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José Lezama Lima y la primera palabra

José Lezama Lima y la primera palabra

Actualización: 08/03/2017

José Lezama Lima y la primera palabra

Epílogo de César López

La primera palabra es aquí como una convocatoria de búsqueda y perplejidad, aunque sepamos que al lezámico modo la búsqueda implique el hallazgo, dicho sea con permiso de Picasso. La primera palabra en la poesía, en el poeta, en el poema, es anterior a la palabra misma y se origina consecuentemente en otro tiempo. Un tiempo distinto que se ha instalado en un espacio distintivo. Ahora bien, la fiesta innombrable –«ya que nacer es aquí una fiesta innombrable»– es aquí un campo de batalla cargado de nombres, innombrable en sí mismo, que disipa o complica la indicación adverbial de ese aquí, por polisémico, a veces leído del modo que más convenía al titiritero de turno o al verdadero amante de la poesía, embriagado de gozo poético, enajenado en su propia lucidez.

La primera palabra supera la palabra, el tiempo, el poema. Es invisible y se escapa. Pero obliga. «Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo».

Esta edición ejemplariza el juego. El más serio juego de armar lo armado. Aceptar lo que podía haber sido inaceptable y por eso mismo se acepta. Posible por imposible. Creíble por increíble. Gozo de Lezama. Delicia del tormento.

En este caso, al partir del tomo Poesía Completa, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985, se pretendía una primera seguridad textual que, naturalmente, muy pronto iba a resultar ilusoria. Al canto, conociendo el paño lezamiano, estábamos en el impreciso reino de la adivinación. Todo aquel que ha frecuentado textos, copias, versiones, variaciones, manuscritos, transcripciones, ediciones y reediciones de Lezama, bien lo sabe. ¡Ah, Julio Cortázar, Cintio Vitier, Enmanuel Carballo, Reynaldo González, Ciro Bianchi Ross, Iván González Cruz, César López…!

Se acepta el reto con el terror de que aquellos ciervos del estío o ciervos de Martí que alguna vez se habían convertido en siervos, o los cabellos de la Amada de San Juan de la Cruz trocados en caballos –¿capados y con una flor puesta allí?–, reiteraran sus groseras intrusiones o se multiplicaran en seres fabulosos, imprecisos y desde luego inidentificables… Y sí y no. Algo ocurrió y algo no ocurrió. Más de seiscientas páginas impresas, revisadas, cotejadas, comparadas hasta el delirio, para no alcanzar siquiera una seguridad, cierta certeza inestable.

Éste es el resultado que conlleva afirmación y negación a la vez. Con el propio Lezama podríamos sostener: «Todo lo hemos perdido, desconocemos qué es lo esencial cubano y vemos lo pasado como quien posee un diente, no de un monstruo o animal acariciado, sino de un fantasma para el que todavía no hemos invencionado la guadaña que le corte las piernas». Pero el mismo poeta con una leve anterioridad había dicho que «la imagen se atemoriza ante lo perdido, porque comienza a describir enloquecidos movimientos elípticos, no sobre el vacío engendrado por la pérdida sino sobre el encuentro, pues actúa pensando no sobre el tesoro perdido en Esmirna, sino sobre lo perdido en Esmirna que se encontró en Damasco. Siempre imagina que lo que se perdió en la nieve se encuentra en el pajar. Pero es precisamente en el pajar con la aguja perdida donde la imago actúa con la piedad devoradora de los vultúridos».

La prueba está dada y ha servido de orientación para esta tarea. Dialéctica de la pérdida y el encuentro. La letra, la palabra, la poesía, la que es perdidiza y fue ganada.

No se pretende una edición definitiva y mucho menos crítica ni por supuesto comparada, comparativa o comparatística. Sólo amorosa y algo enloquecida como insinuaban aquellos movimientos elípticos revelados con anterioridad, ganadora de alguna claridad, aunque, ya se sabe, en casos como éste las tinieblas son luz suficiente. A una fineza de Lezama corresponde otra, desde luego de menor intensidad, del editor accidental. De ahí alguna nota, vacilación, fracaso, insinuaciones, a veces guiños. Comentarios implícitos. Complicidad.
Se sigue, como ya se ha dicho, la edición de La Habana de 1985; pero se han agregado «Fascinación de la memoria», «La respuesta de Guillén a la muerte», «Para mi gran amigo Lorenzo García Vega», «Primera décima para Eliseo Diego» y «Segunda décima para Eliseo Diego», tomados de Fascinación de la memoria, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994. También, y reproducidos a partir de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, mayo-agosto 1988, núm. 2, La Habana, Cuba, doce poemas, todos con sus respectivas fechas al pie de página, con la excepción del primer poemilla infantil y candoroso escrito en una postal de Navidad, sin título, y que comienza así: «Papaíto…» Los títulos de los otros once poemas son los siguientes: «Catedral (Paseo de Domingo)», «Bahía de La Habana», «Paseo del Prado. Sombrillas de Medianoche», «Puso la capa…», «(La costumbre)», «Para Lydia Cabrera, regalándole un libro», «Para las décimas de Nicolás Guillén», «Poemilla. Para Nicolás Guillén al cumplir 64 años», «Líquidas esencias…», «Fábula de Apolo y Narciso», «Para mis dos hermanas, que me regalaron un par de zapatos», «La casa del alibi», hallado por Cintio Vitier entre los manuscritos de Lezama y publicado por primera vez en la revista Casa de las Américas y luego en Para llegar a Orígenes, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1994, del propio Vitier. En este último caso Cintio Vitier explica en su trabajo cómo encontró el poema y las coincidencias que éste presenta con algunos versos de la sexta parte del poema «Dador», tal cual le advirtieron los jóvenes poetas cubanos Cira Andrés y Sigfredo Ariel. Apostilla que nos permite agregar que al confrontar los textos del libro Dador surgieron curiosidades desconcertantes, pero típicas de la escritura y sobre todo de las ediciones lezamianas. Dador es un libro dividido en dos grandes secciones identificadas con números romanos, I y II, y de esa misma manera se mantiene en la edición de 1985 que utilizamos como base; es decir, tal cual aparecía en la primera edición, Imprenta Ucar García, S.A., La Habana, 1960; pero las divisiones entre las secciones del poema y entre los diferentes poemas que componen el libro están señaladas por una marca en forma de círculo de aproximadamente tres milímetros de diámetro que no aparece en la edición de 1985 y tampoco en la de La Habana de 1970. En la parte II vuelven a aparecer los circulitos negros sólo para separar las secciones del poema «Los dados de medianoche». Y, desconcierto máximo, el segundo poema de este libro lleva como título «Para llegar a la Mondego Bay» y no «Para llegar a la Montego Bay» como había aparecido en su primera impresión en la revista Orígenes, núm. 35, La Habana, 1954, y como se ha reimpreso en todas las publicaciones posteriores, es decir «Para llegar a la Montego Bay». En la revista, la división estuvo dada por números romanos. En la primera edición de Dador, libro de 1960, el subtítulo, siempre entre paréntesis, aparece en cursivas. Llama la atención en todas las versiones consultadas la reiteración de las oscilaciones en cuanto al artículo la. A veces ocurre «… la Montego Bay», y otras, sin justificación alguna, «… Montego Bay». Es decir, que con el mismo régimen puede leerse «Para llegar a la Montego Bay» y, en otras ocasiones, dentro del propio texto, «Para llegar a Montego Bay». Y, desde luego, siempre Mondego Bay en la edición de 1960. Hay que señalar que los poemas incorporados han sido tomados de la papelería de José Lezama que obra en la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana por los diferentes investigadores ya señalados aquí.

Luego de estos apuntes, al aire de su vuelo, el vuelo del verbo lezamiano, claro está, «la imagen se atemoriza ante lo perdido, porque comienza a describir enloquecidos movimientos elípticos…». Ya lo sabíamos, y ahora no hacemos más que reiterarlo. Desde luego, el temor y el descontado enloquecimiento acaecen en el lector, editor, compilador de estos poemas, quien no hace más que trasladar sus perplejidades y asombros redoblados al poseedor, lector, nuevo editor y compilador en turno posesivo de estas poesías completas que, por incompletas, si llegan a completarse alguna vez sería cuando todos los fragmentos del Maestro llegaran a su imán. ¿Al imán del Maestro o al imán del discípulo? En una obra monumental. Poema. Opera summa. Remontado en el tiempo y vencedor no sólo del espacio, también de la muerte. El poema para la resurrección. Equivalente al ser para la resurrección que según el poeta y fabulador de la habanera calle Trocadero negaba y superaba al ser para la muerte de Heidegger. Y, desde luego, a cualquier variante del ser tachado o enajenado.

De todos modos nunca se sabrá la exactitud de la primera palabra, el primer nombre. Y, como dijimos, ese es el reto, desafío constante, a veces hipertélico, como hubiera querido y quería Lezama. La búsqueda es encuentro. Y el encuentro es búsqueda. Como cuando José Cemí, en Oppiano Licario, averigua por medio de insólitas pesquisas que llevan a improbables archivos el domicilio o destino que le interesa para cumplirse o cumplir un mandato trascendente. En esa aventura colateral indagatoria una frase me parece reveladora y a la vez me asalta como broma o desplante especioso y casi ontológico: «Hay que buscar con cuidado, arañar casi para encontrar esos nombres, López salta, Licario se esconde…» López, saltando, debía de haber aprendido la lección, pero sigue saltando y debe persistir. No en vano el mandato de arañar la piedra aparece ahora transformado, sin perder su esencia volitiva, y se expande desde el poema a la novela o de la novela al poema, que es igual en la oscura pradera lezamiana y convidante.

No olvidemos que «Quien huye de la escarcha se encuentra con la nieve».
César López, La Habana, abril de 1999 y abril de 2016

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