
sus concéntricos pesares
en un prístino espejismo
alas aliteradas, aves alicaídas
en la mira de algo etéreo
cascabel que nadie agita,
movimiento imaginario
de sierpe en tornasol,
campanilla que late
"por lo que más quieras",
latinizándose, contrayéndose,
licuándose hasta ser
"te lo imploro",
defecto a flote en el espejo,
memoria si acaso de emociones
cuyo borde ha rebasado
una
sola
gota:

me hacían aparecer de golpe,
me llamaban pronto a escena,
personaje de monólogo sorpresa
no importa cómo ni dónde,
presa del reflector
(esa luminosa liquidez)
que me desnuda
y bautiza tal por cual,
una
buena
para nada.

Entretanto retumbaba el altavoz,
retemblaba en sus centros la tierra
enviando al quinto cielo
tanta falsedad, tanta iniquidad,
tanta inútil y fugaz vía negativa,
tantas sordomudas imágenes de cera
con un "propio" cifrado en apariencia,
un mensaje escrito entre los labios:
"pon tu lengua a prueba,
si sí, sí; si no, no:  sino
a prueba de balas".
Todo emergerá intacto si obedeces,
tu azoro, el mundo, este museo;
y te dejará sin habla
tal como creíste haber nacido,
te estallará por dentro
cual ráfaga intergaláctica
en gritos apagados y sublimes,
oasis vivo, carne y hueso
que no puede despertar.

Se alejará
solo
tu existir,
querrá con todas sus fuerzas
unirse a la distancia, al olvido,
ah, ese recuerdo,
desnaturalizándose
sin despedirse,
neutral bondad
en punto muerto.

*

Ruego en caudal, anchuroso,
así te llames en llamas al llamarme,
así me convoques, revoques y desboques,
sábetelo bien:
aquiescente,
me encerré bajo tu llave,
mordí el anzuelo
con la mano en la cintura.

Murmuras,
no te dueles ni te quejas,
te sumerges en las hondas ondas
de todos esos días
que soñé vivir.
Y no te veo por ningún lado.

*

Órgano que palpita
(se oye hasta en el último rincón)
y ya no es mío,
órgano que palpitas
(en mi único rincón)
y no eres mío:
me he extraviado (encandilado)
ululando sin tiempo ni persona.
Pero esta vez,
por esta vez,
esta
sola
vez,
quítate la máscara:
déjate caer a fondo,
suéltame.

 

Mi escondite predilecto

Aparecí a media mañana, de improviso.
Ahí estabas, hilando fino.
Y te conté:
Hoy me pidieron que leyera en voz alta.
Que me pusiera de pie, primero.
Que me plantara, después.
Y a chisporrotear hasta por los codos.
Todo el mundo
-contando a las afanadoras
que ya estaban en lo suyo
junto a las ventilas abiertas-
amordazado, amortajado.
Nadie lo celebró, ni un solo cumplido.
Al paso del tiempo,
he logrado comprender la situación.
Con eso basta.

Volví a presentarme a media mañana,
de improviso.  Te vi de lejos,
y poco a poco más y más cerca;
como era de esperarse,
fui corriendo a buscarte:
qué quiere decir superfluo...
qué, contradicción...
De dónde has sacado eso,
no me vengas con cosas,
no me salgas con que yo.
Das pena.

Se me hizo costumbre llegar con luz,
aunque siempre de improviso y sin planear.
Llena de deseos de saludarte, de saber algo de ti,
algo, lo que fuera, aunque fuera que habías salido
sin rumbo fijo con el sol cayendo a plomo
esa madrugada de invierno, pero y qué,
temporada de mucho frío tempranero,
y volverías al rato.

No me tardo, habrías dicho.
Me causó perplejidad aquel velo en el asiento,
qué estaría haciendo ese coche ahí,
estorbando la entrada.
Qué estarías haciendo tú a esas horas,
¿platicando con la dueña de aquel tul?
Sonriendo seguramente,
eso sí.

En otra de tantas ocasiones pasado el meridiano,
con esa misma claridad perfora-iris,
el hecho estaba perpetrado:
te había ofendido.  Y feo.
Ibas vestida de azul pálido, tan rubia y elegante,
lista para reconocerme "hija de tigre, pintita",
y te dejé con la húmeda ilusión en las pestañas,
la mano extendida, la derecha,
la medalla en ella, dando cardillo.
Entre dobles hélices, dobles eles,
allá vas, allá voy,
allá yo...

Por fin echando marcha atrás
yendo a un sitio anterior al meridiano,
estoy empezando a caer, creer, caer, leer,
a creer leer,
a darme cuenta
de que despejar la incógnita
de mis dardos o mis blancos
puede nunca tener fin.
Aunque supiera bien con cuál
herir de muerte.
A ti, la experta en curar de oído,
en lamer llagas a tiempo,
en impedir que lo infecto
eche raíces inmortales,
tentáculos que las manos
imaginan cortar
pero vuelven a crecer
como cola de reptil.

A carcajadas.

Mejor soltar amarras
y que los mares de este cuerpo me devoren;
arrojar estas plomadas y escuchar su música de fondo;
ser mero despojo,
ni siquiera conservar
la fracción de ti
que ignoraba tener
en la garganta.

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