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Luis Alberto del Cuenca, por José del Río Mons

Actualización: 24/01/2012

Luis Alberto de Cuenca

Poemas Ensueño céltico, Plegaria de la buena muerte, Plegaria de la diosa y Tengo miedo

Ensueño céltico

Plegaria de la buena muerte

Plegaria de la diosa

Tengo miedo

 

   

Ensueño céltico

 

Celtas, pienso en vosotros esta tarde,

cegado por un sol mediterráneo
que no es mi sol. En vuestra deliciosa
costumbre de sentiros tan a gusto
en un nublado Más Allá. En las brujas
que inventasteis entonces y que siguen
coleando en las páginas de Dahl.
En los héroes de vuestras epopeyas,
capaces de viajar al Paraíso
o de adentrarse en medio del Infierno
con la espada en la mano. En los druidas
de vuestra primitiva religión,
proféticos y astrales como piedras
de Stonehenge. En las hadas bienhechoras
o no (que eso depende de que uno
las recuerde u olvide en sus plegarias),
que han brotado de vuestra fantasía.
En Iseo la rubia y en Ginebra
la adúltera. En Arturo y en Cuchulainn,
y en Merlín de los bosques y en Tristán.

Celtas, que habéis forjado los cimientos
de Europa desde Hallstatt y La Tène;
que hicisteis de Britania y de Galicia,
de Armórica, de Gales y de Hibernia
topoi de un mismo sueño compartido
por quienes nos sentimos europeos
(es decir, celtas, griegos y romanos,
germanos y cristianos a la vez).
Celtas, que habéis llevado la contraria
al mismísimo Hamlet, cuando dijo
que no hay nadie que vuelva de la muerte,
pues no hacéis otra cosa que contarnos
cosas del otro lado del espejo,
ese país que conocéis tan bien.
He pensado en vosotros esta tarde,
abrumado por un sol de injusticia
que no es mi sol.

 

 

Plegaria de la buena muerte

Ahora que la muerte no está lejos
(la verdad es que siempre estuvo cerca),
y me hace cada vez más carantoñas,
me acuerdo -porque truena-, de los Dioses
de mi infancia, los Dioses de mis padres,
para pedirles una buena muerte.
Y me acuerdo de uno, sobre todo,
que son tres (como el Corum de Mike Moorcock):
aquel Anciano de tan mal carácter
que presidía el Viejo Testamento,
el guapo Mozo al que crucificaban
en el Nuevo, y el Pneuma o Santo Espíritu,
que los funde y congrega en la Paloma
que corona la frente del Anciano.
Señor de mi niñez, aunque no existas
(¿existo acaso yo?), quiero pedirte
por escrito, con pólizas y sellos,
que el terrible momento de mi tránsito
a las estrellas (o al ardiente Tártaro)
sea apacible y suave, sin dolores;
que me vaya a la luz (o a la tiniebla)
sin estridencias y sin dar la lata,
después de haberme puesto a bien contigo
y con toda mi gente. Sé que hay muchas
variables que pueden influir
en el momento de morirse uno,
casi siempre molestas y angustiosas,
y que no puedes darle a todo quisque
una muerte benéfica y serena.
Sé, además, que no soy un buen cristiano
y que tengo problemas de empatía
con los desheredados de este mundo.
Pero, a pesar de todo, te lo pido,
amparado en la fe de mis mayores,
en mi proverbial jeta y en la hondura
infinita de tu misericordia:
dame una buena muerte, sé benévolo
conmigo en ese trance, por favor.

 


         

Plegaria de la diosa

Metafísico estoy, y eso que como mucho,
no como Rocinante. Lo cierto es que en los últimos
tiempos, cada vez más al dictado del humo,
he vuelto a la poesía sagrada (¡vaya broma!),
y pienso que me sienta bien ese regreso, tanto
al menos como el guante le sentaba a la mano
de aquel rey don Felipe de don Manuel Machado.
Como prueba, un botón: este himno a la Gran Diosa.

Diosa Blanca, Mujer, Madre del orden
cósmico, soberana del abismo,
vientre sagrado y primeval, mandorla
de donde nace todo, adonde todo
se reintegra. Tú, Diosa de los senos
gigantes, de las fértiles caderas
y del rostro invisible, que reúnes
el espacio y el tiempo en un repliegue
de tu cuerpo glorioso, vuelve a mí
esos tus ojos donde el infinito
juega con las estrellas a los dados,
y haz brotar, Madre mía y Madre nuestra,
el árbol puro de nuestra esperanza
con el soplo divino de tu aliento.

 

        

Tengo miedo

homenaje a Pablo Neruda

Tengo miedo. El pasillo de mi casa me aterra.
Los muebles y los libros de mi cuarto se mueven.
Debajo de mi cama los diablos piden guerra,
lo desbaratan todo y con todo se atreven.

Tengo miedo. La voz lúgubre de la noche
resuena en mis oídos diciéndome: "Soy yo,
he venido a colgar de tu alma este broche
que me dio para ti la mujer que te amó.

Está hecho de dolor y de horror primigenio,
es un monstruo de fauces perpetuamente abiertas
que te engulle el espíritu, milenio tras milenio,
y sella para siempre con pez todas tus puertas."

Tengo miedo. No sé qué pensar ni decir,
ni cómo defenderme de tanta oscuridad.
¡Quiero olvidarlo todo y tan sólo dormir,
sin que nada ni nadie turbe mi soledad!

Tengo miedo. El fantasma de la muerta regresa
del más allá, y penetra en mi lecho maldito,
y me lleva con ella al fondo de la huesa,
convirtiéndome en víctima de un pavoroso rito.

Aiguablava, 22 de agosto de 2009.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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