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Actualización: 24/01/2012
Marco Antonio Campos
Poemas Qué fue y qué quedó y Alí Chumacero (IM)
¿Y qué fue y qué quedó?
¿Y cómo no lo iba a hacer, cómo no iba a ser
si el camino era, cómo no iba a andar a pie
si mi paso era de viento, si el vivir no sabía del
fiel de la balanza, andar a pie -decía Thoreau-
es la manera de llegar más lejos, y yo, y yo
de los veinte a los treinta quería conocer todo,
conocía todo -figuras italianas ritmadas
a la más alta pintura, catedrales sin Dios,
calles medidas según la sombra o luz, plazas
del tamaño de una aguja, conventos coloniales
donde el diablo hacía planes con la muerte,
riberas melancólicas del Arno, el Sena y el Danubio,
largos muelles del Jónico en la punta de los dedos-,
conocía el paso leve de los años, el peso de los daños,
escandía el endecasílabo y mi propia manera de avistar:
allá, a ojo de pájaro, vislumbro Barcelona gris
en Año Nuevo, Andalucía con mujeres tan bellas
que Dios se sorprendió de su creación, Cáceres
perfectamente puesta en la piedra medieval,
Salamanca de tarde en el mañana
en el múltiple ayer que ya os decía,
Ávila con el hábito de Teresa
a ras de pasto, Segovia en el recuerdo fresco
de martha delgada en fuente grande, Madrid mustio
con aire de provincia y con la bota del déspota
en el rostro que a muchos alegraba,
y yo era veloz y fuerte, melancólico y violento,
y me iba, ya lo dije caray, me iba,
me iba cambiándome la máscara según el teatro,
me iba repitiéndome la línea de Eliot:
"No hasta luego, sino adelante, viajeros".
Pero en los treinta y cuarenta, con el
paso de los años, con el peso de los daños,
en efecto, sí, aún así lo veía todo,
oía todo, todo lo quería hacer mío:
escúchese el Mediterráneo al pie de Cabo Sounion,
el gorrión bajo el ciprés al mirar el mar en Sami,
el olor del jazmín o del geranio en la mínima Karlóvassi
aquel verano cuando Ritsos veía cerca el fin,
cuando Elytis, en su casa de Atenas veía cerca el fin,
castillos y ríos de la Provenza, colinas dulcísimas
de Italia, ay, aquella verde Austria
-biblioteca, bosque, ermita, escaparate- con
personas amigas que me dieron la mano en un país
tan pequeñamente grande, tan áspero y
oscuramente bello, en fin, me iba, ya dije, me iba
con la máscara gastada por la distorsión de hechos,
por la fatuidad caída en tierra del Miserere al
De Profundis, me iba, me iba diciéndome
la línea de Eliot:
"No hasta luego, sino adelante, viajeros".
Pero otra vez el paso de los años, el peso de
los daños: los cincuenta y sesenta, la furia
de la hoguera en el furioso pecho,
creyendo ser de nuevo totalmente
el de los pies de aire, el velocísimo caballo
llevándose en montura la América Latina,
pero el paso callaba, el paso se paraba,
y yo en el despaso, ay, despacio me veía:
la ceniza en la frente, el navío del corazón
hundido a pique, el diapasón llorado en la,
el maquillaje sucio en la cara del payaso,
que ya viejo, con las armas melladas,
se presenta en el círculo del circo y arroja
las máscaras con ira pues ya no sirven
para esconder nada ni engañar a nadie.
¿Difícil aceptarlo o resignarse?, sí. ¿Seguir
adelante?, sí. ¿Decir palabras como otrora,
antaño o hace ya tiempo?, sí, ¿Valió la pena
la vida?, sí, ¿Me enorgullece haber visto y
viajado como lo hice?, sí. Pero al menos,
al menos contéstenme dos cosas:
¿Dónde quedó lo que yo anduve? ¿Cómo saber
si lo vivido fue?
ALÍ CHUMACERO (IM)
No llegué a visitarlo a la hora de la hora, pero
pájaros de Pátzcuaro a Morelia, traían
a medianoche el gorjeo alegre de su vida alegre.
Pero cómo en el cuándo, dónde el quién. Pero
cómo haberse ido sin más, sin despedirse,
sin agenda doméstica para el viaje próximo,
sin la mañana que espera ese "más tarde",
partida la partida punteaba en tres pedazos
Ya no me contará anécdotas de Paz y de Neruda,
ni alabará el estilo y la atmósfera de las Residencias,
ya no hablará de la prosa estatuaria de Guzmán,
de Gorostiza grande y de Owen buen amigo,
de Efraín ("filo de hacha"), de la perfección deslumbrante
-lo dijo en Chiapas- de la lírica de Rubén Bonifaz Nuño,
de Ernesto Mejía Sánchez, que inerme, lloroso
aquella noche del '72, fue a la casa de Gelati
por saber algo, "díganme, qué pasa:
¿Managua está de pie?"
Ya no habrá los cumpleaños con familia,
ni departirán en la sala o el comedor
González Durán, Martínez, Gelman, Henestrosa,
Lizalde (el tigre en luz).
¿Y Carlos? Febrero lo había ido -la tristura en pie.
Atrás quedaron la casa, el invierno del viudo,
el orgullo en cada hijo por quien nace el apellido,
mujeres que se lloran en largas madrugadas,
amigos de excelencia, pero otros, ay otros, que
al dar la mano te hunden una púa. Atrás,
atrás quedaron las tertulias chispeantes
del Café París, el oro y la faena en Plaza México,
el gusto por los libros, por el buen español,
por la Poesía con mayúsculas, "y escríbanla".
Atrás, atrás quedaron, en cerca de la lejanía,
Acaponeta -fotografía de niño con familia-,
las sílabas de agua de Guadalajara,
el cuarto pobrísimo en el centro histórico de
Ciudad de México al llegar aquí:
el pan sin forma, la biblioteca pública,
el bar de callejón, el cabaret prostibulario,
el círculo del salón de baile, la primera lírica,
la idea de Tierra Nueva, alfil sigue a la dama.
¡"Porque para beber, señores, sólo yo!", decía Alí,
y parecía beberse los mares del sur como si fueran vino.
"¡Porque para bailar sólo yo", decía Alí,
pero nadie -¿quién diablos?- le quita lo bailado.
"¡Que huyan los solemnes!", decía Alí,
y nadie, en la rueda de solemnes, se iba
con su música de cero a alguna parte.
Siempre alto y fuerte y bien plantado,
un roble a la izquierda del jardín,
la sesgada picardía en los ojos, el pelo albo,
la cascada de risa que le oíamos al
lanzar la flecha del chiste o el epigrama,
el descaro irreverente, pero sobre todo
-nos palmeaba a Bernardo, a Luis y a mí-
"con el orgullo de no tomarme en serio"
Dejemos de escribir, de leer o conversar,
y en el bar o en la cantina, así de frente,
en comunión sin pérdida, démonos la mano,
brindemos con un whisky por el as de ases,
porque no hay como el estrépito y la luz del
relámpago en la noche tempestuosa,
porque no hay como la vida, diría Alí,
porque no hay como la hermosa vida.
