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Nancy Morejón por Adolfo Ayuso

Actualización: 24/01/2012

Nancy Morejón

Poemas Monólogo del marino montevideano que habla en alemán y Aimé Césaire

Monólogo del marino montevideano que habla en alemán
Aimé Césaire

 

Monólogo del marino montevideano que habla en alemán                                                                                                                                                                                     

A Mario Benedetti y Luz, por supuesto

Soy un marino sin puerto y sin acento,
sin luna,
sin los cabellos abriéndose ante el horizonte de los vientos.
Soy un marino, el marino de todos los orientales
que buscan la aventura del amor fugaz.
No he podido encontrarlo. No he podido encontrarlo.
He sido el marino que encontró el amor,
un amor fijo, fijo en mi Luz montevideana.

Por eso en la pantalla hay un marino atildado,
susurrando quizás a Heine.
Un marino mirando a la mujer que está a su lado
porque extraña a la suya que es
una luz alegre de mar,
de los mares del sur,
ahora sin dueño.
Los poemas lanzados al océano
y a los siete mares
hacen que este marino
olvide el olor de los canteros
en los balcones y su única flor
de flores sembradas en la memoria
como aves de una calle en su barrio natal
para entonces volver a pensar
y pensar en la luna con su Luz Alegre
y el poderoso vaivén del Río de la Plata.
No hay carne humana, no hay hueso humano,
No hay forma de mujer que no le traiga al marino peinado
el perfume de aquel hospital donde, adolescente,
ella puso sus labios sobre los suyos
contaminados con una enfermedad mortal.

Soy un marino bajo el lente,
bajo todos los lentes de Eliseo Subiela
buscando trascender su imagen
y saltar la historia misma de un amor que perdura
como el azul del mar frente a los balcones de Montevideo.
Soy un marino enamorado de esta luz alegre
en donde está la mía.
Soy un marino montevideano que habla en alemán
sobre esta luz que no termina.

Aimé Césaire

Una piedra en el centro del mar:
es el diamante, el célebre diamante de Fort-de-France
donde un poeta, cuaderno bajo el brazo,
frente a la lava de los volcanes,
frente al arco dorado y su perenne sombra,
pudo anclar para siempre
la flecha de los colibríes
entre los acantilados de una comuna escondida
por los vientos.
Aimé Césaire, traficante secreto de las sales marinas:
Aimé Césaire.
Con tu cabeza y con tu voz,
con tu mano y tu nombre
has logrado inscribir nuestro ser fragmentado
en el imán de los ancestros,
sobre la rosa zombi y el murciélago de Wifredo Lam
allá en su infancia de Sagua La Grande,
sobre la flecha de los colibríes
que nos devuelven las aguas del océano
durante la travesía más larga de los siglos.
Somos precisamente los que sabemos,
desde el fondo del archipiélago,
el verde acqua de nuestro reino y su follaje
y los planetas que nos han convertido
en catauros de palabras fraternas
porque somos una humanidad de luna y sol,
de tierra y hambre,
de rinoceronte endemoniado o zunzún inocente.
Eterno rey de Harlem y las favelas y las chabolas,
aquí estamos tus hijos buscando aún el horizonte,
y un mundo hecho a nuestra justa medida,
sin calma apenas, lanzados sobre
tu flecha de los colibríes,
traída desde Gorée hasta los jardines de Balatá
mientras, en el piso ancestral de una pirámide sin nombre,
entonamos el canto negro de tu estirpe,
tu canto negro, el nuestro, sin odio de razas,
atentos al aire que mecen las cañas
paradas en los tablones de las comunas
y de nuestra historia,
y, más allá de los hirvientes arrecifes,
rugen al fin las tempestades, siempre
diversas en su socorro mutuo, como nuestras almas,
y más allá del perenne horizonte
permanecer clavados en las aguas.

 

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