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Juan Manuel Roca / Foto por Jairo Ruiz Sanabria

Actualización: 24/01/2012

Juan Manuel Roca

Poemas Paisaje con maletas y Decálogo para convivir con un fantasma

Paisaje con maletas

Antaño vivía en los condominios de la nada. Aún así tenía una  maleta de cuero de becerro comprada en la peletería de un viejo rumano en mi ciudad andina.  La maleta fue mi almohada en algunos parajes de la zona cafetera, en una estación levantada entre  grandes platanares y rumores de acequias. A veces no sabía si la maleta estaba hecha para salir de viaje o para adelantar el regreso. Hacer la maleta era como fundar un entrevero de caminos. En los retenes, los nerviosos aduaneros me miraban con recelo porque llevaba una brújula rota y chaquetas poco adecuadas para el clima. Dejé de verla cuando apareció la bella, una mulata con algo de corsaria: para negar mi pasado arrojó mi equipaje desde un tren cuando iba llegando a Santa Marta. Luego compré una maleta de lona que me daba un aire de grumete, sin pretender emular a James Cook, el capitán inglés que hacía naufragar el agua. (El legendario capitán recorrió sesenta y cinco mil millas venciendo los témpanos antárticos, las aguas de los trópicos y el temible escorbuto, pero murió de una pedrada a orillas de un mar calumniado de Pacífico). Con esa maleta de lona crucé veloces autopistas, lentas piraguas, camiones con bultos de café o con fardos de caña de azúcar. Terminó descosida y abandonada, no recuerdo si en un hotel orillero de Caucasia o en una playa de menta en Arboletes. Ahora cruzo en un auto el valle del Tolima y pienso en mi equipaje de aventurero adolescente, cuando hasta el hambre resultaba celebrable:  veo un grupo de  desplazados,  sentados en cajas de cartón y a la espera de nadie.

 

 

Decálogo para convivir con un fantasma

 

Los pasos a seguir a la hora de convivir con un fantasma, según los peritos en ausencias, en ruinas y adioses, son diez, a saber:

 

1, No comprar una casa moderna. Por su repelente limpieza las habitaciones nuevas son despreciadas  por los fantasmas. Si escasean en su pueblo las casas con historia, puede contratar uno de esos arquitectos medio locos que construyen casas viejas.

 

2.  No está de más alimentar pequeñas arañas en el cuarto de costura o en el desván. Los grises hilos de sus telas son las canas del lugar.

 

3.  La casa en cuestión debe tener, antes que nada, sótano y escalera. Sin sótanos los fantasmas no se animan a vivir, pues les encanta andar entre sillones viejos, bicicletas oxidadas y retratos de pálidas ausentes.

 

4.  Hay que dejar al alcance del fantasma trajes de bodas y ramos de flores disecadas, muchos de ellos siguen soñando con raídas sacolevas, con velos y mortajas.

5.  Cuando llegan parientes incómodos e inesperadas visitas que lo obliguen a morar en la alacena, es bueno dejarle a mano un viejo tocadiscos con canciones que hablen de lástimas y olvidos.

 

6. Si hay cambio de domicilio no se debe invitar al fantasma hasta que la casa no exhiba como una herida de guerra su primera grieta. A su elegancia, a su andadura aristocrática, le repelen las casas sin dolor y sin misterio.

7. Nunca, si la familia tiene la fortuna de un piano de cola, dejar en el atril una partitura de música moderna. A lo máximo que llega el gusto musical de un fantasma, entre valses y mazurcas, es a un tango ruinoso.

8. Cuando escuche que en la noche el fantasma descarga la cisterna del baño o sube las escaleras sin recato, no inquietarse, seguir durmiendo y dejar los sonidos de la casa a su capricho. Hay que saber, como hacemos con el cuerpo, convivir con un huésped clandestino.

 

9. No sorprenderse si en las mañanas encuentra un periódico fechado en 1839 abierto a capricho del viento. Los fantasmas aman el pasado pero no desean perturbar un tiempo muerto. Por eso solo leen noticias del XIX, detalles de crónicas y costumbres de una época romántica. Por eso se amparan en su vocación de historiadores.

10. Que el fantasma sea, sin mezquindades, el rey de la oscuridad.

 

 

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