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Hugo Gutiérrez Vega

Actualización: 24/01/2012

Hugo Gutiérrez Vega

Poemas Espronceda y mi padre; Pavana para una flautista muerta y Basora

Espronceda y mi padre

Pavana para una flautista muerta

Basora

 

 

Espronceda y mi padre

Los versos de "La canción del pirata" de Espronceda, sitiados por el tiempo y los jejenes, abren la entrada al ruinoso, pero todavía vivo , Hotel "El Bucanero". El mediodía de un verano con bruma y poca lluvia, incendia las calles de San Blas. Veo a mi padre en plena madurez nadar en las aguas tranquilas de la pequeña bahía. Las palmeras contaban historias del galeón de Filipinas y jugábamos a cerrar los ojos y nadar con fuerza para llegar a Mindanao y encontrarnos con Legazpi y sus incansables marineros, guiados por la misteriosa corriente del Pacífico. Veo a mi padre sentado en una banca del Viejo Fuerte, veo sus manos de acero apoyadas en sus poderosos muslos. Todo en él era para mi fuerte e inextricable. Lo veía una vez al año y la espera me hacía engrandecerlo. Venía de España y hablaba de su lejana Cantabría como si fuera un reino perdido. Yo veía el esplendor de los verdes montañeses y presentía la lluvia constante y el inquieto juego de las nubes dirigidas por el viento. El Valle de Toranzo aparecía entre las palmeras y el bochorno del medio día de San Blas. Me paraba en el vestíbulo del Hotel y decía en voz alta: "Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley la fuerza del viento, mi única patria la mar". Por la tarde escogíamos el lugar en el que terminaría nuestro viaje... ¿Mindanao? ¿Torrelavega? ¿El Estambul del Capitán Pirata: "Asia a un lado, al otro Europa y ahí a su frente Estambul"...? de noche completaba el viaje y regresaba en la amanecida a mi cama del hotel de nuestros milagros. La última mañana de las vacaciones me quedaba tendido bajo una palmera viendo a mi padre nadar sin descanso. Me quedaban unos cuantos días a su lado. No sabía si quererlo o aborrecer su abandono roto una vez al año. Sintiendo su mano fuerte en mi hombro me sabía seguro. El me llevaría a Mindanao, a Cantabría o a Estambul. Regresaba la alegría de estar vivo: "Y va el capitán pirata cantando alegre en la popa...". Ese Capitán pirata era mi padre a quien veía solo una vez al año.

Copilco el Bajo
Invierno de 2009

 

 

Pavana para una flautista muerta          

Cuando llegaba la mañana
se te oía trajinar
entre tus flores, jugar con el color
para que en el día
y en la noche
crecieran los matices, los aromas.

Eran tres hermanas.
Una fue arrebatada
por el viento innombrado.
No pude ver sus últimos días,
el estruendo y la furia
me cerraron las puertas.
Me quedé con su última sonrisa
y sigo viendo cómo su cuerpo
oscilaba al ritmo de la flauta
(en ese momento era toda música)

Eran tres hermanas
siempre lo serán;
eran tres hermanas
en el tiempo real,
las veo caminando
por el Rock Creek Park.
Serán tres hermanas
en el tiempo irreal.

 

Basora

En esta nueva rigidez del aire
se detienen los cuerpos y las horas.
Nada transita y en la madrugada
nada se escucha. Está desierto el día
y no hay risas ni pájaros ni cantos.

A lo lejos, las torres de un Bizancio
que era y no era la ciudad de siempre,
borraban sus perfiles
en la niebla rojiza y enemiga.

Pero nada se mueve, no se escuchan
los gritos de soldados vencedores
ni el estertor del afligido viento
ni el lamento sin fin de la derrota.

Las llamas arden pero no iluminan.
La noche es turbia y en silencio pasan
los hijos de un verano sin sonidos,
de un principio de otoño acogotado.

De lo que nos dijeron poco es cierto:
una aurora del mar, la luz violácea,
los besos en la tarde
y las caricias que otorgó la vida.

El fuego va acabando y no sentimos
el prudente calor de su rescoldo.
No agita el aire las banderas rotas.
En el silencio de la nueva aurora
sabemos que la apuesta está perdida.

Copilco el Bajo
Primavera de 2006

 

 

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