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Actualización: 24/01/2012
Jorge Valdés Díaz-Vélez
Poemas Carpe marem, S. T. T. L., Sit Tibi Terra Levis y Materia del relámpago
S. T. T. L.
Sit Tibi Terra Levis
Carpe marem
AL centro de la luz arde una sombra,
y en esa vastedad brillan tus dedos
en su lento escalar un remolino
de imágenes veloces. Todo es cuerpo
presente y abisal párpado fijo
en medio del salón, memoria y vértigo
tocados por el ámbar en las pausas
del recinto que busca su hondonada.
Ahí la claridad se precipita
y el áspero tapiz abre los pliegues
de un destello sonoro del pasado.
Irrumpe al resurgir, tensa los bordes
dilatados al sol y se desnuda
contigo (en la oración ensimismada)
el paréntesis negro del espejo.
Afuera está el invierno con sus autos
humeantes en la escarcha, el aire frío
de los rostros, los álamos que agitan
centelleos en otra realidad
más imprecisa. Adentro languidece
la cúpula ondulante ya sin peso,
y cae en espiral sobre tus yemas
una gota de luz de aquella sombra.
S. T. T. L. Sit Tibi Terra Levis
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa
Octavio Paz
DE todos nuestros muertos jamás olvidaremos
al primero. Habita en la raíz del otoño,
debajo de los álamos, el mío. Su memoria
me ofrece un arrayán al tiempo que se inclina
con los brazos abiertos de otros días. Recuerdo
su estatura en penumbras a punto de apartarse
del espejo, su rostro velado, el abalorio
de las tercas lecciones de algún piano. Cruzó
la línea que reúne la vida con la muerte
una tarde sin sol. Su cuerpo era la ausencia
presente, lo nombrado sin nombrar. Era el muerto
primero en estar muerto de súbito, y por siempre
habrá de serlo. El niño que fui entonces ahora
lo distingue sentado en un alféizar. Veíamos
un barco en la pureza impasible de las nubes,
y diásporas de hormigas en los lieder de Schubert;
y me hablaba de Stevenson o Melville, del trayecto
que quiso hacer de joven al fin de la nostalgia
que se alzaba en su voz cuando cantaba. Hizo
aquél único viaje aquella tarde. Hasta entonces
nunca me había asomado a los ojos de un muerto,
al eco inmóvil de dos diáfanos aljibes,
ni al llanto de los míos, perplejos, que eran otros.
Él fue el primer ausente de cuántos y de nadie,
la presencia, el no ser, la fatigada luz
abierta, el que se nombra debajo de los árboles
de pronto, al olvidarnos que ya no sigue aquí
su soledad, su frágil anécdota de buques
invisibles, de arpegios que alumbraron el sueño
de aquella vida nuestra. Le sea leve la tierra
que fecunda, su exilio sin fin tras nuestras hojas.
Materia del relámpago
CALCULASTE al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima porción de lencería.
Estás temblando, te dices, pero nada
te hará volver atrás. Miras tu imagen
alzada en los tacones, desafiante.
Tú y la noche son jóvenes y hermosas
como una tempestad que se aproxima.
